Desde la Plaza de Mayo al Congreso, es una de las arterias más emblemáticas de la capital argentina, pero su origen no fue simple. Hubo especulaciones relacionadas con la expropiación desde finales de 1880.
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Es imposible pensar Buenos Aires sin la Avenida de Mayo. Hay algo en ella que la ata íntimamente con la identidad porteña. Quizás sean sus edificios de estilo ecléctico, donde el academicismo francés clásico convive con obras transgresoras como el Barolo de Palanti.
Quizás sea su alma inmigrante, ya que que la avenida, por más que les pese a quienes la concibieron, se convirtió en un refugio de las comunidades que comenzaban a poblar el país.
O quizás sea que condensa un espíritu porteño que no tienen otras arterias. Pocos hablan de esos convulsionados años que la vieron nacer. La damos por hecho, como si hubiese estado ahí desde que Garay fundó la ciudad. Pero desde su concepción hasta su inauguración, se vivieron momentos tormentosos, llenos de intrigas, mentiras y “avivadas”.
La labor de terminar aquella titánica tarea recayó en unos pocos hombres reunidos en la Comisión de la Avenida de Mayo. Las memorias de aquellas reuniones, publicadas por la Municipalidad, son un testimonio vivo de aquella lucha.
Debe ser por eso que la Avenida de Mayo se nos hace tan porteña, tan argentina: nos recuerda a nosotros mismos. Su gesta fue dolorosa, su historia accidentada y su presente tormentoso. Pero, a pesar de todo, sigue siendo hermosa y todos sabemos que, con un poco de trabajo, puede recuperar su resplandor.
Comenzar con el pie izquierdo
El 9 de Julio de 1894 se inauguró oficialmente la Avenida de Mayo. Esas trece cuadras, abiertas a fuerza de pico y pala, entre las calles Rivadavia y Victoria (hoy Yrigoyen), eran el primer paso para concretar el sueño de su ideólogo: Torcuato de Alvear, el primer Intendente de la ciudad.
Alvear deseaba modernizar Buenos Aires. Igual que en París, se buscaba terminar con las estrechas y sucias calles, que eran vistas como una amenaza para la higiene y el bienestar.
La peste de fiebre amarilla de 1870/1 había sido una dura advertencia para los ciudadanos y el gobierno: la ciudad era demasiado grande para que viviera sin higiene.
En 1884, el mismo año en el que se demolía la vieja recova y se creaba la Plaza de Mayo, aparecía el primer boceto del proyecto para abrir la avenida. Alvear quería una arteria para aliviar el tráfico que iba del este al oeste, conectando el naciente puerto con la estación Once de Septiembre.
La idea de un eje republicano, que conectara la Casa Rosada con el Congreso, fue algo que vino mucho después. Por aquel entonces todavía no existía la idea de construir el Congreso Nacional a donde se encuentra hoy.
Pasaron cuatro años hasta que comenzaron los primeros trabajos. Torcuato de Alvear había abandonado la intendencia y en su lugar había asumido Antonino Crespo. Este individuo fue el “malo de la película”, al menos según la versión de la Comisión para la Apertura de la Avenida de Mayo.
El proyecto original de la Avenida asumía que la mayoría de los vecinos donarían las secciones de los lotes afectados por la obra. Esta donación no nacía del deber cívico sino de la especulación. Era sabido que la apertura de la Avenida duplicaría el valor de los terrenos que “sobraran” (la porción del lote que quedara a nombre del titular que donara). Alvear asumió que la mayoría de los vecinos iban a ver, por ende, la donación como una inversión. Los únicos terrenos que iban a tener que expropiarse serían los que se vieran afectados totalmente por la apertura. Si el plan salía bien, el costo sería mínimo.
Sin embargo, Crespo asumió su cargo con la firme intención de frenar el proyecto de su antecesor. Para él, las diagonales eran el futuro.
Su militancia pro-diagonal causó que muchos vecinos creyeran a la Avenida de Mayo muerta antes de nacer. Para empeorar las cosas el Intendente comenzó a dar permisos de construcción sobre la traza de la futura Avenida y nuevas construcciones comenzaron aparecer en los fondos de los terrenos a ser demolidos.
Amargamente, la Comisión lamentó el hecho mientras trataba de negociar con los propietarios asegurándoles que el proyecto avanzaría. La afirmación era cierta, pero las trabas de Crespo dificultaron enormemente la tarea, especialmente su interpretación de la ley de expropiación. El nuevo Intendente pretendía expropiar por completo los terrenos afectados por la obra con la idea de vender más tarde los sobrantes de terreno por un valor mucho más alto. De esta forma la avenida lograría construirse casi con costo cero para el erario público.
Aunque la idea no era mala, su deseo de expropiar los terrenos completos chocó de frente con los vecinos, que vieron sus derechos atropellados. Todo el asunto terminó en la Corte Suprema que falló en contra de la Municipalidad.
Primeras demoliciones, primeros contratiempos
Las primeras demoliciones comenzaron por el lado de la Plaza de Mayo. En ese punto se concentraban dos importantes dependencias gubernamentales: el Cabildo (que era la sede de la Corte Suprema) y el edificio donde funcionaba la Policía y la Municipalidad.
Uno creería que este iba a ser el punto más fácil de negociar, pero la Comisión tuvo que pedir que intercedieran el Intendente y el mismísimo Presidente de la Nación para que los edificios fueran desalojados.
Mientras que la piqueta comenzaba tímidamente a abrir la avenida, la Comisión se lanzó a una cruzada para tratar de convencer a los vecinos de que donaran las porciones de terreno necesarias.
Los dueños se encontraban frente a tres opciones: donar la porción del terreno, venderlo directamente a la Municipalidad por el precio que considerara justo, o ir al juicio de expropiación.
Es importante remarcar que la mayoría aceptaron la primera opción, entendían la potencial ventaja económica que representaba la obra y el hecho de que se los eximía de varios impuestos. Pero existió un grupo que estaba determinado a sacar el máximo provecho de la situación.
Entre los vecinos hostiles a la Municipalidad se destacan algunos casos, como el del señor Salvareza, quien se negaba a donar su terreno y con cada visita del enviado de la Comisión duplicaba el precio que pretendía por la propiedad. También estaba la señora Isabel Armstrong de Elortondo, que demandaba que se le pagaran 700 pesos por vara cuadrada (0.84 metros cuadrados) cuando propiedades similares no llegaban a los 250 pesos. O la reacción del señor Arrechavala que, intimado por su falta de cooperación, respondió a la Comisión con una carta llena de improperios demasiado ofensivos para ser transcritos en el acta oficial.
Pero quizás el peor de todos los casos fuera el del señor Eliseo Bosch. Este individuo se mostró como un gran impulsor del proyecto. Se ofreció a ser uno de los representantes de su cuadra frente a la Comisión y convenció a todos sus vecinos para que donaran sus porciones, incluida su hermana. ¿El truco? El señor Bosch se negó a entregar su propio terreno en donación. Probablemente su porfiada estrategia fue la de fomentar la donación de vecinos y amigos para ser el último propietario y estar en una mejor posición de negociar un jugoso pago por su propiedad.
Hasta la propia Municipalidad atentaba contra el proyecto. Uno de los edificios que debían demolerse para la obra era el del Mercado Modelo (Sáenz Peña, entre Rivadavia e Yrigoyen). Este mercado fue debidamente expropiado por la Municipalidad pero, antes de que la piqueta hubiese hecho demasiado daño, se frenó la orden de tirarlo abajo. Algún funcionario municipal tuvo la brillante idea de que sería más útil para la ciudad conservar el mercado y recaudar hasta el último minuto posible.
La crisis del 90
El año 1890 fue terrible para la Argentina. Los eventos de la Revolución del Parque, un intento de la Unión Cívica por tomar el gobierno por la fuerza, tiñeron de sangre las calles de Buenos Aires. Mientras tanto, la crisis económica que se desencadenó fue un golpe feroz contra la especulación financiera descontrolada del país.
Cientos de proyectos faraónicos desaparecieron del mapa y el ritmo del progreso se detuvo en seco. Había llegado la hora de ajustar las cuentas, recortar los gastos y recalcular el futuro.
La Avenida de Mayo fue una de las tantas víctimas del año 90. Pasados de presupuesto, con algunos vecinos hostiles y sin fuerzas, la primera Comisión se disolvió y el proyecto quedó abandonado por dos años.
Durante ese tiempo la Avenida apenas había sido abierta en un par de cuadras inconexas. Unos pocos metros estaban empedrados, no había luz y los fondos de las casas demolidas aparecían cerrados con muros precarios construidos a las apuradas. Quienes habían apostado por la futura avenida probablemente hayan perdiendo la fe.
Recién para 1892, las cosas comenzaron a normalizarse. Se decidió formar una nueva Comisión para que ordenara la situación. Lo cierto es que, a pesar de la crisis, el proyecto había avanzado bastante: de los 172 lotes originales afectados unos 128 ya habían sido asegurados para el momento en que explotó la crisis económica. El gran problema eran los otros 44 lotes que quedaban en manos de vecinos que se negaban a cooperar. A pesar de las pérdidas que las demoras les generaban, muchos preferían esperar a la instancia del juicio antes que ceder un centímetro en sus pretensiones, muchas de ellas totalmente exageradas.
Misión cumplida
Contra todo pronóstico la Avenida de Mayo continuó creciendo. Lentamente la Comisión fue cumpliendo su cometido y cada vez más lotes cayeron bajo la piqueta del progreso.
Pero más importante aún, los vecinos que habían apostado por el proyecto continuaban haciéndolo construyendo los nuevos edificios, que eran absolutamente fundamentales para el éxito. Aunque todas las cuadras hubiesen sido abiertas nadie iba a festejar una avenida flanqueada por medianeras construidas a las apuradas.
En 1888 se habían demolido dos manzanas. En 1894 se terminó la apertura y el 6 de mayo de 1896 se completó el adoquinado de toda la Avenida de Mayo.
Las primeras obras comenzaron a aparecer incluso antes de que se terminara la Avenida. El Palacio Municipal comenzó a alzarse, aunque solo el frente que da sobre la Avenida de Mayo. El contexto de penuria económica por el que pasaba la Municipalidad era tan grande, por la crisis de 1890, que a pesar de los deseos del Intendente Bollini –que asumió ese año– una buena parte del edificio fue construido reciclando materiales de la demolida finca Zuberbühler, expropiada para la apertura de la Avenida.
El edificio, tal como lo conocemos ahora, recién se terminó en 1914.
Entre los primeros habitantes edilicios de la Avenida se pueden listar el de la esquina con la calle Perú, donde hoy está el café “London City”; el famoso “cubo” Drabble, en la esquina con Chacabuco, el Pasaje Roverano y el Hotel Ritz en la esquina con Lima.
Lentamente la Avenida se fue poblando. Varios de los arquitectos más importantes de nuestra ciudad estamparon sus nombres en las fachadas. Los carros comenzaron a rodar, los transeúntes comenzaron a caminar y lentamente Buenos Aires se enamoró de su nueva arteria. Contra todo pronóstico, la Avenida de Mayo se había abierto camino.
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