Al oeste de la Capital Federal, reúne viveros, propuestas gastronómicas que innovan y mucha vida universitaria.
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“La cultura es el ejercicio profundo de la identidad”, expresó alguna vez con genialidad y precisión intelectual el más ilustre vecino del barrio porteño de Agronomía. Efectivamente, la sentencia del escritor Julio Cortázar se aplica a la zona residencial que habitó y cuyo edificio de departamentos es una de las atracciones turísticas de la Ciudad de Buenos Aires. Está ubicado en el llamado Barrio Parque Guillermo Rawson y se encuadra en una especie de polígono abrazado por las calles Tinogasta, Zamudio y Cortázar. Surgió de una planificación de la Comisión Nacional de Casa Baratas y fue construido entre 1928 y 1934. Una parcela se asignó a 104 residencias individuales y la otra a nueve monoblocs de tres pisos para ocho departamentos por edificio.
Julio vivió aquí entre 1934 y 1951 en el inmueble de Artigas 3246, pabellón 1, tercer piso, con jardincito al frente, que fue donde escribió “Casa tomada”. Compartió el hogar con su madre, María Herminia Descotte, y su hermana Meme, hasta que partió a París. Muy próximos, lucen chalets estilo inglés con techos de tejas y engalanados de enredaderas y flores.
El entorno ratifica poéticamente su pensamiento sobre el sentido del ser en sociedad. La placita redonda de enfrente, con el nombre del poeta lunfardo y periodista Carlos de la Púa, tiene una pequeña biblioteca pública al paso, hecha de madera, artesanal, de austeras dimensiones, como sacada de un cuento. Se llama La Maga (como el inolvidable personaje de Rayuela) y cualquiera puede dejar o retirar libros. Están apilados en un gabinete tipo casita y protegido del mal clima por el follaje de un ginkgo biloba –una de las especies de árbol vivo más antiguas– y de un palo borracho.
A pocos metros, un juego de rayuela pintado sobre el asfalto recuerda a los transeúntes dónde se está, más allá de que los carteles nomencladores indiquen que esa arteria es Cortázar desde 1994, cuando el Concejo Deliberante le cambió el nombre a un tramo de Espinosa (un militar llamado Gervasio que actuó en batallas a mediados del siglo XIX).
Sin proponérselo formalmente la vecindad, el estilo de vida calma se dio naturalmente entre sus habitantes y lo defienden, más allá de la moda surgida (el slow movement) a mediados de los años 80 en Italia. Sobresale la mansedumbre y, seguramente, coinciden con este andar los numerosos gatos que se pasean orondos y sociables por las pareditas, canteros, techos de autos o maceteros. Una escena muy cortazariana dado el conocido apego del autor por los felinos, como lo muestran las fotos con su gata Flanelle.
Vale rememorar un texto suyo de Rayuela con aires de maullido: “... y los gatos, siempre inevitablemente los minouche morrongos miaumiau kitten kat chat cat gatto grises y blancos y negros y de albañal, dueños del tiempo yde las baldosas tibias, invariables amigos de la Maga que sabía hacerles cosquillas en la barriga y les hablaba un lenguaje entre tonto y misterioso, con citas a plazo fijo, consejos y advertencias”.
Los autos salen despacio de los garajes o de su estacionamiento sobre el asfalto. Hay un hábito de saludos y convivencia armónica. Un cartel dice “Barrio sin prisa” y, si uno está lejos de las avenidas principales, el silencio se nota por el canto de los pájaros y sólo se interrumpe cuando algún convoy ferroviario de la línea Urquiza anuncia con su bocina que está por llegar a la estación Francisco Beiró o por cruzar una calle con barrera.
Un generoso catálogo de verdes
Agronomía, designada como Comuna 15, tiene como límites Avenida San Martín, Gutenberg, Campana, Avenida Salvador María del Carril, Avenida de los Constituyentes y Avenida Chorroarín. Son poco más de dos kilómetros cuadrados, con lo cual es una tentación para la caminata o para aprovechar las bicis disponibles en varias estaciones, sobre todo en veredas de las facultades y los clubes.
Formó parte de la antigua Chacarita de los Colegiales (una derivación de “chacra”), puesto que era un campo que había dependido de los jesuitas y donde acudían de vacaciones los estudiantes del Colegio San Ignacio. Adquirió su nombre el 25 de septiembre de 1904, al instalarse el recién creado Instituto Superior de Agronomía y Veterinaria, es decir, que el barrio celebrará su 120° aniversario con la llegada de la primavera.
Las arboledas tienen una generosa variedad de especies: tipas, palos borrachos, ficus, robles, liquidámbares, plátanos, sauces, acacias y jacarandás. Un plus: el encantador Jardín Botánico Lucien Hauman (un botánico belga pionero en lo académico), que ocupa una hectárea desde 1922, con plantas cultivadas y silvestres necesarias para la docencia. Con un millar de ejemplares, propone, además, talleres para aprender cómo cuidar las plantas, charlas sobre cuestiones de la flora, prácticas de telares y encuentros creativos.
Pero si de comprar verde se trata, está el Vivero de Agronomía, quizás el más grande de la ciudad con 4.000 metros cuadrados, que desde hace 20 años vende árboles (un diferencial del negocio), junto con plantas nativas de interior o exterior, variedades extranjeras, cactáceas... y abonos o herramientas, como una pala o un rastrillo.
Una característica esencial de la jurisdicción –evidente al ver el mapa interactivo de la Ciudad de Buenos Aires– es la primacía de espacios verdes, que son territorios universitarios o clubes y un hospital. Un catastro espacial que contiene el Barrio Rawson hasta Avenida San Martín.
En tanto que hacia el noroeste (lindante con Villa Pueyrredón) está la zona residencial con pequeños comercios, escuelas, clubes e iglesias dentro de un casi perfecto rectángulo de 12 cuadras por seis. En uno de los solares amplios –en un vértice–, está el Instituto de Oncología Ángel H. Roffo, que hace 102 años empezó a servir a la sociedad y fue el primer establecimiento especializado de Latinoamérica, aunque entonces contaba con un solo pabellón de internación y hoy es un nosocomio multidisciplinario fundamental para pacientes de todo el país, con un altísimo nivel médico y áreas de investigación y estudios académicos, dependiente de la Universidad de Buenos Aires. Monumento Histórico Nacional, los edificios están comprendidos dentro de la arquitectura higienista, con pabellones separados por arboledas y jardines, donde también hay sesgos normandos y neoclásicos.
En el barrio –acorde a su nombre y origen–, la mayor superficie pertenece a las facultades de Agronomía y de Veterinaria, que llegan hasta el marco formado por las avenidas San Martín, Chorroarín y Constituyentes, con una serie de construcciones, tantas como especialidades académicas, si bien en la inauguración, en 1904, el presidente Julio A. Roca cortó las cintas de apenas dos estructuras.
Hoy hay modernos edificios funcionales para las diver sas licenciaturas y tecnicaturas que se cursan en excelentes instalaciones. Y, si no están en clase, los estudiantes tienen un reducto para alimentarse muy querido: La Cabra Dorada (en Aguaribay y Las Tipas), con el “espíritu de campo en pleno verde porteño”. Un buffet con todo tipo de menús, incluidos, puntualmente, platos criollos (lentejas, locros, empanadas...) o veganos o sin TACC, más reuniones artísticas, encuentros poéticos, clases de danza o ferias de ropa vintage.
El “parque Agronomía” (como se lo menciona) y las callecitas de alrededores son dominios de estudiantes solitarios o en grupos, pero también de vecinos que ingresan para caminar, leer, tomar mate, hacer running o yoga, o pasear el cochecito de un bebé en medio de la serenidad.
Otro punto interesante está sobre Avenida de los Constituyentes (siempre dentro del predio universitario): la Estación Meteorológica Villa Ortúzar del Servicio Meteorológico Nacional. Funciona desde 1906, con áreas técnicas y de investigación, y es la que nos brinda todo lo referido al clima diario que nos toca vivir en la Capital Federal.
Para pasarla muy bien
De reconocida buena fama y una vigencia de casi una década, enfrente de la residencia del gran escritor y de la plazoleta, está el Bar Rayuela, ideal para saborear café, té y cosas ricas mientras uno se deja transitar por la sensación de saber que está sobre los pasos del autor de tantos libros. Si es tiempo de almuerzo o cena, hay que pedir costillitas de cerdo confitadas o una entraña grillada con papas y batatas fritas. En una línea más italiana, los canellotti de masa verde con ricota, nuez y espinaca sazonada con pesto rústico de tomates secos, o un risotto de setas varias (champiñones, hongos de pino, portobellos) con pedacitos de queso reggiano.
De sobremesa, es irresistible caminar esas cuadritas y apreciar los jardines, o comprar alguna plantita aromática o floral en el vivero emplazado sobre el jardín de una casa, el Veredita Verde, frente a la plazuela. “Siempre amé las plantas y cuando vine a vivir con mi pareja, Rodolfo, decidimos, hace dos años, armar este negocio. Habitualmente compra la gente del barrio, pero también lo hacen quienes vienen de visita porque este lugar es hermoso, sobre todo sábados y domingos”, comentó Jorgelina.
Todo cambia el segundo fin de semana de cada mes. Desde 2013, cerca de 10.000 personas se dan cita en la prestigiosa Feria del Productor al Consumidor, que se despliega sobre Avenida de las Casuarinas de la quinta de Agronomía. Son dos centenares de puestos a lo largo de unos 500 metros, con expendio de verduras, frutas, productos artesanales, mieles o artesanías, con precios accesibles: seguro, más baratos que en un súper.
El acontecimiento comercial y turístico fue declarado de Interés para el Desarrollo Económico y Social por la Legislatura porteña porque entre sus virtudes se contempla el consumo responsable, la alimentación saludable y la economía social y solidaria. Comprende, además, participaciones culturales, pequeños shows musicales donde los asistentes se prenden a bailar (si la música convoca, claro). No faltan manufacturas de pueblos originarios, instrumentos musicales, mates, productos veganos y locales que venden alimentos para consumir en áreas con mesas.
“Esta es la feria más linda y lo importante es que las frutas y verduras frescas van directamente al consumidor. La mayoría son de la zona, aunque vienen otros desde lejos o turistas. Los vecinos se sienten muy identificados y orgullosos con esta actividad y por eso se ven largas filas. La cordialidad está siempre presente entre los que vendemos y el público”, dice Sergina, del puesto A Turma da Bahiana. Junto a su hija atiende a los clientes mientras se escucha de fondo música brasileña. Preparan jugos y licuados, bandejitas de frutas con leche condensada y comidas típicas como feijoada (con opción vegana), tapioca rellena, tés frutales, pão de queijo, brigadeiros.
La clave es ser curioso porque cada expositor está deseoso de conversar y contar qué hace. Hasta Benjamín, uno de los artistas autogestivos, quien a voz en cuello promociona una minifunción de títeres miniatura y los chicos se acercan. Su emprendimiento creativo se llama El Menjunje. “Soy titiritero y coordino un espacio cultural desde 2013 trabajando en escuelas, clubes, plazas, ferias, eventos privados y, por supuesto, salas de teatro. Me encanta la promoción y difusión del teatro de títeres”, explicó mientras armaba una inmediata función.
Dos santuarios y dos comercios notables
Entre los sitios religiosos del barrio, el que genera más concurrencia y devociones es la Parroquia San José del Talar, de 1939, ya que alberga el santuario de la Virgen María Desatanudos, una advocación mariana cuya imagen fue traída desde Alemania en la década del 80 por iniciativa del actual papa Francisco y se convirtió en uno de los fervores más populares de la ciudad, con énfasis de asistentes cada 8 de diciembre.
La feligresía vecinal concurre también a Santa Magdalena Sofía Barat, hermosa parroquia construida en 1934 por el arquitecto Alejandro Christophersen (autor también del Café Tortoni, la Residencia Unzué, el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez).
En cuanto a la actividad comercial, la casi totalidad de los negocios son comunes a cualquier barrio, menos dos que resultan notables y tradicionales. Uno de ellos es la centenaria fábrica Mosaicos Saponara, con salón de ventas sobre Avenida San Martín y depósitos por Zamudio, donde sorprende en la fachada un ornamento con tres manos entrelazadas. “Es el distintivo de que la empresa fue creada por un trío de hermanos italianos, de la Basilicata. Primero vino Giuseppe, quien trajo a sus dos hermanos cuando empezó a fabricar mosaicos”, cuenta Cristina Saponara, tercera generación de la familia.
Otro local singular y atrayente por el verde intenso de su frente en una ochava es la Zinguería San Martín (sobre la arteria homónima), que produce claraboyas, conductos, sombreros para fumistería, cenefas, canaletas galvanizadas, baldes, fuentones y regaderas, entre muchas otras piezas. “La fundó mi marido, Osvaldo Falco, hace 35 años, quien aprendió el oficio de zinguero de su papá. Nos compran profesionales de obras o de reparaciones, pero también vecinos que necesitan un macetero o tienen que hacer arreglitos en la casa o poner una campana para la cocina o la parrilla”, dice su esposa, Marta Encina.
Dos colores emblemáticos y sabores de la vecindad
Entre las propuestas deportivas, el más extendido y multidisciplinario es el Club Comunicaciones, fundado en 1931 por personal de Correos y Telégrafos. Tiene un estadio de fútbol, el Alfredo Ramos, para 3.500 espectadores, que juega en la Primera B. La memoria ciudadana asocia Comunicaciones con multitudinarios bailes de carnaval con artistas de renombre. La entidad pasó por muchas dificultades financieras, pero hace dos años hubo elecciones y volvió a manos de sus socios. Múltiples deportes (tenis, futsal, básquet, béisbol, boxeo, fútbol femenino, gimnasia artística, handball, hockey sobre césped...), colonia de vacaciones y parque acuático forman parte de su oferta a los asociados.
En términos de hectáreas, similar es el caso del Club Arquitectura, “Arqui” para los miembros de la entidad social y deportiva creada en 1927, que originalmente se llamó Club Atlético del Personal de la Dirección General de Arquitectura MOP. Dispone de instalaciones amplísimas para practicar tenis, básquet, natación, futsal, taekwondo o patín. Otros puntos a favor son el restaurante, los quinchos con parrillas, el solárium y las colonias de vacaciones para los menores. Otras opciones son los reconocidos y muy vecinales clubes Morán, de 1926, sobre la calle homónima, con un excelente estadio techado y mucha actividad en futsal.
También el Club El Talar, que suma básquet y la biblioteca, y el Club General Artigas, que es de 1941 y tiene 800 socios. Su presidente, Beto Barabaschi, comentó una particularidad: “La biblioteca fue una de las razones de ser de la institución y tenemos unos 3.000 volúmenes; sin embargo, en los últimos años, por cuestiones sociales y culturales (ajenas), dejaron de consultarse los libros... ni los niños lo hacen. Todo es digital”.
La buena mesa
En cuanto a propuestas gastronómicas, en diversas esquinas se encuentran sucursales de conocidas cadenas; pero aquí lo interesante son los emprendimientos y las propuestas locales más atractivos. A pocos metros del ingreso al parque de Agronomía, Runna Café y Sabores está desde hace un lustro, casi siempre abierto hasta las 22, con mesas adentro y en la vereda de Zamudio. Los afiches en el frente son claros: pet-friendly. La carta es tentadora: facturas caseras, budines, brownies, wafles, tostadas con dulces, frutas, cafés y tés prometen un buen desayuno o merienda. Hay mesas con cuatro comensales y también estudiantes con sólo un café y una laptop. Para almuerzo y cena, hay sándwiches gourmet con 10 variedades, tartas, ensaladas, hamburguesas, milanesas y platos veganos. Aunque no son exclusivos del barrio por tener otros dos locales, vale citar tres propuestas. La gente adoptó Lo de Cheno y hay mucha demanda de sus especialidades: pizzas y 23 gustos de empanadas, las clásicas y algunas combinaciones poco usuales, como salchicha, mozzarella y huevo; panceta, ciruela y mozzarella; roquefort, apio y nuez.
Algo similar ocurre con Monti, bar de pastas y café, sobre Salvador María del Carril al 2900, que tiene una lista ecléctica como para cubrir todos los pedidos o comer en el lugar. El cocinero recomienda el voluminoso volcán de ñoquis (tal la forma del envase comestible que los contiene) con salsa a elección. El tercer caso es Don Enrique Parrilla, que ya tiene prestigio en la zona con su asador y platos de cocina común, además de comidas criollas en días festivos. Está abierto todos los días con asientos al aire libre y menús para niños.
Finalmente, el más singular y cotizado de Agronomía –y con un nombre muy extraño– es Alma de Gil. Cumplirá un año y medio en septiembre en una esquina de Avenida Beiró, con mesas afuera, adentro y en la hermosa terraza con plantas y gazebos. “Somos una sociedad familiar de tradición gastronómica y concebimos el menú como casero. Empezamos con una línea mediterránea, pero paulatinamente abrimos la carta. De lunes a viernes estamos de noche y los fines de semana para almuerzo y cena. La especialidad: risotto con mollejas”, asegura Roxana. ¿Por qué se llama Alma de Gil? “Alvarez somos nosotros, Macarrone es mi yerno y su cuñado es Gil: Al-Ma y Gil”. ¿La gente les pregunta esto? “Todos”, responde divertida.
Datos útiles
La Cabra Dorada. El buffet de los estudiantes de Agronomía, abierto al público, con opciones veganas y celíacas. Lunes a viernes de 8 a 20. Av. De los Constituyentes 3482. T: 3474-6513. IG: @cabra.dorada
Bar Rayuela. Exquisiteces dulces y saladas. Martes a sábado de 9 a 24. Domingo y lunes de 9 a 21. Gral. José Gervasio Artigas 3199. T: 2899-1019. IG: @rayuelabaragronomia
Alma de Gil Bistró. Cocina casera muy variada. Se recomienda reservar en fin de semana. Lunes a viernes 20 a 24. Sábados y domingos de 12 a 16 y de 20 a 24. Martes cerrado. Av. Francisco Beiró 2999. T: 2493-3317. IG: @almadegil.bistro
Zinguería San Martín. Interesantes los fuentones, regaderas, lecheras y baldes. Lunes a viernes de 8:30 a 18. Av. San Martín 4851. T: 4504-6477.
Club Comunicaciones. Los no socios pueden concurrir abonando entrada y usar los servicios, el parque, parrilla. Domingos: adulto $5.500, menor $3.700. Todos los días de 8 a 24. Tinogasta y Av. San Martín. T: 4502-9493. IG: @clubcomunicacionesoficial
Saponara Mosaicos. Venden mosaicos graníticos y calcáreos, incluso por unidades. Lunes a viernes de 9 a 13 y de 14 a 18. Sábados de 9:30 a 12:30. Av. San Martín 4619. T: 4501-3231. IG: @saponaramosaicos
Vivero Veredita Verde. Plantas de interior y exterior, árboles frutales y enredaderas con precios accesibles. Jueves a domingos de 10 a 19. Artigas 3219. T: 6016-4240. IG: @veredita.verde
Vivero de Agronomía. Amplio stock de plantas y árboles. Lunes a sábados de 9 a 18:30. Domingos, de 10:30 a 18:30. Av. Francisco Beiró 2424. T: 2377-8260. IG: @viveroagronomia
Feria del Productor al Consumidor. Dos centenares de stands de verduras, frutas y artesanías. Segundo fin de semana de cada mes, modificable por cuestiones climáticas. Av. San Martín 4453. T: 5287-0000. IG: @ feriaagronomia
Parroquia San José del Talar. En uno de los sectores se encuentra el santuario de la Virgen María Desatanudos. Lunes a sábados de 8:30 a 20. Domingos de 8:30 a 21. Navarro 2458. T: 4571-8808.
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