Ubicado en el corazón de la ciudad, sobrevivió a más de un siglo de cambios. Desde su época de esplendor en 1889 como el Phoenix, hasta su renacimiento como un hotel boutique que fusiona arte y cultura. Este edificio, que fue un ícono de la hospitalidad porteña, resurgió de las cenizas gracias a un ambicioso proyecto de restauración, devolviéndole su lugar en el microcentro porteño.
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Hay edificios que cuentan una historia mucho más profunda de lo que aparentan. Que llevan consigo a cuestas la carga del devenir de una ciudad y se vuelven reflejo de sus altibajos. Buenos Aires tiene muchos testigos involuntarios de su propio pasado. Uno de ellos, sin duda, es el edificio que alberga el hotel más antiguo en pie de esta ciudad, el Esplendor Wyndham Buenos Aires, ubicado en el mismo complejo edilicio de Galerías Pacífico y protagonista de un renacimiento impensado a comienzos del Siglo XXI, cuando parecía estar destinado al olvido.
Inaugurado en 1889, el hotel que entonces se llamó Phoenix se disputa el título de uno de los hoteles más antiguos de la entonces flamante capital de la Argentina. Un antecedente desempolvado recientemente da cuenta de que hubo un albergue (llamado Argentina) que funcionó en el edificio donde actualmente se encuentra la SIDE. Sin embargo, el Phoenix llegó para alzar sus majestuosas puertas en una ciudad que comenzaba a definirse como puerto clave en América Latina. Su construcción, iniciada en 1880, se llevó a cabo en una época de plena expansión y transformación urbana, con la proximidad de los primeros muelles porteños que conectaban a la ciudad con el mundo. Para los cronistas de la época, esa ubicación estratégica convirtió a este hotel en un favorito de los visitantes, especialmente de aquellos que llegaban desde Gran Bretaña.
El lugar donde se construyó el Phoenix y toda la manzana circundante habían sido reservados para erigir una sucursal porteña de las tiendas Le Bon Marché de París. Este proyecto, que apuntaba a emular la galería Vittorio Emanuele II de Milán, pretendía crear un complejo de cuatro bloques separados por dos calles en cruz, un diseño ambicioso concebido por el arquitecto argentino Emilio Agrelo y su colega italiano Roland Le Vacher. Los tropiezos económicos de la época postergaron ese plan y llevaron a los dos arquitectos a desarrollar una alternativa: en una esquina de la misma manzana, surgió el Phoenix, una obra que, sin saberlo, se convertiría en un ícono de la hospitalidad porteña.
En sus años de esplendor, el hotel se destacaba por su opulencia. Con habitaciones de techos altísimos, chimeneas ornamentadas y armarios descomunales, el Phoenix era un emblema de la hospitalidad porteña. Su renombrado restaurante, que homenajeaba a la reina consorte Alexandra de Dinamarca, se volvió famoso por su roast beef con Yorkshire pudding. Cada rincón del hotel irradiaba elegancia y sofisticación: no se trataba sólo de un lugar de alojamiento, sino que buscaba emular el lujo característico de una Buenos Aires posicionada como metrópoli.
Sin embargo, con el paso de los años, el brillo del Phoenix comenzó a desvanecerse. A principios del 2000, el imponente edificio ya no era más que una sombra de lo que alguna vez fue: desmantelado, vacío y en estado de total abandono. Fue entonces cuando Patricio Fuks, presidente del grupo Fën Hoteles, decidió enfrentarse al desafío de restaurarlo. A pesar de las críticas y la incertidumbre económica de la época, Fuks apostó por un futuro para el Phoenix: firmó un contrato de alquiler por 30 años en medio de la crisis del 2001. “Todos me decían que estaba loco, pero igual firmé el contrato, sin saber cómo iba a llevarlo adelante”, recordó, en una cita publicada en un libro institucional de su empresa.
La restauración del hotel fue liderada por el arquitecto Mauro Bernardini, quien desde el primer momento percibió la magnitud de lo que enfrentaban: “Cuando entramos, fue muy fuerte. El hotel estaba vacío, se habían llevado todo: las pinoteas, la boiserie, las puertas, los mármoles, las luminarias originales”, cuenta hoy Bernardini, rememorando el estado ruinoso del edificio. Pero ese desafío también implicaba una oportunidad. “Esto nació cuando no existían los hoteles boutique. Era un concepto que recién arrancaba. Fue icónico por su ubicación y la idea de un hotel no corporativo. Un edificio antiguo en el que introdujimos un concepto nuevo”, añade.
La restauración implicó devolverle al edificio su carácter auténtico, despojándolo de hasta siete capas de pintura para revelar el verdadero color de sus carpinterías, y permitiendo que la estructura recobrara su esplendor original. “Cuando recorrés los pasillos, está todavía esa impronta de casa de patio, con esas proporciones, esas alturas, más allá de su modernización, se siente todavía como la casa de la abuela”, afirma Bernardini, refiriéndose a la atmósfera única que se ha logrado conservar. Pero, además, destaca la inclusión de elementos contemporáneos como el acervo artístico del colectivo Mondongo, que aporta un toque moderno y vibrante al hotel. Justamente, lo primero que se ve al ingresar al lobby del Esplendor son dos obras impactantes de este colectivo artístico: el rostro de Diego Armando Maradona -creado a partir de cadenitas de oro- y el de Jorge Luis Borges -realizado con hilos sobre madera-. “Lo más lindo son las obras de arte, que son espectaculares. Cuando nosotros estábamos haciendo el hotel, ellos (por Mondongo) recién arrancaban”, añade Bernardini, acerca de la colaboración que marcó el carácter cultural del nuevo Esplendor.
El Hotel Phoenix resurgió formalmente como Esplendor Buenos Aires en 2005 y marcó el inicio de una nueva era para los hoteles boutique en América Latina. Este renacimiento no solo fue arquitectónico, sino también cultural: el hotel se convirtió en un espacio dedicado al arte, exhibiendo retratos de figuras icónicas argentinas, como Evita (creada con panes y migas), el Che Guevara (con balas de plomo) y María Elena Walsh (con plastilina de colores), creados por Mondongo. Jimena Faena, vicepresidenta de Marketing y Revenue Management de Wyndham -la cadena a cargo del hotel desde 2017-, resalta este enfoque: “Esplendor busca combinar una curación de arte, cultura y gastronomía local, para entregárselo al huésped de una manera auténtica y natural. En Esplendor se logra de manera perfecta”, comenta, subrayando la sinergia lograda entre el equipo creativo y el proyecto de restauración.
Para Faena, uno de los mayores logros de la renovación es cómo el hotel logra sorprender a sus huéspedes: “Los visitantes se llevan una sorpresa. Quizás pasás todos los días por acá y no te imaginás la historia que hay detrás”, dice, haciendo alusión a la rica historia que se esconde tras las paredes del edificio. “Cada piso es una galería de arte. No tiene desperdicio”, señala. “Desde 1889 es un hotel. Eso ya es mucho. Que haya renacido, es el valor principal. Respetamos esa historia al 100%”, concluye.
La transformación del Phoenix es más que una restauración; es un símbolo del poder del renacer, tanto para el edificio como para Buenos Aires. La leyenda del ave fénix, que se consume en llamas para renacer de sus cenizas, parece especialmente apropiada para describir esta historia. “Fue el primer hotel de la ciudad de Buenos Aires... La operación ‘Doble Phoenix’ tenía que renacer, juntos, un país y un hotel”, afirmó Fuks, destacando la profunda conexión entre el destino del hotel y el de la ciudad.
Con un proyecto en carpeta para seguir poniendo en valor la fachada, que ya es un ícono indispensable del microcentro porteño, el espíritu del viejo Phoenix sigue proyectándose en la ciudad: como el ave mitológica, Buenos Aires también demuestra, cada tanto, que puede resurgir de sus propias cenizas, sin descuidar su historia y mirando al futuro.
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