Una selección de direcciones y experiencias que sirven de santo y seña en la encantadora capital uruguaya, del otro lado del Río de la Plata.
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En la capital uruguaya todo parece tener arreglo. Hay escarabajos de los años 70 con carrocería que brilla en celeste o colorado. Hay bares “de viejo” que conservan mayólicas, recetas de antaño, y están siempre llenos. Hay una feria famosa donde nada se tira, todo se expone, todo se vende. En Montevideo, hasta el idioma que compartimos no es descartable: “tú” y “contigo” suenan como un canto sutil que no pierde vigencia. Hasta el viento –¿hay algo más antiguo que el viento?– tiene fuerza. Sopla vigoroso y frío por las calles de la Ciudad Vieja para que el otoño parezca invierno. Y para que el Río de la Plata se jacte de ese anchor que lo hizo puerto, de este lado y de aquel; río que se integra a la ciudad sin darle la espalda, con ramblas y playas. “No sé qué habrá hecho Artigas para que quedemos entre dos bestias como Brasil y Argentina”, se pregunta en voz alta un chofer de Uber. Algo habrá hecho, pero Montevideo es imperturbable, versión pequeña de nada, única en su especie y, como aquí todo se soluciona, Montevideo es sustentable. Lo dicen sus mercados pujantes, los bares con impronta, aquellos museos de historias universales y los hoteles que saben recibir. Es lo que su gente logró, gente con buenas costumbres y mejores maneras.
1. Tristán Narvaja: nervio mercantil de la ciudad
Está sólo los domingos y a nosotros nos coincide con el Día del Trabajador. Cuando llegamos a la esquina de Dr. Tristán Narvaja y Av. 18 de Julio comprobamos que no hay feriado que la detenga. La calle que le da nombre son siete cuadras que bajan en dirección al norte de la ciudad y, según me advierten, la feria se ramifica hacia la izquierda, principalmente, pero también a la derecha. “Es enorme. ¡Perdete!”, me dice un vendedor de frutos secos, justo cuando Xavi –mi compañero fotógrafo– y yo decidimos marcar un punto de encuentro para dos horas más tarde. Me lanzo a caminarla con la calle Tristán Narvaja como eje. Se suceden puestos sin orden ni razón. Hay uno que vende ajo colorado y otro papel higiénico.
Hay también otros con copas de cristal, artículos de bronce, cadenas y pinzas, estampillas ensobradas, cargadores de celular, ediciones viejas de Patoruzú, discos de pasta (pero también CD) de Madonna. Hay una mesa con cientos de suéteres –los llaman buzos– tipo Burma que están a buen precio, como casi todo acá. Hay más verduras, más artículos de limpieza, más antigüedades –libros por doquier– y camisetas de fútbol. Encuentro bicicletas viejas que están a nuevo, zapatos lustrados, muñecas y bebotes reparados, maletas con ropa usada y jóvenes al son de “brownies cannááááábicos”. Me pregunto qué sentiría Marie Kondo en esta feria.
Dr. Tristán Narvaja y Av. 18 de Julio. Domingos de 9 a 15.
2. Casa Vilamajó: una muestra de arquitectura uruguaya
Abierta al público hace diez años, fue hogar y estudio del arquitecto uruguayo Julio Vilamajó. Edificada en 1930 en las inmediaciones del Parque Rodó, es un noble ejemplo de la expansión de la arquitectura uruguaya. Son cinco niveles donde espacio y luz conviven con maestría. La recorrida empieza en la calle Cullen, con las guías Mónica Nieto y Nadia Terkiel, que hacen hincapié en el aspecto de fortificación medieval, las ventanas diferentes y las medusas y proas de barco (del escultor Antonio Pena). Una vez en la planta baja, hay con sector de servicio por detrás y el principio de una escalera que llega hasta lo más alto.
En el primer piso, en tanto, el living está integrado al patio-terraza. La fuente es agua en movimiento y está a pasos de un estanque que contrarresta con su quietud. Hay un ceibo, un rosal y un jazmín. En el segundo piso está el comedor con muchos espejos, mesa y aparador diseñado por Vilamajó, y sillas estilo Bauhaus. Sin disimulo, los caños de los radiadores –novedad para la época– están expuestos. Desde aquí se accede a la cocina, pequeña y pulcra, con zócalo sanitario.
En el tercer piso está el cuarto que Vilamajó compartía con su esposa, Mercedes. Y acá llega el intríngulis, porque parece que, en plena obra, al arquitecto se le trastocaron los planes. Estrella, su hermana, se mudó a vivir con el matrimonio y, por eso, lo que iba a ser vestidor terminó ocupado por su cama. De esta forma, la alfombra fría del piso perdió sentido y la disposición de los roperos también. ¿El ultimo nivel? Un estudio que desde afuera es imperceptible y tiene el techo tan rojo como el piso de la planta baja. Corolario de esta casa signada por los ocres, dorados y marrones: cuando el arquitecto murió (a los 53 años) quedó para su esposa, y hoy es del Estado.
Domingo Cullen y Av. Sarmiento. Miércoles y sábados de 10 a 16. Entrada gratuita. Visitas guiadas, en punto, a toda hora. IG: @museocasavilamajo
3. Linardi & Risso: una histórica librería
“¡No vengas más!”, dice que les grita Andrés Linardi a los ladrones de libros que se asoman por la vidriera. Así los espanta, al menos por un tiempo. Andrés es hijo de Adolfo Linardi, quien fundó, junto a Juan Ignacio Risso, la Librería Linardi y Risso, en 1944. Desde la década de 1980, Andrés y su actual socio, Álvaro Risso (hijo de Juan Ignacio), están al frente de este templo bibliófilo, especializado en literatura sudamericana. Bien vale la visita para hurgar en sus estanterías y preguntar por primeras ediciones, que están guardadas bajo llave. Además, el edificio tiene túneles secretos del siglo XVIII.
Juan Carlos Gómez 1435. T: (+598) 2915-7129. FB: Librería Linardi Risso
4. Candombe: dónde y quienes le ponen ritmo
Puede que el barrio Sur sea el epicentro, pero hay más candombe en Montevideo. La cita casual es a las siete de la tarde en Guana y Requena, en el barrio Cordón. Al llegar, la calle retumba y contagia. Hay una cuerda de alrededor de 20 tambores con músicos que bailan para que el ritmo le gane al frío. Un rato de música hasta que frenan en una esquina. “Es el ex grupo La Kasita, que ahora busca nuevo nombre”, me cuenta una de las espectadoras. Entonces la pausa sigue con un ritual: prenden fuego sobre una alcantarilla y acomodan los tambores alrededor. Así afinan el cuero, que se tensa. Los que tienen perillas, lo hacen sólo por tradición. Y después de un rato vuelven a subir por la misma calle, mientras la gente sale a los balcones para verlos pasar.
Eso sí, para hablar de candombe montevideano hay que hablar de El Lobo –Fernando– Núñez. Nos recibe en El Power, su taller y estudio del barrio Sur. Luthier de tambores y músico de Rubén Rada (desde hace 40 años), integra la comparsa La Calenda y también, a veces, sale con La Dominguera. “Mi familia está acá desde 1837″, dice con orgullo de raíces negras, mientras se ocupa de aclarar que sus ancestros no vinieron a este puerto en tiempos de la colonia, sino que “nos trajeron”. “Fuimos el 60% de Uruguay”, aclara sobre los antiguos esclavos, dueños de este “ritmo callejero que integra gente al caminar”. Cuenta que de chico tocaba con tarros de pintura y que de puro curioso empezó a fabricar tambores que son de pino, cedro, roble o ¡lo que sea! Y que disfruta mucho de recibir turistas.
Ex comparsa La Kasita: IG: @lakasitacandombe // El Lobo Núñez: FB: El Power. IG: @lobo_nunez_
4. Castillo Pittamiglio: un templo privado de rasgos medievales
“Humberto Pittamiglio era un arquitecto, ingeniero, empresario, político y, sobre todo, alquimista”, enfatiza Evangelina González, guía del castillo de 1918 que se ve desde la rambla Gandhi y llama la atención por una singular Victoria de Samotracia. Hijo de inmigrantes italianos, aquí vivió este excéntrico personaje que nació el 19 de noviembre de 1887 y dejó su sello en varios puntos de Uruguay.
Entre galerías y terrazas, la guía marca un gran horno ornamentado con águilas bicéfalas, el escudo de Castilla y León, y la letra H que se representa en columnas. “Se llamaba Umberto, en italiano, sin hache, pero por consejo de Francisco Piria, el fundador de Piriápolis, que era masón como él, se agregó la hache. Así su nombre tenía ocho letras, el número del infinito”, explica González. Hay también portones de inspiración medieval, un altar “desde donde se comunicaba con Dios”, esculturas y un templo solar. “Muchos creen que Pittamiglio construyó tanto gracias a que encontró́ la fórmula del oro. Llegó a tener mucho dinero”, agrega sobre el hacedor que murió de neumonía en 1966.
Rambla Gandhi 633. Entrada gratis. Sólo se paga en dos salas: la de los espejos (UYU 130) y la del laberinto (UYU 180). Lunes a viernes de 17 a 20, sábados y domingos de 12 a 20. Visitas guiadas: viernes a las 18 y sábados y domingos a las 13, 16.30 y 17. IG: @universopittamiglio_mvd
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