Huachichocana, el Camino de los Colorados, la Garganta del Diablo, el Anfiteatro, el Hornocal e Inca cueva.
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Desde los pueblos pintorescos que adornan los cerros de la Quebrada –Purmamarca, Tilcara, Humahuaca– parten senderos que llevan a múltiples destinos naturales. Todos son para recorrer a pie: algunos resultan accesibles con facilidad, otros demandan un poco de esfuerzo o admiten ser visitados en auto. Acá, una selección de los mejores y las exigencias de cada uno.
1. Huachichocana
De sur a norte, subiendo desde San Salvador, es el primero de esta colección de imperdibles. Atrae con el imán de unas pinturas rupestres que, si bien resultan escasas y borrosas (un sol, una llama), premian con el hallazgo de un camino de película.
Mario Cruz, miembro de la comunidad de Huachichocana, acompaña a los visitantes en un viaje de 20 km desde Purmamarca por ripio, y cuando las piedritas se tornan rocas, a la altura de la escuela-albergue, se extiende en una caminata de 30 minutos. En todo el trayecto escoltan cardones gigantescos, de varios metros de altura. Por momentos son tantos que el paisaje es el de un bosque erizado y silencioso. Los cardones secos son usados para techar las casas, recubiertos de plástico y barro.
La comunidad está conformada por 16 familias que viven en la margen derecha del río Purmamarca. Allí ofrecen a los visitantes guisos de mote, asados de cordero o cabrito picantes y tixtincha, carne hervida con maíz.
2. El camino de los Colorados
Los 4 km de este recorrido pueden hacerse en auto, pero no hay que privarse de la fascinante experiencia de transitarlos a pie. Se camina entre cerros rojos por un sendero ancho lleno de curvas y contracurvas, en una ruta de tierra que parte desde el centro mismo de Purmamarca.
Muy cerca del mirador El Porito, nace un camino que serpentea entre laderas coloradas, verdes, ocres bien oscuro, marrón claro y grises, y permite comprobar desde adentro que el Cerro de los 7 colores, en singular, no existe: la perspectiva permite tomar desde lejos una panorámica de esas montañas que se van superponiendo y terminan de conformar, entre todas, una serranía multicolor.
3. La Garganta del Diablo
Ya en Tilcara, a 8 km del centro de la ciudad salpica esta cascada, homónima del salto misionero pero muy distinta de aquella. Se puede llegar hasta allí tras unos 30 minutos en auto por camino de cornisa, o bien en un trekking de dificultad media-alta, que demanda una hora y media y pulmones entrenados.
La Comunidad Ayllu Mama Qolla, de unos 80 habitantes, tiene a cargo el acceso en este paraje, situado a 2.890 metros de altura en la Quebrada del Alfarcito. La caminata desde el puesto de recepción es de apenas unos 15 minutos: solo hay que atravesar unos 600 metros, que implican descender unos 200 metros hasta un cañadón.
En el inicio del sendero llama la atención una apacheta, un montículo alto formado por rocas pequeñas debajo de las cuales los visitantes que lo deseen pueden dejar sus ofrendas a la Pachamama, a quien le piden permiso para recorrer sus encantos. Para eso se entierran, depositándolas con las dos manos, unas hojas de coca que se deben cubrir con alcohol.
En los paredones de pizarra negra de este salto natural, sobre el cauce del río Huasamayo, se han encontrado trilobites, restos fósiles. A la cascada, el apelativo de Garganta del Diablo puede que le quede grande, pero la selfie contra esa caída de agua vale mucho más que los $100 que piden los miembros de la comunidad por el acceso.
4. El Anfiteatro
Seguimos rumbo norte y llegamos a Humahuaca. Para alcanzar la Quebrada de las señoritas es necesario viajar unos 15 minutos por la RN 9 y después hacer un tramo corto por un camino de ripio. Una vez que se estaciona en un playón natural, a poco de avanzar el sendero peatonal se bifurca: hacia la izquierda se va hacia la Quebrada, y hacia la derecha a un atractivo menos popular pero más impactante.
Tras recorrer durante una veintena de minutos de amable caminata un cañadón estrecho de paredes altas y rojizas, dignas de algún planeta distinto a la Tierra y formadas por la fuerza de grandes aluviones, se desemboca en un recinto semicircular conocido como El Anfiteatro. No hay que pagar nada por sacarse el gusto de comprobar el por qué del nombre. Se cante o no, hay que probar esa caja de resonancia.
5. El Hornocal
Después de tanta superficie cuasi marciana y para ampliar la paleta, una gran idea es ir hasta el cerro El Hornocal, con la ambición de ver sus 14 colores. Para eso, tras dejar la RN 9 se deben recorrer en auto 27 km de ripio en subida por la RP 73, que insumen una hora. Si se viaja en una 4x4, mejor, porque los vehículos sin mucha potencia pueden padecer un poquito la trepada. Pero todo el mundo llega.
En la prepuna, el paisaje es más árido que en la Quebrada, con arbustos bien achaparrados y poco verde. De camino, rinde parar unos minutos en el mirador de la cuesta de Aparzo, a 4.200 metros, para tomar unas panorámicas.
Geológicamente, las dos elevaciones más emblemáticas de la región son diferentes. El Cerro de los 7 colores es una formación sedimentaria; el Hornocal, en cambio, es resultado de un plegamiento tectónico: no se formó por acumulación sino por una masa grande de tierra que emergió.
El Hornocal puede admirarse desde su mirador, o unos 500 metros más de cerca, hacia abajo. Ir es simple, lo difícil es volver. Hay que trepar en zigzag para evitar el ahogo, no tanto porque la subida sea tan empinada sino porque la tierra horizontal de la que se parte ya de por sí está muy arriba: 4.340 metros.
¿De dónde proviene su nombre? En la zona había hornos en los que se “quemaba” con agua la piedra caliza para blanquear con ella las paredes en la época colonial.
“El cerro es una presencia viva para nosotros. Es uno más de los nuestros”, confiesa Sonia Zapana, miembro de la Comunidad aborigen de El Hornocal y Técnica en Turismo. “Vi llorar a muchos visitantes por la emoción que les provoca tenerlo enfrente”, relata junto a los puestos de artesanías donde, organizados en una cooperativa, los pobladores planean construir un lugar para ofrecer pernocte.
6. Inca cueva
Desde Humahuaca hay que tomar rumbo norte a lo largo de 48 km por la RN 9 hasta ver allá abajo el puente del tren sobre el lecho seco del río. Desde allí se inicia la caminata hacia los refugios que usaban los pobladores originarios, nómades, cazadores y recolectores.
Mientras caminamos, vemos sobre el lecho unos hilos de agua que de pronto desaparecen, pero emergen unas decenas de metros más adelante: el río tiene tramos subterráneos.
Tras un par de horas de andar durante unos 10 km, se llega a la llamada Cueva 1 (en total son 8), la que alberga la mayor cantidad de pinturas rupestres. En el acceso, esperan a los visitantes los guías de la comunidad local que señalan sobre las paredes rojas las imágenes de llamas, chamanes, soles, una mujer en posición de parto, estrellas, arcos y flechas, lanzas, hachas. Las figuras fueron hechas, se cree, con excrementos animales, grasa y materia vegetal.
“Eran integrantes de la cultura Omahuaca, y nos dejaron vestigios de su actividad acá, donde se estima que tuvieron presencia desde el año 10.000 AC hasta la llegada de los españoles”, explica el guía.
Las cuevas subsisten ahora como portales de acceso a un pasado que sigue proyectando su luz sobre el presente: se han encontrado armas hechas con restos de animales marinos, instrumentos musicales, pipetas para fumar y hasta semillas de maíz precolombinas.
Más info
Asociación de Guías de Turismo de Jujuy
Tel: +54 0388 604 7763
IG: @asociaciondeguiasdejujuy
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