Fernanda Pozzi y sus hermanas, Paola y Patricia, son las tres mujeres al frente de la pulpería de Cacho Di Catarina, un clásico de Mercedes que está más vivo que nunca.
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Fernanda Pozzi despliega su sonrisa detrás del mostrador. Detrás suyo, y a sus costados, se erige una bitácora viviente de este sitio histórico que no claudica al paso del tiempo ni a los embates de la naturaleza. En julio de 2015, con la crecida del río Luján que pasa a metros de esta pulpería, estuvo a punto de perder todo su acervo. Sin embargo, el amor, la pasión y la tenacidad de la familia que maneja el boliche desde 1910 pudieron prevalecer. “Lo que nos sostiene es la historia”, dice Fernanda, mientras pasa las hojas de una carpeta que atesora los hitos de este lugar que supo albergar el alma del “último pulpero”: Cacho Di Catarina, su tío.
“La vimos fulera, muy mal”, recuerda Fernanda sobre aquellos días aciagos de 2015. Durante 10 días, el agua se mantuvo un metro sesenta arriba de la superficie. A pesar de que las crecidas eran frecuentes, nunca había pasado algo similar. Cuando al fin pudieron reingresar, casi claudican. “No veíamos mucho horizonte, la verdad”, cuenta. Hubiera sido un final no acorde para una historia que se remonta a 1830 y que contiene, entre sus paredes, gran parte de la historia de estas pampas: tradiciones que perduraron a fuerza de encuentros y camaradería.
Salvo por la muerte del icónico Cacho, en 2009, este negocio nunca antes había cerrado sus puertas. Por la inundación, estuvieron dos años para poner la pulpería de pie. Recién pudieron reabrir en junio de 2017: “Usábamos fotos para tratar de volver a poner todo en el mismo lugar, lo que íbamos secando y recuperando”. Así, a fuerza de un amor inclaudicable por este espacio, las hermanas Pozzi (Fernanda, Patricia y Paola) levantaron el boliche para convertirse en la cuarta generación de su familia al frente, y así honrar la memoria de su tío.
“Es que Cacho era todo un personaje”, dice. El autodenominado “último pulpero” atendió esta pulpería desde 1959 hasta su muerte. En el medio dejó un tendal de anécdotas que se siguen contando con fruición, como cuando organizó el primer campeonato de fútbol de mujeres, en 1978; o su costumbre de entregar la botella a los parroquianos y cobrar el porcentaje consumido.
Un poco de historia
El primer recuerdo de Fernanda es una imagen de su abuela, Figenia, amasando unos ravioles que rellenaba con verdura. La radio sintonizada en Rivadavia sonando de fondo y ella, como travesura, aprovechaba para birlar algo del relleno.
Figenia había nacido en el seno de una familia de inmigrantes españoles, los Pérez Méndez, que se habían instalado en este lugar en 1910. “Ella se casó con un Di Catarina, que muere en 1959, y ahí empieza la otra corriente. Cacho y mi mamá, Aída, nacieron literalmente en la pulpería”, completa el cuadro Fernanda.
Según reconstruyó un grupo de arqueólogos de la Municipalidad de Mercedes, la propiedad data de 1830 y funcionó siempre como almacén y posta.
La era de Cacho
En la era de las tendencias efímeras, crear un clásico puede sonar a toda una proeza. Pero a veces los clásicos, justamente, nacen sin querer, gracias a la permanencia, el simple estar y habitar los espacios. Cacho, dicen, fue un visionario. Tal vez sin siquiera saberlo de manera consciente. Pero él, que tenía 18 años cuando empezó a hacerse cargo del negocio, no tenía en sus planes quedarse quieto.
“En aquella época era un almacén de ramos generales y pulpería de la copita”, cuenta Fernanda. “Pero Cacho le fue dando un manejo más social, incorporó actividades y sabores”, agrega. Torneos de papi fútbol, fútbol femenino, campeonatos de bochas, la carroza para el curso, desfiles a caballo, bailes...
Además, era un gran conversador. Tenía la oreja atenta a todo. Incluso solía captar frases que soltaban al pasar y le encomendaba a sus –entonces- pequeñas sobrinas que hicieran carteles para colgar en el negocio. “Era el rincón para ir a desahogar las penas y después volver al mundo; Cacho prestaba mucho el oído”.
Y entonces tuvo otra idea: mejorar las empanadas de carne de Figenia. Y le dio un picor muy particular: una receta secreta –que atesora Paola-, que terminó convirtiéndose en otro imán (¡como si les hiciera falta!) y elegida por Pietro Sorba como una de las 10 mejores del país.
La llegada del turismo
Esta combinación de factores (una esquina icónica, antigua, más una historia viva y latiendo) empezó a atraer más y más gente, luego de que se empezara a poner de moda la escapada a pueblos cercanos a Buenos Aires. Algo que Cacho pudo comenzar a experimentar unos años antes de su repentina muerte, la instalación de estos lugares como un faro de atracción para escapadas hacia otra temporalidad: el viaje directo a otro momento de la historia argentina.
Sin embargo, el traspaso generacional no estaba garantizado. “Él se autodenominaba como el último pulpero porque sentía mucha incertidumbre”, reconoce Fernanda. “La cuarta generación somos tres mujeres, así que nadie estaba seguro”, ríe. “Al día de hoy estoy sorprendida y orgullosa de cómo la familia resguarda el legado, con los lineamientos de lo que Cacho anhelaba. Llevamos esto en la sangre”, asegura.
Así, la pulpería se fue haciendo cada vez más conocida. Con la llegada de los turistas, el trabajo se multiplicó. Hubo que cocinar más y tener más tiempo abierto el boliche. En la primera etapa, post Cacho, estuvieron al frente los padres, Aída y Oscar. “Después de la inundación, nos hicimos cargos las tres hermanas”, dice Fernanda.
Los Pozzi no sólo levantaron lo que la crecida del río Luján había dejado prácticamente destruido, sino que apostaron a crecer. Inauguraron un bello patio de ladrillos asentados en barro donde se puede comer asado debajo de una antigua parra, y que lleva el nombre de Figenia, al que se accede mediante un corredor bautizado como Aída. Y pronto van a ampliar los salones hacia la galería del frente, donde estaban las habitaciones de la casa.
Pulperos de sangre
Cuando reabrieron después de la inundación, Fernanda le prestaba atención a la cara de las personas que volvían a entrar a la pulpería luego de dos años. Y así confirmaba que seguía generando el mismo éxtasis y encanto que a lo largo de su historia.
“Yo todavía me emociono acá”, dice. Y sigue: “Me emociona ver la pulpería cada vez más linda, con más sentimiento, ver flamear la bandera (compro la bandera más grande que puede soportar el mástil de caña que puso Cacho). Es un orgullo familiar que brota”. Ella se sigue sorprendiendo de esas miradas que rescata de la gente cuando ingresa, que se encuentran con un lugar que los transporta a otras épocas.
“Estoy en un proceso de mucho orgullo, de ver que la familia puede mantener de pie el lugar y este legado. Vamos a ver hasta dónde llegamos, pero la quinta generación ya está trabajando en el lugar”, cuenta, emocionada.
Y así, como si el tiempo se detuviera en este rincón bonaerense, la pulpería de Cacho Di Catarina sigue en pie, abierta y vibrante, conservando las tradiciones y también creando (“inconscientemente”, dice Fernanda) otras nuevas, tejiendo otra franja de una historia que ni el agua pudo sepultar.
La Pulpería de Cacho Di Catarina. Calle 29 1682, Mercedes. T: (2324) 49-8741. Abren los viernes de 11 a 15. Sábados, domingos y feriados, de 12 a 18
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