En la Estancia La Esmeralda de Carmen de Areco, más de 200 caballos salvajes de variadas razas conviven en libertad. Lucía Tabanera, apasionada por estos animales, ofrece una “Manada Safari”: la posibilidad de sumergirse en la vida cotidiana de estas manadas, explorando su comportamiento sin necesidad de montar.
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La tranquera se abre y la manada apenas se alerta. Rápidamente, se activa entre ellos un sistema de comunicación invisible y preciso que mide el riesgo inminente. Las yeguas y sus crías pastorean, sin quitarle la vista a los repentinos visitantes. El padrillo, Río Claro, un cuarto de milla de pelaje bayo con crin blanca y cola larga, relojea toda la secuencia: está sumamente atento. La manada se amucha en una suerte de círculo. Lentamente, guiados con sapiencia por Lucía Tabanera, el grupo avanza ganándose la confianza de estos bellos animales de más de 500 kilos, increíblemente fuertes, pero al mismo tiempo frágiles: cualquier movimiento en falso puede desarmar este lazo que empieza a tejerse en la Estancia La Esmeralda -Carmen de Areco-, donde es posible hacer un safari entre más de 200 caballos salvajes, que conviven en libertad en el campo.
De a poco, los potrillos más curiosos rompen la distancia. Miran fijo, huelen, pero no llegan a confiar. Las yeguas rodean a los humanos -algunos sentados en el suelo, pacientes, esperando el contacto-, mientras arrancan con extrema suavidad las flores rosas de los cardos. Algunas se acicalan entre sí. Hasta que una hermosa yegua repleta de pintitas marrones, como si fueran pecas, cede y empieza a interactuar con las personas. La manada entiende la señal: no hay riesgo. Lo que a simple vista parece un conjunto inanimado de animales deambulando en la inmensidad bonaerense, en realidad, está lleno de detalles actitudinales que Lucía va marcando a cada momento: los movimientos de boca de los potrillos para mostrar respeto, las señales de confianza entre ellos, la forma de marcar territorio del padrillo, hasta los problemas internos con una petisa que no para de expulsar a patadas a otras yeguas que se le acercan.
Con el sol estacionado en el horizonte, Lucía estimula a la manada para que troten en círculo. El padrillo se coloca detrás guiando a su harem. El sonido de más de 30 caballos trotando alrededor produce una suerte de mantra envolvente. Es un espectáculo bello y conmovedor, sencillo y eficaz, casi primitivo. Es la parte final de esta experiencia, que comienza con un almuerzo al mediodía, seguido a un día completo interactuando con los caballos y que culmina con un fogón, picada y tragos. Ahí, alrededor del fuego, Lucía empieza a revelar cómo nació este proyecto que forma parte de un proceso de autodescubrimiento y transformación personal, todavía está en marcha.
Entre Manadas -así denominado el emprendimiento- es el pretexto que encontró para unir dos pasiones que habían estado desencontradas a lo largo de su vida: los caballos y las relaciones sociales. “Yo necesitaba confiar en mí misma, poniendo el foco en mí. Los caballos siempre me acercan a personas increíbles, que vibran en la misma frecuencia, aunque esto parezca algo ya trillado”, explica. Desde hace un año y medio que comenzó a ofrecer esta experiencia a la que denominó “Manada Safari”, con la que busca enseñar acerca del comportamiento de los caballos en su hábitat salvaje, sin necesidad de montar.
“No es normal encontrar un campo donde convivan más de 200 caballos en manadas. Realmente ves cómo viven el día a día: las horas que duermen, las horas que comen, cómo son sus vínculos, qué sucede si hace calor, frío o si está por llegar una tormenta. Empezás a ver su comportamiento real. Trazando un paralelismo: no es lo mismo ver a los leones en un espantoso zoológico, que en la sabana africana. Por eso, acá ofrecemos un safari: ¿qué diferencia hay entre las cebras, las jirafas y los caballos? Ninguna”, detalla.
Crianza de campo
Lucía nació en Mendoza hace 37 años, en el seno de una familia de bodegueros. Sus antepasados, provenientes de La Toscana, habían sido pioneros en la plantación de vides de la provincia cuyana. Sin embargo, antes de que ella naciera, su abuela había decidido vender todo y dedicarse a la agricultura en la provincia de Buenos Aires. Compró un campo en Pergamino y su padre, César Esteban, se mudó allí con toda la familia para administrarlo: de las montañas a la llanura, de la actividad vitivinícola a la cría de ganado y las plantaciones.
César arrastraba ya una pasión por los caballos. “Era muy buen jinete”, confiesa Lucía. En Pergamino montó un haras especializado en caballos de carrera, pero el campo le demandaba cada vez más y desistió. O no tanto. Comenzó entonces la semilla de este proyecto: en vez de deshacerse de todos los ejemplares, César los empezó a mezclar en libertad. Apareció así “su propia raza”, gracias a una cruza que dejó que se diera naturalmente. “Por eso tenemos tanta variedad y son todos diferentes, eso es lo que lo hace interesante”.
De pequeña, Lucía amaba ir al campo con su papá. Era su plan preferido. Salían de recorrida, pasaban tiempo entre las manadas, esperando a que las yeguas salvajes se les acercaran. “Después, montaba a caballo, ayudando a arrear vacas”, recuerda. A pesar de esa evidente conexión con lo que la rodeaba, cuando le tocó elegir qué estudiar en la universidad, entró en crisis. Descartada la carrera de veterinaria, apostó por darle rienda a su capacidad de expresión y se anotó en Relaciones Públicas. El paso del campo a la gran ciudad fue un golpe, pero Lucía la peleó y se terminó recibiendo a pesar de que sentía que lo hacía “por el peso del mandato”.
“Cada vez que tenía tiempo libre, volvía al campo, llevaba a amigos a hacer cabalgatas, pero no se me cruzaba por la cabeza dedicarme a algo relacionado con los caballos”, cuenta. Las opciones estaban acotadas: deporte o doma, ambos inmersos en una cultura “demasiado machista”. En paralelo, su descontento laboral crecía. Su necesidad de contacto con la naturaleza chocaba permanentemente con el trabajo de oficina. Llegó a tener ataques de pánico.
Cambio de vida
La llave maestra de su liberación no podía haber sido otra cosa. Lucía conoció a Hormiga, una yegua zaina, entre medio de una manada en el campo familiar. No sabe bien por qué, pero la conexión fue inmediata. “Ella reaccionaba a cómo yo estaba emocionalmente, era un espejo y fue algo muy loco, imposible de explicar con palabras”, resume. Lucía se metió más adentro de los procesos internos de la cría, en especial con las técnicas de doma, y surgió entonces una diferencia con su papá. “Yo quería cambiar varias cosas”, dice, riendo. Por sugerencia de Paul -su marido-, tomó la decisión de mudarse a otro campo de la familia, en Carmen de Areco, para escribir su propia historia: “Una especie de destete”.
Cuando llegó al galpón de la Estancia La Esmeralda, se encontró con una tapera. Iba a las cinco de la mañana, se ponía a limpiar, hablaba con un nuevo domador, aprendía cosas a mucha velocidad. Y siempre con Hormiga a su lado. Se puso a leer cuanta información encontraba sobre coaching con caballos, doma racional, doma natural, imprinting (un vínculo cercano con el potro desde pequeño). “Estaba todo el día con ellos, con un mate, en el medio del potrero y empecé a ser más consciente de todo aquello que había visto de chica”, explica.
Ahí, entre los eucaliptos, el silencio campestre sólo interrumpido por el canto de los pájaros, el relincho de algún padrillo o el mugido de una vaca lejana, Lucía supo que tenía un tesoro entre sus manos. Lo confirmó cuando decidió compartir lo que estaba atravesando con sus amigos, a quienes comenzó a llevar para que interactuaran con las manadas: “Me di cuenta de que cada persona tenía una vivencia propia, diferente, pero que pasaba algo muy fuerte”.
Los planetas, al fin, se alinearon y así nació Entre Manadas, la propuesta que la tiene ocupada en cuerpo y mente. “Estos encuentros -continúa Lucía- es para que las personas aprendan de los caballos a través de su propia experiencia, más allá de lo que yo les pueda contar; se trata de crear un espacio de confianza entre ambas especies, habilitarlo y guiarlo. Hace poco una persona que vino pudo volver a llorar después de muchos años, desde la muerte de su papá: yo no hice nada, simplemente, armé el escenario para que eso suceda”. En este proceso, Lucía aprendió que todo eso que sucede en el plano emocional, también tiene una explicación física: “Los caballos poseen un corazón cinco veces más grande que el nuestro, entonces su campo electromagnético es cinco veces más potente que el nuestro… eso tiene una afectación directa en nosotros cuando estamos entre la manada”.
Esta conexión que no sabe de apuros, que necesita de concentración, entrega y, sobre todo, de mucha paciencia, es lo que busca Lucía con este proyecto. Cómo acercarse, cómo moverse, cómo se comporta la manada, hasta dónde ir o hasta dónde permitir que se acerquen. Y todo como reflejo de un estado anímico que, asegura, los caballos saben leer a la perfección. “Aprendemos sobre ellos, pero también de nosotros mismos: cada experiencia es maravillosa porque tiene que haber amor y confianza para poder escucharnos. Las respuestas están dentro nuestro”, cierra.
Datos Útiles
La ubicación de la estancia se comparte una vez que se realiza la reserva. El mínimo de participantes es de dos personas y los días son a convenir. Además de la “Manada Safari”, también es posible hacer cabalgatas.
WhatsApp: (11) 6874-0618
IG: @entremanadasdecaballos
Web: www.entremanadasdecaballos.com
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