La escuela secundaria de El Alfarcito fue concebida por el Padre Chifri para contener a los adolescentes de la Quebrada del Toro y evitar su migración hacia las ciudades. Algunos de sus primeros egresados son profesores que vuelven a enseñar.
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Cuando el padre Sigfrido Maximiliano Moroder llegó a Salta en el año ´95 desde Buenos Aires, asignado como auxiliar de la parroquia de Rosario de Lerma, se sorprendió al descubrir que en las comunidades que había distribuidas a lo largo de la Quebrada del Toro predominaba la gente mayor. Esos parajes aislados que consistían solo de una capillita, una escuelita primaria y un mini caserío distribuido en las alturas en las faldas de los cerros entre espacios de pastoreo y cultivo, no tenían jóvenes. Éstos se iban a la ciudad a la hora de hacer el secundario con la idea de estudiar, y terminaban en asentamientos donde los malos hábitos les jugaban en contra y se les diluía el sueño de estudiar y volver.
Los parajes eran unos 25 y algunos estaban muy inaccesibles. Llegar al más lejano demandaba desde Rosario de Lerma transitar unas cinco horas en vehículo, y otras cinco más por una senda por donde pasan solamente mulas. Cuando al padre se le encomendó transitar por esos lugares, no sabía la distancia en kilómetros y sí las horas que demoraba en llegar. Porque en el cerro las distancias se miden en horas y algunos de los pueblos como Alfarcito, Gobernador Solá o Ing. Maury se encuentran accesibles sobre la ruta 51 que lleva de Campo Quijano a San Antonio de los Cobres, pero muchos están muy metidos en el cerro y no se ven.
Para acortar tiempos los visitó en parapente. Había sido jugador de rugby antes de entrar al seminario y tenía facilidad para los deportes, y su meta era llegar a la casa más recóndita de la quebrada para conocer a su gente, llevar la palabra de Dios y luego bajar de los cerros en parapente. El padre conoció las 18 escuelitas primarias, y a toda esa gente que pedía una escuela secundaria en el cerro, más cerca de casa.
El padre Chifri (como lo conocían todos) se lo propuso: pensó cuál era el lugar más céntrico equidistante a las 25 comunidades e instaló sus bases en Alfarcito, un paraje pintoresco donde había alfalfa y donde históricamente los arrieros se detenían a alimentar la hacienda. Además tuvo en cuenta que se ubica sobre los 2800 m.s.n.m, y como las nubes se suelen posar en ese sector salteño en los 2400 m, tenía garantizados días de sol para poder hacer uso de la energía solar. Visitó en las montañas casa por casa y charló, más allá de su actividad pastoral, con cada una de las pastoras y sus maridos.
Chifri fue todo potencia y su solidaridad inmensa. Armó un equipo voluntario constructivo y pedagógico con benefactores y donantes. Consiguió dinero, mano de obra, una cantidad incontable de grandes ladrillos de adobe que hizo la misma gente local, materiales. “El padre fue armando equipo… hablara con quien hablara era imposible decirle que no, aunque no te obligara. Te enamorabas de la idea y las puertas se iban abriendo”, asegura Daniel López, secretario del colegio secundario albergue de montaña de Alfarcito N 8214, en un recorrido por la escuela ejemplar que tiene hoy una matrícula de 118 alumnos y capacidad para 150 albergados, y que se inauguró el 5 de diciembre de 2009. Ofrece una orientación en producción agropecuaria, turismo, artes y oficios, y capacitación en construcciones regionales bioclimáticas. “El colegio es la suma de muchas voluntades”, asegura. Fue uno de los tantos proyectos realizados junto a la Fundación Alfarcito.
Una curiosidad: las paredes de la fachada del edificio están compuestas por rocas pintadas de negro recubiertas por un panel de cristal. Es un sistema de calefacción conocido como trombe, en que la luz solar refleja en el cristal y choca con la piedra que conserva la temperatura. Así, los ambientes del establecimiento alcanzan de noche una temperatura de hasta 12 grados mayor que la externa, muy necesarios ya que durante todo el año la quebrada amanece con temperaturas bajo cero. Además de los muros trombes, en el colegio hacen uso de la energía solar con colectores y paneles solares.
Los alumnos que viven sobre la ruta se van el viernes a sus casas y vuelven el domingo o el lunes a la mañana. Los que viven en parajes muy alejados vuelven una vez al mes o en los feriados largos. Hay quienes van y vienen todos los días.
“Si el Estado hubiera venido, construido y abierto el colegio, no hubiera tenido la misma matrícula que tenemos ahora, ¿sabés por qué?”, pregunta entusiasmado Daniel. Y cuenta que desde el día que se inauguró llegan las pastorcitas y en su humilde esencia entienden el valor de la educación y dicen: “Traigo a mi hijo porque el padrecito me dijo que es necesario educarse”. “Venían solamente porque él se los dijo”, repite un emocionado Daniel, y dice que cuando el querido Chifri falleció, las señoras salían a la ruta caminando desde los cerros con su bastoncito y decían que tenían que venir a despedirlo.
Porque el padre falleció joven, de un infarto y con solo 46 años en 2011, no más de un año después de haber recibido el premio de abanderado a la Argentina Solidaria. Unos diez años antes había tenido un accidente de parapente cuando volando lo agarró un remolino y cayó desde unos 30 metros: Chifri la luchó y aunque le pronosticaron que quedaría parapléjico y que estaría postrado y en sillas de ruedas para siempre, logró caminar con la ayuda de muletas canadienses y trasladarse por los cerros para estar cerca de su gente en un cuatriciclo que él llamaba “el burro rojo”. El cuatri está hoy en las puertas del museo del centro eclesial de Alfarcito, donde también hay una muestra que ofrece una excelente introducción a la vida de la gente en el cerro, y lo cuenta todo acerca del legado del padre. En el libro “Después del Abismo”, escrito después de su accidente, Chifri narró parte de su historia.
“Él decía que el cerro no debía expulsar a la gente, que era importante darles oportunidades para que se queden, y si quieren irse que sea una elección”, explica Daniel López. Y da como ejemplo el centro de artesanías, para que los pastores que durante el mes hacen sus artesanías tuvieran en Alfarcito un local y un voluntario que atendiera a los turistas. De lo contrario tenían que bajar a la ruta y probar suerte a la vera del camino. “Los reunió en el centro de artesanías y los motivó a hacerlas mientras pastorean con el beneficio de vender en el centro y recibir el dinero a fin de mes”, sostiene. Esa tarea continúa el día de hoy: el último sábado de cada mes llegan unos 35 artesanos desde la serranía, se les recibe el producto (principalmente en cuero, madera de cardón, astas y tejidos de llama y oveja), se hace un inventario, reciben el dinero de lo que se vendió y aportan un porcentaje mínimo para el pago del personal que atiende en el local.
Además del colegio y albergue, preciosa capilla (donde descansan los restos del padre), puesto sanitario, centro de informes, confitería y museo, en el paraje se ve estacionado un colectivo multicolor que ya no funciona. Es el Colectivo de los Sueños, que surgió cuando le regalaron un viejo colectivo: Chifri lo llenó de juegos y libros, elementos deportivos, TV, pelotero, y visitaba una semana una escuelita primaria donde servía como material didáctico complementario para las maestras.
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