El PN Ciervo de los Pantanos es un reducto de naturaleza en medio del cemento. Bosque, colinas, barrancas y un humedal conservado, donde se logró que regresara el ciervo más grande de Sudamérica.
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El handy modula de manera intermitente y emana un sonido retro ininteligible que retumba en la oficina donde está sentada Lorena Loyza, jefa de guardaparques en el Parque Nacional Ciervo de los Pantanos. A su alrededor hay computadoras, mapas, carpetas, un instructivo sobre cómo proceder ante la presencia de ganado externo y varios sombreros colgados, una insignia inconfundible de la indumentaria de los guardaparques. Por los antiguos ventanales de cedro de esta casona que alberga la Intendencia, Lorena puede ver a la gente que encara hacia los senderos y también, del otro lado, el movimiento en la zona de pic-nic. Si no fuera por la cercanía de la Panamericana, nada parece indicar que estamos a sólo 70 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Una especie de portal hacia el último reducto de naturaleza -casi- virgen de la zona pampeana. Y por eso, dice Lorena, este lugar tal vez sea más importante que muchos otros parques de la Argentina.
La ficha técnica dice que el PN Ciervo de los Pantanos abarca un total de casi 5300 hectáreas, donde habitan 298 especies de aves, 44 de mamíferos, 17 de reptiles, 24 de anfibios, 46 de peces y 293 especies de plantas nativas. Pero además, en este sitio se conservan ambientes representativos de tres de las 18 ecorregiones de la Argentina: Delta e Islas del Paraná, Pampa y Espinal. Aquí todavía se pueden ver pastizales de la pampa ondulada, en sus terrenos más altos, que desembocan en una barranca natural con bosques naturales de talas, saucos, ombúes y espinillos.
Los cuatro senderos interpretativos planteados como paseo (de los cuales hay tres habilitados) son de baja dificultad y representan una verdadera oportunidad para contemplar cómo fue, en tiempos pretéritos, esta zona de la provincia de Buenos Aires. Dos senderos se despliegan entre bosquecitos apacibles y silenciosos para terminar en dos miradores donde es posible contemplar los bajos inundables: un extenso humedal, el sitio clave del parque.
Allí vive la mayor parte de especies amenazadas del área, entre las que se destaca el emblemático ciervo de los pantanos, el mayor cérvido sudamericano: un bello animal de patas largas y delgadas adaptadas al andar en suelos pantanosos. Un animal solitario, difícil de ver, aunque, gracias a la reconstrucción de su hábitat, algunos visitantes tuvieron la inmensa fortuna de divisarlo desde los miradores.
“Conservar acá, es jugársela”, dice Lorena, sin titubear. Para ella, esta es una gran posibilidad de demostrar que un parque nacional en medio del conglomerado urbano más grande del país es posible y que el valor educativo es muy alto. Su batalla personal es contra la “ecofobia” que afecta principalmente a los más pequeños. “Lo único que les contamos es que la naturaleza es un problemón, que todo está degradado, que hay basura por todos lados; entonces, en vez de querer estar cerca, los chicos quieren estar lejos de la naturaleza”, resume. “Queremos que los más chicos tengan un contacto lindo, que la vivencia sea de primera mano, que esto vale la pena protegerlo”, completa la idea.
Antecedentes
Lorena llegó a este lugar en 2018, luego de haber prestado servicios en otros puntos remotos del país, como en El Turbio -un rincón apartado del PN Lago Puelo-, en la Antártida y en El Palmar de Colón, Entre Ríos. “Cuando vine, era todavía la Reserva Natural Otamendi, aunque ya estaba la transición para convertirse en parque nacional, en octubre del mismo año”, cuenta.
La ex Reserva Natural Otamendi fue creada en 1990 años en tierras donadas por Don Rómulo Otamendi, un ingeniero civil que participó en el diseño de la ciudad de Miramar y en el trazado de las vías de ferrocarril. Otamendi poseía aquí una estancia, que se extendía desde la Panamericana hasta el Paraná de las Palmas. Luego de que falleciera su única hija y también su esposa, decidió donar estas tierras a instituciones de bien público.
Tiempo después, en la década del 80, reconstruye Lorena, este territorio despertó el interés de muchos naturalistas por su estado de conservación, ubicado justamente en una zona del país donde más se ha intervenido la naturaleza. “La pampa es de los lugares más intervenidos por el hombre, lo más alejado a lo que puede llegar a ser prístino. Por eso, este lugar tiene un valor importante”, explica.
Antes de convertirse en parque nacional, la reserva obtuvo una distinción como Sitio Ramsar (convención internacional que protege humedales de aves migratorias) en 2008 y también fue designada como Área Importante para la Conservación de las Aves (AICA).
Aun así, sigue siendo un lugar poco conocido, en un área intensamente poblada. ¿Por qué? “Muchas veces uno no le da valor a lo cercano”, ensaya como respuesta Lorena.
El regreso del ciervo de los pantanos
“Lo que tenemos acá es un tesoro, un milagro. Toda la costa ribereña era así, ahora en los humedales hay rellenos y, principalmente, barrios cerrados”, dice Lorena. En el centro de interpretación del PN Ciervo de los Pantanos se enseña una estadística escalofriante: desde el año 1900 al 2019, los humedales redujeron un 64% su superficie. Y no sólo eso: las especies de flora y fauna de agua dulce también han disminuido en un 76% desde 1970.
Pero abandonemos la ecofobia. La decisión de convertir en un parque nacional un territorio como este, es una parte esencial del trabajo de reconstrucción de un ambiente degradado: una tarea titánica, pero muy gratificante. “Si reconstruís el ambiente, la fauna autóctona tiende a reaparecer”, explica Lorena.
De hecho, el ciervo de los pantanos no fue reintroducido: volvió solo a su hogar. ¿Cómo sucedió esto? Hace una década, en la entonces reserva Otamendi comenzaron a registrar algunas pisadas, aunque se suponía que podía tratarse de otro tipo de ciervo exótico que también suele verse en el territorio. “El ciervo de los pantanos es una especie en peligro, un animal muy grande, muy sensible a la caza furtiva; ahora lo vemos habitualmente, sobre todo los que estamos en el campo y también lo han podido ver algunos visitantes con mucha suerte desde los miradores”, cuenta Lorena, con una amplia sonrisa. Y acota: “Cada ejemplar es valiosísimo”.
Que el ciervo haya vuelto solo es un punto clave. Así lo explica la jefa de guardaparques: “Si se hace una reintroducción sin ambiente recuperado, sólo alargás la agonía del animal”. Es decir, para poder subsistir, los animales silvestres necesitan de un ecosistema en marcha, en todo su esplendor. “También sucede con la ausencia de corredores biológicos, se pierde diversidad genética si los animales se encierran en un mismo lugar; por eso se necesita un trabajo coordinado con el sector privado para que todos tengan conciencia ambiental”, agrega Lorena.
Los especialistas suelen marcar que el primer problema en materia de conservación es el reemplazo de ambiente. El segundo, la introducción de especies exóticas, tanto de flora como de fauna. En este caso, la protección del ambiente está garantizada con la creación del parque. “Ahora estamos trabajando sobre la invasión de exóticas, que modifican muchísimo los lugares: tienen un impacto directo en la carencia de biodiversidad”, apunta Lorena. “La diversidad de ambiente se traduce en diversidad de flora y fauna”, amplía.
La restauración de la flora local
El trabajo de reconstrucción de flora nativa es otra de las patas esenciales del PN Ciervo de los Pantanos. Vale mucho la pena recorrer el vivero de nativas, Don Juan Larrosa, que ostenta la distinción de haber sido el primero de su tipo en el sistema de Parques Nacionales. Acá germinan y crecen talas, ombúes, saúcos, timbós y espinillos donde anidan zorzales, tacuaritas azules y pepiteros. Y donde las comadrejas overas y gatos monteses encuentran refugio diurno.
“Las plantas nativas son todo un tema, hay mucho por trabajar porque no tenemos muy a mano los beneficios y la belleza de los árboles nativos”, lamenta Lorena. “Nuestro vivero de nativas tiene un objetivo educativo, para restauración de ambientes degradados dentro del parque y para intercambio con municipios y entidades con proyectos de conservación”, agrega.
Sobre una mesa del invernadero hay unas vainas de espinillo, de donde se extraen las semillas. En otro frasquito, arriba de un fichero, hay otros frascos con semillas de tala y timbó. Alrededor, hay macetones de madera con tierra abonada, donde están empezando a crecer los plantines, que luego serán trasplantados en el parque para reemplazar a la invasora ligustrina. En eso (y en todo lo demás) piensa Lorena, cada día, cuando se levanta a la mañana, en el corazón de este parque. Una vida consagrada a devolverle algo de paz a la tierra, ahí nomás de la ciudad de la furia.
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