Todo comenzó cuando un adolescente escuchó en clase la historia del naufragio de la embarcación inglesa hundida en 1770. Se obsesionó con la idea de encontrarla, aprendió a bucear, armó un equipo y…
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En 1975, cuando Puerto Deseado tenía unos 4000 habitantes, el australiano Patrick Rodney Gower llegó a la ciudad con un cuaderno de bitácora bajo el brazo. Lo había heredado de su antepasado en sexta generación Erasmus Gower, valeroso teniente que sobrevivió al naufragio y hundimiento de la sloop of war HMS Swift en la ría Deseado el 13 de marzo de 1770. Patrick le entregó una copia del precioso documento –donde Erasmus narraba por qué, cómo y dónde había naufragado la corbeta– al entonces director de cultura Leandro Caruso Robert, quien lo hizo traducir y grabar en un pequeño grabador Geloso a cinta. Hasta aquel momento los deseadenses desconocían por completo los avatares de la Swift y Gower regresó a Australia quizás algo decepcionado... pero el rumor de la nave náufraga comenzó a circular de boca en boca. Cinco años más tarde, en 1980, un profesor de matemáticas –el teniente de fragata Ricardo Locarnini– encendió la chispa de la curiosidad. Viendo que sus alumnos del Colegio Salesiano se aburrían con el álgebra, dio un golpe de timón y les relató la historia de aquel misterioso australiano que buscaba un barco inglés hundido en la ría más de dos siglos atrás. Uno de sus alumnos se llamaba Marcelo Rosas.
Naufragio y hundimiento de la Swift Diseñada por Sir Thomas Slade (ingeniero de la Royal Navy que también fue artífice del HMS Victory, buque insignia del almirante Nelson en la batalla de Trafalgar), la Swift fue construída en el astillero de John Greaves en Limehouse, a orillas del Támesis. Luego de algunas misiones en Jamaica, en noviembre de 1769 zarpó del puerto de Deptford rumbo a los mares del sur. El 7 de marzo de 1770, ya apostada la corbeta en Puerto Egmont (Malvinas), su capitán George Farmer puso proa a las costas patagónicas para “realizar tantos descubrimientos como pudiera en esas zonas inexploradas antes de la llegada del invierno”.
Pocos días después, una violenta tempestad los sorprendió en plena travesía y cuando por fin amainó, Farmer decidió recalar en la ría Deseado (así llamada por la nave insignia Desire, que la recorrió en 1585 al mando de Thomas Cavendish). Pero la Swift, con sus tres palos de arboladura y armada con catorce cañones y doce pedreros, tuvo la mala suerte de encallar en una roca sumergida. Y si bien los marineros lograron liberarla arrojando parte del cargamento al agua, chocaron con un segundo escollo a cincuenta metros de la costa y la corbeta se fue a pique a las seis en punto de la tarde del 13 de marzo de 1770. Murieron tres de sus 91 tripulantes: un cocinero anónimo, cuyo cuerpo apareció al día siguiente, y los infantes de marina Robert Rusker y John Ballard.
Los sobrevivientes pasaron casi un mes a la intemperie, alimentándose de la caza y la recolección de mariscos (solo habían logrado salvar algunas bolsas de pan y avena y unos pocos kilos de carne del naufragio), refugiados en cuevas como hacían los originarios tehuelches, cubiertos con restos del velamen, durmiendo unos encima de otros para darse calor. Sabiendo que nadie llegaría a auxiliarlos, un oficial y seis voluntarios regresaron a las Malvinas en una frágil chalupa de seis remos. Esta vez los acompañó la suerte: cruzaron las 270 millas náuticas (500 kilómetros) de aguas abiertas que los separaban del archipiélago y regresaron a rescatar al resto de la tripulación a bordo de la Favourite, la otra nave insignia de la corona.
Pioneros al rescate
El adolescente Marcelo Rosas (hoy destacado escribano de Puerto Deseado) se obsesionó a tal punto con la corbeta perdida que recurrió al capitán Marcos Oliva Day (padre) y juntos comenzaron a estudiar viejas cartas de navegación para imaginar su trayecto y descifrar el hipotético sitio del naufragio. En 1981 formó, en la sede del Club Capitán Oneto, la Comisión de Búsqueda de la Corbeta Swift.
Rosas refiere así la historia en su diario inédito: “En ese momento yo ya había comenzado a bucear, no así cuando recién tuve las primeras noticias de la Swift, pero tenía amigos que estaban en eso y a ellos resuelvo contarles esta historia con una simple frase: muchachos, yo tengo esto, vamos a comenzar a trabajar. Tuve aceptación y así hicimos una pequeña comisión integrada por cuatro personas [...] en la casa de Mario Brozoski, quien fue el primero en enterarse y aceptar, y el segundo fue Daniel Guillén, que solo estaba de paso [...] luego el señor Marcos Oliva Day (hijo) y tres personas más: el señor Mladen (Maco) Kelez, quien colabora arduamente, el señor Carlos (Chiche) Santi, quien hace un aporte fabuloso en lo que se refiere a historia y presencia en una de nuestras reuniones; y finalmente el Sr. Rubén Puschel, quien coopera de una forma estupenda a debatir y a aportar datos. Todos nos repartimos tareas, al principio comenzamos nuestras reuniones en la casa de Mario, quien ya era buzo, y como se avecinaba una temporada bastante fría otoño–invierno decidimos en todo ese tiempo desmenuzar el relato y así prácticamente una vez por semana nos juntábamos alrededor de una mesa, charlábamos sobre el tema”.
Eureka
Tras varias inmersiones infructuosas, el 4 de febrero de 1982 (poco antes de la Guerra de Malvinas) Rosas y Guillén deciden sumergirse al oeste del puerto, cerca de una pesquera llamada Pescasur. Y por fin encuentran los restos de la corbeta a quince metros de profundidad. Casi en el mismo lugar donde un pescador local, de apellido Zizich, había enganchado con el ancla “un pedazo raro de madera vieja”. Estaba asentada sobre un piso de rocas cubiertas por sedimentos de arena fina y fango. “Eran cerca de las 16″ (consignó Marcelo en su diario) “y a esa hora ya habíamos dado con el barco, hundido bajo esa supuesta roca que se descubría con la marea, con marea alta no se divisaba; la impresión es indescriptible”.
Cuenta la leyenda que lo primero que subieron a la superficie fue una botella de vino y que, sin sacarse los trajes de neoprene, la destaparon para brindar: cabe suponer que el vino estaba un poco rancio, puesto que llevaba más de dos siglos bajo el mar. Exaltados con el descubrimiento, los buzos Mario Brozoski, Marcos Oliva Day y Omar Juanola (quien se incorporó después del hallazgo) empezaron a sumergirse casi a diario; todos excepto Marcelo Rosas, quien jamás volvió a hacerlo porque tuvo “una sensación muy extraña” al acercarse al pecio.
Comienza la arqueología subacuática en el país
Tan importante fue el hallazgo de los pioneros que derivó en la creación, a través del Instituto Nacional de Arqueología y Pensamiento Latinoamericano, del primer equipo de arqueología subacuática de la Argentina. Liderado por Dolores Elkin (que también tuvo que aprender a bucear) hacia 1997 inició las inmersiones y el estudio científico de la corbeta, declarada patrimonio cultural por la provincia de Santa Cruz. Encontraron balas de cañón, ánforas, especieros, muebles, vajillas completas (de porcelana o de madera, según el rango del usuario), botellas llenas y vacías en cantidad (la ingesta de alcohol era portentosa porque escaseaba el agua potable), granos de mostaza (un pedido especial del capitán Farmer, ya que no integraban el menú de la armada inglesa) y hasta un huevo de pingüino dentro de un vaso de vidrio, lo cual prueba que los tripulantes de la Swift suplementaban sus raciones con los manjares exóticos que ofrecía la áspera estepa.
Quizás uno de los momentos más impactantes fue cuando, en 2005, los arqueólogos Amaru Argüeso y Damián Vainstub encontraron un zapato bajo la pata de un mueble y, dentro del zapato, los huesos de un pie. Eso llevó al hallazgo del esqueleto completo de uno de los dos infantes de marina muertos en el naufragio. Sus restos –los más antiguos que descansan en una necrópolis porteña– fueron sepultados con honores militares en 2007 en el Cementerio Británico de la ciudad de Buenos Aires.
El Brozoski renovado: orgullo santacruceño
“Este accidente ocurrió en el continente de la Patagonia, cuya desolación por varios grados hacia el norte y hacia el sur difícilmente pueda ser equiparada, pocos días antes de que el sol cruzara el Equinoccio y comenzara la temporada de invierno.” Las palabras que Erasmus Grower escribió con cuidada caligrafía en 1770 son lo primero que se ve al ingresar en las nuevas instalaciones. Fundado en 1983, el museo pasó a llevar el nombre de Mario Brozoski en 1988, como una forma de rendirle homenaje. Mario falleció en un accidente mientras limpiaba la hélice de un barco, en 1986. Sus salas abrieron al público en 1991, y en 2019 tras dos años de arduo trabajo, fue reinaugurado totalmente renovado.
Con el apoyo de la Fundación Banco de Santa Cruz, el Grupo Petersen y la Fundación TyPA, un equipo internacional de expertos en museos y promoción comunitaria dictó talleres intensivos para los trabajadores del museo. Esta actividad desembocó en la exhibición modelo permanente “200 años bajo el mar. La Swift renace en Puerto Deseado”, que marcó un antes y un después en la relación entre museo y comunidad y transformó al Brozoski en uno de los más modernos e interactivos del país.
El recorrido de la exhibición apunta a los cinco sentidos: es, literalmente, una inmersión en las peripecias del hallazgo de la corbeta. Una vez enterado de que la nave se accidentó “a unos 47º 47′ de latitud sur y unos 66º 10′ de longitud oeste”, el visitante pasa a la segunda sala, que reconstruye el interior del barco. Allí se exponen los lujosos enseres del capitán Farmer junto a las humildes escudillas y cucharas de madera de los marineros, dispuestos en baúles similares a los que usaban en el siglo XVIII. La tercera sala evoca la experiencia de “estar bajo el agua”: en la penumbra se proyectan imágenes submarinas sobre pantallas triangulares móviles mientras se oyen los mismos sonidos que escuchan los buzos al sumergirse. Nuevos objetos aparecen en pequeñas cápsulas vidriadas (la idea es que cada quien tenga la sensación de “encontrarlos”): campanas, picaportes, candelabros, jarrones de porcelana china, vajilla de loza inglesa.
Atravesando una pared de lianas ondulantes que emulan algas submarinas, la sala del descubrimiento presenta una gran fotografía de Mario Brozoski emergiendo del agua con una vasija en alto (la misma que está expuesta en una vitrina) junto a filmaciones que muestran a los buzos en plena zambullida. También hay una recreación del aula donde el profesor Locarnini les narró la historia de la corbeta a Marcelo Rosas y sus compañeros. Y por último una sala de arqueología submarina con una línea de tiempo que llega hasta el presente, donde se destaca –en la “mesa interactiva de hallazgos”– un collar metálico de niño (estos navíos muchas veces llevaban niños salidos de orfanatos como sirvientes) con las palabras grabadas I child in North Street Poplar Middlesex. La visita culmina con el lema del Brozoski pintado en letras azules sobre una pared blanca: “La curiosidad puede ser el comienzo de una aventura inimaginable”.
Museo Municipal Mario Brozoski. T: (0297) 487-1358. mariobrozoski@gmail.com Lunes a viernes de 9 a 19, sábados y domingos de 15 a 19. Entrada gratuita.
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