En Cerro Colorado, al norte de la provincia, se pueden recorrer los salones y a veces cuenta con la presencia de Kolla Chavero, hijo del artista.
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Atahualpa Yupanqui no nació en Cerro Colorado, al norte de Córdoba, pero lo eligió. Aquí se hizo su única casa propia, y aquí descansan sus cenizas. Hoy su casa es museo, en lo alto de la localidad, y cuenta con una guía, Paola Amaranto, que ofrece un repaso conciso sobre la vida y obra del célebre poeta folclorista. “Atahualpa Yupanqui nació en Pergamino como Héctor Roberto Chavero. Aprendió a tocar la guitarra a los 8 años. Viajaba por toda la Argentina cuando llegó acá, a los 30 años. Se hizo amigo de Patricio El Indio Barrera y a su padre, que estaba enfermo, le tocaba la guitarra. Antes de morir, en 1946, Barrera padre le regaló este terreno. Afiliado al partido comunista, Atahualpa se exilió en 1948, cuando gobernaba Juan Domingo Perón. Luego se repartió entre Buenos Aires y esta casa. Tuvo tres hijos con su primera mujer y luego conoció a Antoinette Paule Pepin Fitzpatrick –para todos, Nenette–, concertista francocanadiense que firmaba sus obras como Pablo del Cerro. Estuvieron juntos 50 años y tuvieron un hijo, Roberto. Crearon esta fundación y donaron la casa. Atahualpa murió en 1992, dos años después que su esposa. Y sus cenizas están aquí, en el patio, por su expreso pedido”, relata Paola mientras avanzamos por los salones del museo.
Un cuarto con sus pantuflas, muchos de sus premios, un bombo, una guitarra y cientos de fotos y afiches hacen al acervo cultural del lugar, que recorremos con interés cuando, sorpresivamente, Roberto Chavero –vecino de Cerro Colorado– aparece en el museo. La posibilidad de hablar con Kolla, así le dicen, completa la experiencia. “Mi padre se puso el nombre a los 7 años. Hizo un trabajo sobre los incas y firmó Atahualpa –el hijo de la tierra que viene de lejos– Chavero. Luego, a los 15 años, le sumo el Yupanqui”, comenta Roberto para empezar a desentrañar la historia de su padre.
“Mi abuelo murió cuando mi padre tenía 13 años. Fue complicado... Entonces se empezó a ganar los pesitos tocando guitarra. A los 18 años se juntó con otros músicos, acompañaba cantores y salió a recorrer el país. Sintió la necesidad. No creo que haya sido una elaboración intelectual, sino más bien el impulso de conocer el mundo de los paisanos. Así llegó a Cerro Colorado y se quedó por el ambiente criollo, por los guitarreros de campo. Estaba a gusto y protegido. Fue el único lugar donde decidió hacerse una casa propia”, cuenta Roberto, que también es músico y se crió en Buenos Aires, pero siempre vino de vacaciones a Cerro Colorado y ahora lo elige para vivir.
“A esta casa llegué vez cuando tenía un año. Era refugio de mi padre, después de su exilio, que fue real y forzado, entre el 48 y el 52. En una carta dice que jamás vivió el dolor del exilio, sino el honor del exilio. Era una forma de protesta. No quería vivir en esa época de la Argentina. Luego, durante la dictadura militar, estaba prohibido, no podía presentarse y sus canciones no se difundían, pero no intentaron atentar contra su vida porque ya era muy famoso y reconocido”, relata y recuerda la vida de su papá como exiliado en Francia. “Se escapó primero a Uruguay y luego llegó a París con una mano atrás y otra adelante. Se alojó en una pensión y se contactó con intelectuales de izquierda, porque estaba afiliado al partido comunista. Así fue como, en un momento dado, lo llevaron a conocer a Édith Piaf. Ella lo escuchó tocar la guitarra y lo invitó a compartir tres conciertos. Vio lo genuino del arte de mi padre; ese don del artista que transmite más allá del idioma o las costumbres. Entonces, al término del primer recital, mientras el empresario que los contrataba dividía la plata en dos montos iguales, mi padre pidió cobrar solo una partecita. Pero Édith Piaf, con firmeza, argumentó: ‘Miré Yupanqui. He vivido en la calle y sé lo que es la pobreza. Hoy tengo un anillo en cada dedo y con cada uno de estos anillos me alimento un mes’. Acto seguido, agarró los dos montos de dinero y se los dio a mi padre, que no quería aceptarlos. Hicieron dos recitales más, con las mismas condiciones. Así mi padre se pudo sostener y dar a conocer su música en países como Hungría y Bulgaria”, relata Roberto.
Cuenta que Atahualpa guardaba los premios en los roperos. “Los agradecía, pero sentía que él no era esos premios. Para organizarnos, creamos la fundación en 1987. Pensando en el devenir, le donamos la casa a la fundación, para armar acá el museo. Al principio fue complicado porque venían veinte personas por mes, pero con el paso del tiempo se fue difundiendo y Cerro Colorado funcionó turísticamente gracias a esto”, comenta el músico. “Tras la muerte de mi madre, mi padre, que ya estaba grande, quería seguir viniendo acá. Entonces le compré unas zapatillas modernas, porque siempre andaba de zapatos, para que anduviera por la piedra con más comodidad”, desliza sobre los últimos años del artista. Y agrega: “Era una persona con mucho humor, que jamás contó un chiste de doble sentido. Le molestaba la vulgaridad”.
Antes de despedirnos, reflexiona: “Nuestra cultura de raigambre folclórica está formada por un enorme rompecabezas con distintas expresiones que responden a naturaleza y costumbres de cada lugar. Un lazo no es igual en Salta que en Entre Ríos. Mi padre siempre fue observador. Eso lo trasladó a sus coplas y relatos. A veces pienso cómo es posible que alguien que tocaba una música tan regional como la música instrumental que hacía él y que cantaba en criollo, sea tan referencial para gente de la cultura en el mundo… Y, más aún, después de más de treinta años de muerto. Todo sin un gran aparato de producción detrás. Porque nosotros difundimos su obra y pensamiento, pero no los rasgos más íntimos de su personalidad. Él siempre dijo que quería ser un ilustre anónimo”.
Datos útiles
Casa Museo Atahualpa Yupanqui. Era la casa del músico y recibe visitantes para divulgar su obra. Se conserva original la habitación que ocupaba con su esposa, Nanette. Hay fotografías, premios y en el jardín descansan sus cenizas. Paola Amarato guía el recorrido. De martes a domingo, de 10 a 18 horas. Visitas guiadas cada hora. $1.000. Calle s/n. T: (351) 574-8911
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