Contra todo pronóstico, Sio no sólo se impuso, sino que creció y hoy habita una hermosa casa que baja en cascada acompañando la barranca hacia el Río de la Plata. La historia detrás de este emprendimiento que revolucionó la gastronomía coloniense a base de cocina Nikkei.
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“Ustedes están locos, esa idea que tienen no va a funcionar, ya hubo otros intentos y no les fue bien”. Manuel Bernal y Verónica Montes escucharon una y otra vez las mismas sentencias cada vez que comentaban el proyecto que imaginaban para su futuro en Colonia del Sacramento: un restaurante de sushi, basado en la cocina de fusión Nikkei. “Todo el mundo nos tiraba para atrás”, recuerdan. Así y todo, decidieron tirarse a la pileta. Y resultó que había agua. Tres años después, pandemia de por medio, Casa SIO es una referencia ineludible de la nueva gastronomía que está cruzando el charco. Y un sitio destinado a dejar su huella, con una historia de amor detrás, aprendizajes y mucha valentía emprendedora.
Manuel y Verónica se conocieron en otra etapa de sus vidas. Ella trabajaba como gerenta de un supermercado en Montevideo. Él era ejecutivo de ventas de empresas alimenticias. Se hicieron amigos, pero recién un año después “empezó el amor”. Se fueron a vivir juntos y, secuencialmente, se casaron. Mientras continuaban con sus rutinas, Manuel comenzó a estudiar en la escuela del Gato Dumas, y dentro suyo crecía esa incomodidad de todo inconformista, ese fueguito que quema por dentro.
“Un día le dije a Vero: no quiero tener 70 años y sentir que ni siquiera lo intenté”, cuenta. Renunció al trabajo estable y salió a repartir currículums por todo Montevideo. Nadie lo llamaba hasta que en el restaurante Umi le dieron una oportunidad. “Ahí fue meteórico, tenía todas las ganas, salí a comerme el mundo, cocinaba día y noche sabía que era lo que me gustaba. Arranqué como ayudante de cocina y ganaba la mitad, pero no me importaba”.
Ahí conoció el sushi y fue un camino de ida. Hasta entonces, su formación estaba centrada en la cocina caliente, de estilo europeo, como la mayoría de los chefs. Y sólo le bastó hacer algunas temporadas en Punta del Este para conocer la cocina Nikkei y terminar de enamorarse. “Esa fusión de cocina japonesa con peruana me voló la cabeza”, asegura.
Como suele suceder en el mundo de la cocina, las puertas empezaron a abrirse con rapidez y Manuel y Verónica emigraron hacia Río de Janeiro, con un lugar asegurado en el hotel Copacabana Palace, donde trabajarían en dos restaurantes, Mee –que luego obtendría una estrella Michelin- y Cipirani, junto a un chef italiano. Alternativamente, Manuel dirigía un bistró a la noche. “Eran dos trabajos de ocho horas... en el hotel la mayoría éramos cocineros C, adquirís mucha experiencia, pero el sueldo es muy bajo. No alcanzaba para vivir”, dice.
En ese momento, una empresa argentina llegó a Río con la idea de abrir un restaurante de fusión Nikkei en Sao Conrado. Lo convocaron a Manuel y le propusieron viajar a Perú para hacer una experiencia en la fuente misma, en el origen de este tipo de cocina. Recalaron en un club de golf llamado Asia, a 100 kilómetros de Lima, donde pasaron tres meses. Mientras Verónica se especializaba en la contabilidad y administración de restaurantes, Manuel se sumergió en lo que define como una “experiencia maravillosa”, junto a los cocineros peruanos, la comida de calle y los mercados.
El regreso a Uruguay
Los caminos nunca suelen ser líneas rectas. Y poco de lo planificado suele materializarse al pie de la letra. El terruño empezó a tirar y todo fue confluyendo para darle forma a un regreso al Uruguay. “Mi hija, Sofía, no quería irse a vivir a Brasil y Vero tuvo unos problemitas de salud... ahí sentís la necesidad de tener la familia cerca, así que dijimos, ‘ya está, peguemos la vuelta’”, recuerda Manuel.
Era diciembre de 2019. En febrero del 2020, sin tener noción del nubarrón pandémico que se avecinaba, empezaron a darle forma a su sueño: tener su propio local de sushi en su país. La primera opción -lógica- era apostar por Montevideo. Pero algo no les cerraba. Con Punta del Este también descartado –a pesar de su tradición culinaria y su amplio mercado-, la pareja decidió pasar un fin de semana en Colonia del Sacramento. Y fue un flechazo.
“La ciudad nos conquistó, su gente, sus paisajes... todo”, recuerda Verónica. “La verdad es que apostamos a un cambio de vida: se pusieron otras cosas en la balanza, más allá de lo económico”, agrega.
Colonia a la vista
La búsqueda de locales dio rápidamente sus frutos. Encontraron uno pequeño, ubicado en el centro, donde solía funcionar una imprenta. Firmaron el contrato y a los tres días... pandemia. De repente el mundo se detuvo en seco y ellos entraron en desesperación. Pensaron en devolver el local, pero desde la inmobiliaria los disuadieron a base de frases esperanzadoras.
Con la ayuda del padre de Verónica, Julio -albañil de profesión-, aprovecharon ese tiempo muerto para encarar la reforma del local. Hicieron todo ellos, literalmente. Colocaron azulejos, montaron un horno de barro, hicieron revoques y pintaron. Mientras tanto, intentaron hacer una especie de “estudio de mercado” que, invariablemente, les daba siempre mal.
“Colonia es una ciudad que tiene 30 mil habitantes y mucho turismo. Cuando nosotros decidimos abrir, no había ningún local de sushi. La idea era plantear algo chiquito. Pero todo el mundo nos decía que no iba a funcionar, ¡ni los proveedores nos alentaban!”, recuerdan entre risas.
El 1 de octubre del 2020, todavía con la pandemia ahí latente, abrieron por primera vez. “Y ahí vino el miedo de verdad... abrir podía ser peor”, reconoce Manuel. Había que poner la rueda en funcionamiento. Junto a otros dos empleados (uno para la cocina y otro para el salón), arrancaron invitando a clientes y haciendo degustaciones. “Y de ahí no paró más”, dicen. “El boca a boca se esparció muy rápido y eso nos ayudó muchísimo... no sabíamos cómo llegaba la gente”, añaden.
La expansión
Un año y cuatro meses después, un amigo de ambos –Edward- los animó a tomar el siguiente paso: agrandar el negocio. Y lo hizo con una propuesta debajo del brazo: alquilar una casa, camino a la rambla, un poco alejada del circuito habitual de Colonia, pero con una vista espectacular al río.
“Nosotros le decíamos que estaba loco, pero nos insistió tanto que fuimos a verla. Era todo un desafío, entrar a hacer reformas y empezar de nuevo. Yo no quería saber nada, pero Vero intuyó que este era el lugar. Ella pasaba todos los días y la miraba. Estaba convencida”, cuenta Manuel.
Verónica se puso a hacer números. Agrandarse implicaba más gastos fijos, pero también la posibilidad de absorber el público que quedaba afuera del pequeño local. Y se mandaron. En poco tiempo, Casa SIO pasó de ser un proyecto ideado por dos personas a una verdadera pequeña empresa donde trabajan 10 personas. “La gente nos dice que somos referentes, que instalamos una gastronomía que no era habitual para esta ciudad, y eso nos llena de orgullo”, dice Manuel.
Sueño cumplido
El sol se pone en el Río de la Plata. Desde Casa SIO, la vista es inmejorable. Todo apunta adonde debe apuntar, balanceado de forma armónica. Algo que tanto Verónica como Manuel transmiten en cada rincón, en su extrema amabilidad y la dedicación casi obsesiva que le ponen a cada plato, como el Nido Marino, elaborado con cortes de atún con trufa negra y huevo mollete sobre nido crocante.
“Siempre quisimos tener nuestro negocio, pero nunca imaginamos que sería un restaurante de sushi en Colonia. Y menos en esta casa tan hermosa”, dice Verónica. Los martes, el día de descanso, suelen detenerse a mirar la casa y sienten que están viviendo un sueño. “Tenemos un restaurante en una ciudad que nos encanta, armamos un equipo de trabajo que es como una familia.... poder disfrutar de esa tranquilidad en un lugar que te gusta, no tiene precio, va mucho más allá de los balances económicos”, cierran.
Datos Útiles
Rivera 379
T: (+598) 92 935 263
@siosushicolonia
Abierto de lunes a sábado, de 19:30 a 23:30
Domingos, de 12:30 a 15:30 y de 19:30 a 23:30
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