Las del Nordeste de Brasil pueden ser visitadas todo el año. Las del Caribe son las de postal y nunca defraudan. Las europeas, con mayor presupuesto, deparan mucho más que mar y arena.
- 13 minutos de lectura'
1. Trancoso
Brasil
Fue, alguna vez, un sencillo pueblo de pescadores. Mucho antes de que lo frecuentaran millonarios y famosos, casi no circulaban autos, los nativos convivían con los hippies y todo era paz y amor. Se conformaban con ese ejido urbano llamado Quadrado (cuadrado), hecho de ranchos pintados en colores llamativos y coronado por la iglesia jesuita São João Batista, una de las más antiguas de Brasil y “la” postal de Trancoso, donde vienen a casarse de todas partes del mundo. Las villas y los resorts de lujo son un capítulo más reciente que transformó a Trancoso en un destino de élite. Pero con una particularidad: los nuevos desarrollos supieron mantener un saludable diálogo con la naturaleza, no llegaron a opacarla. Las palmeras, las olas y la mata atlántica le siguen ganando la pulseada al cemento.
Un buen lugar para comprobar esa rusticidad intocada es la playa Itapororoca. Extensa y casi desierta, es de esas que llenan todos los casilleros de paraíso tropical: arenas blancas y suaves, mar turquesa de suave oleaje, piscinas naturales formadas por corales y abundante vegetación. Un plus, es pública: desde el Quadrado, por ejemplo, se demora una hora y media a pie por la costa.
Hay dos playas cercanas al centro histórico, muy concurridas por los que se hospedan en las posadas de la zona. La de Nativos está justo abajo de la iglesia. Se puede bajar caminando o en auto (tiene estacionamiento), y se accede por una larga pasarela de madera entre manglares. Hay varios paradores, como Uxua Praia Bar, que a cambio de una consumición dan derecho a instalarse en unos cómodos sofás cama de cara al mar. El mayor atractivo de esta playa es que está dividida por un riacho que desemboca en el mar y permite alternar agua dulce y salada. En el medio se luce una pintoresca casita de pescador sobre pilotes, como una postal nostálgica del origen del pueblo. Del otro lado del río se encuentra la otra playa, Coqueiros. Palmeras, arrecifes, arenas doradas y piscinas naturales (cuando hay marea baja) son un combo irresistible tanto para locales como para turistas.
2. Cayo Ensenachos
Cuba
Para llegar a este archipiélago de la costa norte, se atraviesan campos sembrados, bananales, y Santa Clara, una ciudad histórica donde se encuentra el Mausoleo del Che Guevara. El trayecto desde el pueblito de pescadores de Caibarién, que une el continente con los cayos, es un paseo increíble sobre un pedraplén, entre manglares y con toda clase de aves revoloteando alrededor.
Después de unas cuatro horas en bus se llega a Ensenachos, un antiguo asentamiento indígena que forma parte de un archipiélago con costas vírgenes de arena fina y blanca. En este cayo hay un solo hotel con dos playas: Megano y Ensenachos, casi sin oleaje y agua transparente, a tal punto que puede verse la huella que el propio pie deja en el fondo entre pececitos blancos y estrellas de mar. Son cinco kilómetros de litoral perfecto con un ambiente tranquilo, donde se encuentran numerosas especies autóctonas de la flora y fauna que aún hoy pueblan el lugar.
3. Algarve
Portugal
Cuando en la ruta al sur empiezan a aparecer grandes carteles publicitarios, tenemos la firme sensación de que el Portugal tranquilo y más auténtico se acabó y sabemos que nos aproximamos al Algarve. Esta es una región de playas que atrae una buena parte del año turistas del norte de Europa fascinados por su clima, ya que en pleno invierno se puede estar en bermudas hasta las cuatro de la tarde mientras haya sol. Se instalan en uno de los tantos resorts, hoteles de cadena y posadas, o vienen con sus casas rodantes. Es zona de grandes urbanizaciones como Faro y Lagos, las ciudades que más turismo concentran.
La Costa Vicentina da al oeste y tiene playas salvajes al pie de altísimos acantilados grises que bajan al mar como inmensas patas de elefante. En un sector rocoso de la playa de Castelejo-Cordoama, Francisco y Manuel Santos pescan en silencio con la vista fija en el mar. Lo hacen entre surfistas que aprovechan la ola larga y pareja, y familias que disfrutan de la amplitud de la franja de arena y del agua de temperatura amigable.
La punta de Sagres es el promontorio que se adentra en el océano donde terminan el cabo San Vicente y el extremo suroeste de Europa. Era considerado el fin del mundo en la Edad Media y, por su mística, energía y vistas, hoy reúne multitudes alrededor de su faro, todos congregados para ver el atardecer y esos acantilados de 75 metros de altura.
Otra punta emblemática para visitar –a primera o última hora del día– es la Ponta da Piedade. Con tremendas cuevas y acantilados ocres y rojizos, entradas y salidas, se visita por tierra desde una pasarela de madera con una perspectiva elevada que se encuentra a dos kilómetros del centro de Lagos y lleva a buenos puntos de observación. También hay pequeños senderos que acercan a calas, pináculos y cuevas marinas. Pero, definitivamente, lo mejor es visitarla desde el mar en excursiones en lancha o en kayak que permiten acceder a las cuevas y atravesar los arcos de esta verdadera catedral marina diseñada naturalmente.
Las famosas, aunque populosas Praia da Marinha –entre Portimão y Albufeira–, con pequeñas bahías que se esconden entre rocas y cuevas de agua turquesa, y Praia da Falésia –al este de Albufeira–, también con acantilados color ocre y anaranjado, sin calas y más extensa –con menos concentración de gente–, son las playas elegidas entre tantas para pasar la última tarde.
Por la ruta que bordea el mar de regreso a Lisboa nos sorprende la amplia desembocadura del río Mira en Vila Nova de Milfontes, veraniega y sencilla, y luego Comporta, un antiguo pueblo aún rodeado de arrozales, donde todo es blanco y azul, que atrae la movida de la ciudad por sus playas anchas a poca distancia de la capital.
4. Andros
Bahamas
En Bahamas, algunos turistas se instalan en el hotel y no salen en toda la semana. Otros prefieren sumar salidas para conocer. Entre las excursiones que todos quieren hacer, está la que lleva a Andros, las islas más grandes y una de las más grandes del Caribe. La mayor tiene 167 kilómetros de largo por 70 de ancho. Ahí están las tierras fértiles: de Andros llegan las frutillas y las hortalizas frescas que consumen en los restaurantes. Ideal para maridarlas con la comida amada de los bahamenses: el conch, que se pronuncia “conc”. Es un caracol de mar que crece sobre las hierbas de los fondos marinos y los pescadores bucean, uno por uno, durante la temporada permitida, de agosto a marzo. La consistencia y el sabor es similar al calamar. Hay conch soup, fritters –cortado y frito–, ensalada tipo ceviche, croquetas o guiso; el cracked conch se prepara al estilo tempura, bien crocante, y el chowder es más espeso que la sopa y lleva bastante tomate; y por supuesto, se come en sándwich o hamburguesa.
En Andros hay cinco parques nacionales, una barrera de coral impresionante, de más de 300 kilómetros de largo, con variedades de corales. También hay blue holes o agujeros azules de unos 30 metros de diámetro y cerca de 200 de profundidad, para bucear y nadar como en una pileta insondable.
5. Nerja
España
Probablemente, a muchos les suene Nerja por el Balcón de Europa, un imponente mirador que se asoma sobre el inmenso Mediterráneo en el que cada día toca un músico diferente. La escena es perfecta cuando el romper de las olas se funde con el cante de una guitarra flamenca y el de la brisa marina. A otros quizás les haga acordar a las cuevas que llevan su nombre y que descubren un universo de estalactitas y estalagmitas que parece de otro planeta. O, tal vez, por algún capítulo de la serie Verano azul, que se rodó aquí y transformó el destino para siempre.
Dicen que la luz que cubre sus costas se siente como si el sol viviera aquí todo el año. Y algo de eso hay, pues crecen mangos, chirimoyas y lichis como en plena floresta tropical. Quien quiera recorrer la ciudad como los nerjeños hará bien en pedirse un helado de sabor “Málaga” (una crema con pasas y vino dulce malagueño) y apurar el paso. Tras una caminata, podrá decidir si toma un descanso en alguna de las dos playas céntricas que están a cada lado del Balcón: El Salón y Calahonda, una cala rodeada de barcas de pescadores que invita a nadar entre inmensos peñascos.
A menos de 10 minutos en auto, a los pies del gran acantilado que sostiene la localidad de Nerja, se encuentra la Playa de Maro. Escondida entre barrancos y terrenos rurales, sus aguas cristalinas son una oportunidad para practicar snorkel y submarinismo. Es tan bella que atrae visitantes de todas partes, por lo que hay que llegar temprano antes de que se complete el aforo. Los más aventureros pueden desplazarse cinco kilómetros para descubrir la playa de Burriana. Desde su costa parten travesías en kayak que proponen remar entre cuevas y cascadas para llevarse una postal de este enclave magnético desde el agua.
6. Chiriquí
Panamá
Existen diferencias entre la costa caribe y la pacífica, y son culturales y de terruño. El golfo de Chiriquí, en el noroeste, es un lugar interesante para surfear. O para ver ballenas jorobadas. Entre junio y octubre recalan para aparearse y tener sus crías en aguas cálidas.
A las playas de esta zona se llega en lancha porque están en algunas de las 25 islas de origen volcánico que rodean a Boca Chica. En el camino a las islas Páridas, Bolaños, Ventana o Palenque se ven las ballenas jugando con las crías. Con suerte saltan y muestran la cola. También se pueden ver delfines, pelícanos y yates de lujo.
En el límite con Costa Rica, Chiriquí es la provincia más productiva del país. Ahí se abastece de verdura y fruta la Ciudad de Panamá. En las fincas que rodean a Boquete, se produce el café panameño de especialidad, entre otras variedades, el Geisha, que en los últimos años alcanzó precios récord y se convirtió en uno de los más caros del mundo.
7. São Miguel dos Milagres
Brasil
A mitad de camino entre las conocidas playas de Maceió –Jatiúca y Pratagi– y la costa de Maragogi, este enclave es un secreto muy bien guardado en el estado de Alagoas. Para descubrirlo hay que volar a Maceió y, desde allí, alquilar un auto o tomar un transfer.
Si bien se detecta a solo 100 km de la capital de Alagoas, el trazado de la carretera AL-101 Norte hace que el periplo lleve unas dos horas. Conviene viajar de día, por esta condición, porque casi no hay servicios durante el recorrido, y para apreciar el imponente paisaje de verdes palmeras que contrastan con la tierra rojiza.
El acceso menos directo es, quizás, la clave para que este destino de aguas mansas aún palpite al ritmo de los pescadores. Aquí no hay colectivos, taxis, cajeros –las posadas aceptan tarjeta de crédito– ni resorts. La propuesta es bañarse en piscinas naturales, caminar extensas playas desiertas –imperdibles la do Toque, Lage y Patacho–, descubrir la intacta cultura local, descansar alguna de sus coquetas posadas de charme o navegar el río Tatuamunha a la par de los manatíes o peixe-bois.
8. Caló des Mort y Ses Illetes
Formentera, España
En Formentera, no hay burros como en las islas griegas –porque salvo en el extremo de La Mola, tampoco hay elevaciones que trepar–, pero sí están las payesas (campesinas) y los pescadores, los olivos en los campos labrados junto a pequeños hoteles de lujo o elegantísimos cans (“casa” en catalán), que se alquilan para sentirse como nativos mientras hacen vida de turista; léase, playa durante el día y la visita a alguno de los centros urbanos –Sant Francesc Xavier, la capital; Es Pujols o Sant Ferran de Ses Roques– al atardecer, para tomar una copa antes de la cena. El concepto catalán de can se usa como “casa de” y es por eso que precede al nombre de muchos de los restaurantes: Can Rafalet, Can Carlitos o Can Pasqual. El mallorquí y su variante, el ibicenco, son frecuentes, más que el español, pero menos que la nueva lengua “oficial” de las Pitiusas: el italiano. Son amos y señores desde antes de los 90, cuando se fueron consolidando hasta llegar a la situación actual: el público, los mozos y los dueños de los restaurantes y varias posadas son italianos. Es bastante raro encontrar turistas españoles. La segunda mayoría son ingleses, franceses, alemanes.
Hay algunos planes para romper la molicie de los días: caminar hasta el faro en Cap de Barbaria, o visitar el Parc Natural de ses Salines. La naturaleza lenta y bien ajena a la movida ibicenca se aprecia mejor en Pilar de la Mola, cuyo faro está al borde mismo de un acantilado. Allí se organiza una feria los miércoles y los domingos por la tarde que es cita obligada de viajeros.
Otros dos imprescindibles son extremos de belleza y de tamaño: Caló des Mort y Ses Illetes. La primera, minúscula; la segunda, famosamente larga, justo antes de las islas de Espalmador y Espardell. Por sus escasas dimensiones, para proteger Caló des Mort, el acceso es peatonal desde el estacionamiento, que está cerca del hotel Riu La Mola, o desde la playa. Se trata de una preciosa cala de agua cristalina de apenas 70 metros de ancho, que son cotizadísimos en verano, por lo que hará bien en ir temprano. Es parte de la playa de Migjorn, pero está –como manda toda cala– bien aislada por las rocas que la rodean de un lado y del otro. Por su emplazamiento, resulta ideal para ver el atardecer.
Illetes, por su parte, suele figurar primera en los rankings de mejores playas españolas y es, además, epicentro del proyecto “Save Posidonia”, que se ocupa de proteger esta planta acuática. Es fácil reconocerla seca en las costas, pero no es un alga, sino una especie que forma praderas en el lecho submarino de estas islas. Con 8 kilómetros de extensión y 100.000 años de edad, se trata del mayor y más antiguo ser vivo del mundo. La pesca de arrastre, el cambio climático y la contaminación, entre otros factores, la están afectando, y la pureza y la claridad de las aguas de la zona corren peligro.
Illetes cuenta con varios estacionamientos dentro, algunos restaurantes, y cientos de metros para caminar esa larga lengua de arena, conocida como Península de es Trucadors. Las bicicletas y los autos eléctricos no pagan (las motos y los autos abonan € 4 y € 6 diarios, los híbridos el 50%), pero sí hay capacidad limitada de ingreso, por lo que en plena temporada alta conviene llegar temprano o ir en bus.
Una vez allí, o en cualquier otra de las playas, es fácil encontrar algún chiringuito que alquile a € 10 la reposera y a otro tanto el parasol por día. A pocos metros se reúnen los que andan con su propia silla o pareo y la sombrilla que compran a ese precio en cualquier tienda de playa. Conviven felices unos con otros: quienes hacen nudismo con las chicas en topless o con los que andan vestidos.
Temas
Más notas de Revista Lugares
- 1
Belgrano se renueva: 5 propuestas gourmet que nacieron con el boom inmobiliario
- 2
Bariloche gourmet. Goulash, fondue, frutos rojos, hongos, liebre, jabalí… Ocho restaurantes para disfrutar este verano
- 3
De conocerse en Roma de casualidad a plantar los viñedos más altos de Mendoza
- 4
Brasil en auto: 6 playas imperdibles del sur, de las nuevas a las que no fallan