El árbol representativo de Neuquén está amenazado por especies invasoras. En Villa Pehuenia, el vivero Puel trabaja por defender las araucarias.
- 6 minutos de lectura'
Las araucarias todavía perfilan el oeste de Neuquén con su impronta prehistórica. Las ramas se abren como brazos hacia el cielo desde el tronco recto, gordo y altísimo. Eso quiere decir pewen en mapuzungun, la lengua mapuche: “mirar el cielo”. El adverbio todavía de la primera frase es porque la araucaria, protegida por ley desde 2021 y árbol símbolo de la provincia, está amenazado por dos especies invasoras: Pinus ponderosa y Pinus murrayana.
Hace millones de años las primeras araucarias, parientes de las actuales, convivieron con los dinosaurios. Después se extinguieron, pero regresaron. En términos evolutivos se las considera fósiles vivientes. Crecen lento, lento en serio: dos metros cada 80 años. Y viven mucho, mucho en serio: más de mil años.
Para los mapuches, originarios de estas tierras, el pewen es un árbol sagrado, centro de su cosmovisión espiritual. Mapuche quiere decir gente de la tierra, y ellos también se llaman a sí mismos pewenche, gente del pewen. El árbol les provee alimento. Las semillas se llaman piñones (gijiw, en mapuzungun) y las da la hembra (es una especie dioica) recién entre los cuarenta y sesenta años. El sabor tiene algo que ver con el de la castaña. Son duros y para comerlos se hierven dos a tres horas, algunos también los apoyan en la estufa hasta que salta la cáscara, otros los meten en la Essen unos minutos y listo. Para hacer harina se muele. Así se preparan hoy los alfajores de harina de piñón de Villa Pehuenia, la aldea turística más joven de la provincia. También se usa para hacer muday, bebida que se obtiene de la fermentación del piñón y se toma en rituales.
La recolección de piñones está regulada: sólo es posible en áreas habilitadas y el aforo es de 30 kilos por persona por temporada (varía según el año), y es necesario sacar una guía en la municipalidad. Las comunidades mapuches son las encargadas de salir a piñonear y vender la cosecha por kilo a las fábricas de alfajores.
Los piñones también sirven de alimento para chinchillones, ratones pelilargos y cachañas. Los animales introducidos, conejos, liebres, vacas, ratas, jabalíes y ciervos también los comen y eso es una amenaza para el ecosistema.
De las 19 especies de araucarias que existen en el mundo, el pewen (Araucaria araucana) es la única adaptada al clima templado frío de la cordillera. El área de distribución es de unas 400.000 hectáreas entre Argentina y Chile, latitud 37 a 39. En Neuquén ocupan alrededor de 80.000 hectáreas y se integran con ñires, coihues y lengas formando bosques nativos.
Allá lejos y hace tiempo
Antes del turismo, cuando Villa Pehuenia no existía, la actividad productiva de la zona fue la industria ganadera orientada principalmente al comercio con Chile (el Paso Icalma está a 15 kilómetros). En los años 40 los controles fueron más estrictos y ese intercambio se complicó. Tiempo después, entre los 50 y los 70, hubo un auge de la industria maderera en Aluminé y Moquehue. Fueron años de tala sin control (se trabajaba las 24 horas). Más aún, la Administración Nacional de Bosques permitió explotación forestal. Había varios aserraderos que se alimentaban de maderas nativas. Las araucarias enormes –llegan a medir 50 metros de altura– se hachaban y bajaban con sogas. Los rollizos viajaban en camión a distintas ciudades y se convertían en muebles o se usaban para la construcción. El tiempo pasó y el bosque se deterioró.
Posiblemente por el impulso del turismo, a comienzos de los años 70 el estado provincial puso en valor los recursos naturales. El comercio del pehuén se prohibió por ley en 1975 y se creó una corporación forestal (Corfone) para forestar y explotar el bosque, y generar trabajo a través de la producción maderera. “El error de ese momento fue elegir pinos, que se adaptan muy fácil a la zona y liberan semillas que dispersa el viento. Esas nuevas forestaciones no se manejaron, no hubo raleo ni poda en décadas, entonces crecieron”, comenta el ingeniero forestal Mariano Dell’Aquila, técnico de la Dirección General de la Oficina de Recursos Forestales que trabaja hace un año en la zona.
Los pinos absorben más agua, acidifican el suelo con la pinocha, crecen muchísimo más rápido que la araucaria, que recibe menos luz, se oprime y puede secarse.
Es imposible no ver pinos porque están por todos lados: a orillas del camino, en las fotos del paisaje, cerca del lago, en los terrenos del Batea Mahuida, donde antes solo se veía el chicharrón, como los locales llaman a la piedra pómez pequeña que resultó de la actividad volcánica.
“Pinos de porquería”, se escucha de la boca de los habitantes de Villa Pehuenia-Moquehue. No los quieren nada, y sí se aferran al bosque nativo. También se habla de megapinería. Los pobladores piden permisos municipales para cortarlos. Algunos creen que vendría bien una planta peletizadora que convierta los chips de pino en pelet, un aglomerado natural mínimo, biocombustible para las estufas que vienen.
Las araucarias son resistentes, esa es su naturaleza. Posiblemente como crecen en una zona volcánica dominada por la lava y vientos atroces desarrollaron una corteza gruesa capaz de repeler el fuego. Sin embargo, no es ignífuga y en el último incendio en Quillén –comenzó el 19 de diciembre de 2021 y duró casi un mes– se perdieron muchísimos ejemplares calcinados, especialmente los más jóvenes con cortezas más finas.
A los fuegos se suma la presencia de ganado que sobrepastorea y compacta el suelo, la recolección de leña, la sequía de los últimos años y las nuevas urbanizaciones que achican los bosques. Son árboles resistentes, sí, pero últimamente afrontan demasiados embates.
Un vivero al rescate
Desde el Vivero Provincial Luis Alberto Puel, inaugurado en 1968 y restaurado completamente en 2019, se producen plantines de araucaria que compra mayormente el estado provincial y se destinan a la restauración del bosque nativo. El vivero está en la zona conocida como La Angostura y se puede visitar; además de conocer el museo, hay invernáculos repletos de araucarias de 30 o 40 centímetros de altura y nueve o diez años. “De los 40.000 plantines de araucarias que producimos anualmente pasamos a hacer 50.000 después de los últimos incendios”, señala José Luis Puel, director del vivero (hijo de Luis Alberto, que le dio su nombre al establecimiento).
En 2020, el diputado neuquino Carlos Alberto Vivero presentó un proyecto para que la araucaria, pewen o piñonero sea declarado Monumento Natural. Hay iniciativas, pero da la impresión de que se necesita una política concreta y planes de manejo y conservación menos burocráticos y más ágiles para la protección y restauración de estos árboles valiosos bioculturalmente. Testigos de un mundo que no vimos.
Temas
Más notas de Ecología
Más leídas de Revista Lugares
Joya porteña. La biblioteca que parece salida de Harry Potter, un libro de 1600 y el misterio del fantasma
Un hito de Bariloche. Reabren la histórica casa de un pionero como museo y sede de una marca internacional
Superó la "mala fama". Cuál es el corte de carne que era ignorado en los restaurantes top y hoy es un plato estrella
En plena selva. La familia de inmigrantes audaces detrás de una estancia histórica que hoy recibe huéspedes