Desde bares y hostels hasta posadas, cada vez más emprendedores argentinos están dejando su huella en Ilha Grande.
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Hace tiempo que Ilha Grande ya no es un secreto. Ubicada en frente de Angra dos Reis, forma parte indivisible del ecosistema alrededor de Río de Janeiro y es un sitio que rebasa de naturaleza conservada. Aquí funcionó hasta la década del 90 una cárcel de máxima seguridad. Cuando decidieron abrirla al turismo, el público se encontró de repente con un sitio casi prístino. Desde entonces ofrece un combo explosivo: playas de naturaleza virgen (en el tope de la lista está la famosa Lopes Mendes, pero también hay pequeñas calas escondidas), selva tropical, aguas cristalinas -ideales para hacer snorkel- y arena bien blanca. A todo esto, se le suma una afluencia constante de turistas durante todo el año, lo cual convierte a Ilha Grande en un sitio ideal para emprendedores. No es casualidad, entonces, que cada vez más argentinos la elijan para montar sus negocios.
“Es un lugar de playas increíbles, de temperaturas casi perfectas. ¿Quién no dijo alguna vez, ‘ya fue, vendo todo y me pongo un barcito en la playa’? Bueno, este lugar te lo permite”, dice entre risas Juan Ignacio Echayre, dueño de un bar, una parrilla y un hostel en la isla. “¿Por qué hay tantos argentinos? Primero, nos entendemos bastante con la cuestión del idioma, el portuñol es fácil. Aparte, el argentino es trabajador. Acá, si trabajás, te va bien”, aporta Cristhian Lamadrid Golda, propietario de dos emprendimientos hoteleros.
Si hay un argentino autorizado para explicar cómo se gestó este desembarco de connacionales en la isla, ése es Jerónimo Cattaneo. Desde 2001, este emprendedor es una de las referencias ineludibles en el mercado de los tours en Ilha Grande. “A tres horas de Buenos Aires, hay un paraíso...”, avisa Jerónimo. “Es un paraíso lleno de naturaleza donde la gente tiene buena onda y su pueblo es súper relajado, que disfruta con muy poco. Emprender un negocio en un lugar así, donde encima hay mucho turismo, es un sueño: ¿y quién no soñó con tener un negocio en el paraíso?”, se pregunta.
Jerónimo confirma la tendencia: “Cada vez hay más argentinos porque esto es una mina de oro, la isla es un gran lugar para invertir”. En Ilha Grande viven, de forma permanente, alrededor de 3 mil personas. Si bien no hay estadísticas oficiales, los argentinos fluctúan entre 100 y 300, en especial durante la temporada alta. Y son cada vez más los que se animan a emprender, en especial después de la pandemia. Así lo remarca Gabriel Ferreyra, dueño de un bar y de una posada: “La verdad es que todos los argentinos que venimos a emprender, hacemos diferencia”. “Creo que este es un lugar elegido por argentinos por el movimiento turístico que tiene, en gran parte también argentino, por la distancia no tan lejana, y por la naturaleza maravillosa que ofrece”, acota Gonzalo Guterman, quien creó un hostel junto a un amigo.
Para muchos de estos residentes y emprendedores argentinos, la vida en la isla es una experiencia signada por el ritmo tranquilo y relajado, la ausencia de autos (salvo para servicios de emergencia), y el constante contacto con la naturaleza. Todos coinciden en que el día a día en la isla es una experiencia marcada por la desconexión del mundo exterior y la conexión con el entorno. A pesar de los desafíos como la falta de servicios básicos y la escasez de insumos, para ellos la vida en Ilha Grande ofrece una sensación de libertad y seguridad que no tiene precio.
Parrilla argentina en portuñol
Juan Ignacio Echayre nació en Adolfo Gonzáles Chaves, provincia de Buenos Aires, pero siempre tuvo un sueño latente: vivir en la playa, en un lugar donde el verano nunca terminara. Después de años de trabajo y estudio en La Plata y Buenos Aires, y tras incursionar en el mundo de la hotelería y la gastronomía en varios puntos turísticos de Argentina, decidió dar un salto audaz hacia un nuevo horizonte: Ilha Grande.
“Vine de vacaciones a la isla y no paré de venir todos los años en busca de unos días de playa y siempre con un ojo en las posibilidades que puedan surgir”, cuenta, acerca de los inicios de esta aventura. La oportunidad se presentó de manera inesperada en una reunión con uno de los fundadores de la cadena de hostels Che Lagarto. Así nació la idea de abrir un bar en el Che Lagarto de la Isla. Tras varios meses de planificación y acuerdo, Juan Ignacio se encontró cumpliendo su sueño en el paraíso: montando su propio negocio en Ilha Grande. “En la isla siempre es sábado”, dice. “Es un lugar donde vivimos de forma liviana, aprovechando todas las bondades que la naturaleza tiene para ofrecernos”, agrega.
Juan Ignacio, y su equipo, han llevado el auténtico sabor argentino a las playas de Ilha Grande a través de dos establecimientos: el Che Lagarto Hostel (@chelagartoilhagrande) y su bar (@bardocheilhagrande), y La ParrIlha (@laparrilha.ig), una parrilla argentina ubicada en el centro de la Vila. “Ofrecemos una experiencia gastronómica argentina aquí en Brasil; importamos carne y vinos de Argentina y ofrecemos una amplia variedad de platos típicos, desde cortes de carne hasta ensaladas, entradas y postres”, detalla.
Enamorados de la isla
Jerónimo Cattaneo se había comprado un velero chiquito en Río de Janeiro con la expectativa de aventurarse por el litoral brasilero. Alguien –no recuerda bien- le dijo: “Tenés que ir a Ilha Grande”. Cuando llegó, se encontró con lo que define, sin dudarlo, un “paraíso” y decidió quedarse. Al principio hacía changas de todo tipo, cortaba ramas de árboles, sacaba murciélagos de los techos, carpintería, de todo. Luego comenzó a trabajar como guía en las excursiones y se dio cuenta de que no había un servicio acorde al entorno que frecuentaba. Junto a su amigo Gustavo compraron un barco y organizaron una excursión “bien familiar, tranquila, donde además de mostrar los lugares se contaba su historia. “Se empezó a hacer conocido y fue creciendo sin querer, sin planificación”, dice.
Hace ocho años, cuando nació su hija Matilda (que vive en Viena), Jerónimo se decidió a formalizar la empresa y el proyecto explotó. Hoy tiene una estructura con marineros, guías y un emprendimiento bien instalado entre las propuestas de la isla. “Mi negocio (@jeronimotours) es un paseo de amigos. Nosotros vamos a la Laguna Azul, un lugar ideal para hacer snorkel, donde hay muchos peces. Y un distintivo es que cocinamos lo mismo para todos (salvo vegetarianos y veganos) porque nuestra idea es que se arme grupo. Pescado fresco, verduras salteadas. Es una excursión tranquila, donde la gente la pasa bien y donde gente que no se conoce se suelen hacer amigos”, revela.
A pesar de ese crecimiento, sus días siguen estando marcados por el ritmo relajado de Ilha Grande: “En mis inicios cada día era una aventura, ahora vivo en un velero junto a mi pareja, Rocío. Desayunamos, tranqui, y me contacto con los pescadores para ver qué vamos a ofrecer en el día. Mayormente, hago sociales. Siempre aparece algún amigo y hacemos una cena. Es un día a día muy tranquilo, con mucha naturaleza”.
La historia de Hostel Mahalo (@hostelmahalo) es una de esas que surgen en medio de la incertidumbre, cuando el mundo parece detenerse. Para Gonzalo Guterman y Federico Cartochio, dos amigos y emprendedores argentinos, la pandemia no fue un obstáculo, sino exactamente lo contrario: una oportunidad para dar vida a un sueño que habían acariciado desde hacía tiempo.
“La idea de montar el hostel surgió en plena pandemia”, cuenta Gonzalo. “Vivíamos en Buenos Aires, pero habíamos quedado maravillados con la isla durante nuestro viaje como mochileros por Brasil. Nos ‘atrapó’ durante seis meses, y siempre fue una idea volver para quedarnos”, añade. Sólo faltaba que surgiera la oportunidad concreta y que los planetas se alinearan: “Y así sucedió, justo a Fede le salió la oportunidad de montar un hostel y le dio para adelante junto a otros amigos”.
Ese deseo fue el motor detrás de la idea que desembocó en Mahalo, el hospedaje que Gonzalo y Federico crearon en la isla y que tiene lugar para 30 personas en habitaciones, mixtas y privadas, todas equipadas con baño propio y aire acondicionado. Además, brindan un desayuno completo incluido, generando un espacio propicio para que los huéspedes se conozcan y compartan experiencias. Las noches de caipirinhas son la previa perfecta para disfrutar de la vida nocturna de la isla.
El día a día en Hostel Mahalo está marcado por el clima y la energía de los huéspedes. Los días soleados invitan a disfrutar de paseos y playas, mientras que las lluvias -habituales en la isla- generan un ambiente más introspectivo. A pesar de las limitaciones culturales y la sensación de pequeñez que puede surgir en un pueblo, la atmósfera positiva y la belleza natural de la isla compensan con creces. “Lo bueno de Ilha Grande es que, al ser un lugar que la gente está vacacionando, se suele respirar una energía positiva, sin mencionar la playa a pocos metros, las cascadas, y que no hay autos”, indica.
Una “falta de oferta” en el mercado y proyectos que crecen
Desde Mar del Plata hasta las playas de Ilha Grande, la historia de Coco Suites (@cocosuitesilhagrande) es un testimonio de doble reinvención. Cristhian Lamadrid Golda comandaba una comercializadora en su ciudad natal, pero las cosas no se estaban dando como él había planificado. La pandemia fue un quiebre. “Justo un amigo del secundario estaba viviendo acá, trabajando como guía de turismo y me incentivó a tomar la decisión”, cuenta.
Enseguida comprendió que se trataba de un sitio ideal para cualquier emprendedor: buenas playas, paisajes espectaculares, turismo internacional y mucha paz. El primer proyecto fue montar un restaurante, pero en marzo de 2022 perdió todo por una grave inundación que sacudió a la isla. Lejos de desmotivarse, fue por más. “La decisión estaba tomada, acá se vive de forma más natural y es algo que te atrae o te repele”, indica.
Christian asegura que Coco Suites “nació de una falta de oferta en el mercado”. “Apostamos a una suite de categoría, sin ser una posada”, explica. “Nosotros ofrecemos un ambiente tranquilo, alejado un poco en el centro, con un espacio verde, y nuestro buen puntaje viene porque hacemos un servicio personalizado que le ofrecemos al huésped, organizamos todo para el arribo, estamos muy encima”, señala.
“Ahora estamos apuntando a crecer y vamos a abrir nuestra propia posada, A Casa do Coco”, adelanta. Gabriel Ferreyra es el socio con el que encaró este nuevo proyecto. Gabriel llegó a Ilha Grande dejando atrás “un país en crisis eterna” y buscando un nuevo hogar. Más que una decisión, se trató de una oportunidad de transformación. “Conocí la isla sin querer y me enamoré”, asegura. El impulso fue tal que volvió a la Argentina para “vender todo” y regresar a la isla para poner en marcha un bar en un camping. En el medio, tocó aguantar la pandemia, pero desde hace un año y medio Aloha está abierto al público. Y no paró de crecer.
Más allá de la decisión comercial (“lo interesante de Ilha Grande es que no tiene una temporada baja tan pronunciada”, insiste), lo que terminó subyugando a Christian es un modo de vida “totalmente distinto”. “Llega un momento en que no tenés idea de lo que pasa en el mundo, no se leen los diarios, no hay noticieros. Es una vida muy particular, una vida de isla. Sólo te enterás de lo que pasa acá adentro. Y no pasa mucho. Es muy raro que se escuche a la policía o a la ambulancia”, cuenta.
Hace dos años que Christian se viste con pantalón corto, ojotas y remera. No tiene que esquivar autos ni escuchar bocinas. Empezó a amar esta vida “descontracturada”. Pero además aporta un dato clave para quienes sienten el fuego emprendedor: “Se puede crecer rápido: yo arranqué con un bar, luego abrí una posada y en dos meses voy a trabajar otra posada”.
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