Ni muy turísticos ni tan de moda, reúnen todas las condiciones para ser considerados buenas alternativas de viaje.
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Barreal
San Juan
Su aire puro, las frondosas alamedas y el rumor de sus acequias hacen de este pequeño enclave en el Valle de Calingasta (a 220 km de la ciudad de San Juan) un oasis andino que vive una silenciosa expansión desde hace varios años, con posadas encantadoras rodeadas de montañas, que permiten combinar el relax con un interesante menú de turismo aventura, como el rafting en el río Los Patos, alguna cabalgata o una travesía 4x4 de alta montaña.
El plato fuerte es el carrovelismo en Barreal Blanco o la Pampa de Leoncito, una planicie arcillosa y agrietada de 14 km donde las ráfagas de viento alcanzan los 80 km por hora. Hay que llegar por la tarde, cuando sopla el “conchabado” y se encuentran los prestadores al costado de las pistas.
De noche, lo que deslumbra es su cielo de miles de estrellas brillantes. Hay entre 270 y 300 noches diáfanas por año, lo que motivó que se instalara allí el complejo astronómico CASLEO, la piedra fundacional del hoy PN El Leoncito, cuya misión es proteger la diafanidad del cielo.
Norte de Neuquén
El despertar turístico del extremo norte de la provincia -una zona antes dedicada a la minería- es bastante reciente. La Cordillera del Viento corre paralela a la de los Andes y regala paisajes de postal: una sinfonía de valles y volcanes, matizada por lagunas que no tienen nada que envidiarle a los lagos de Villa La Angostura y Villa Pehuenia, otros destinos neuquinos consagrados. La única diferencia es que los hospedajes son más modestos, y no es tanta la variedad, algo que seduce a los conquistadores de nuevos parajes.
El circuito se extiende desde Andacollo hasta el pie del volcán Domuyo, el “techo de la Patagonia” (4.702 metros). En el camino que sube entre bosques de pinos ponderosa (producto de la forestación impulsada en 1964) aparecen hitos como Las Ovejas, Varvarco (con una buena hostería municipal y restaurante) y Los Bolillos, unos macizos de arenisca parecida a la piedra pómez.
Le sigue el tramo más largo y escarpado hasta la base del volcán, que deriva en el complejo de aguas termales Aguas Calientes (hay cabañas con cocina, camping organizado y proveeduría) y los géiseres de Los Tachos, muestras de que todavía hay actividad geotérmica.
Otro atractivo imperdible son las lagunas Epu Lauquen, un Área Natural Protegida de 450 hectáreas que representa el mayor bosque nativo del norte neuquino, con ejemplares de roble pellín, ñires, lengas y algo de coihues. Además, conserva más de la mitad de las aves de la provincia. Se llega en auto hasta la segunda laguna, la superior, azul como pocas.
Fiambalá
Catamarca
Este pintoresco pueblito de enorme potencial es el hito final de la Ruta del Adobe, un circuito de 50 km que empieza en Tinogasta y recorre viejas casonas y capillas hechas en este noble material. Es un oasis en medio de la aridez, rodeado de termas, viñedos y las dunas de Tatón, lo más parecido al Sahara en este lado del mundo.
Allí aparece la Iglesia de San Pedro (1770), el “santo caminador” al que todos los años le cambian los zapatitos con los más de 500 pares que les dejan los fieles. Blanqueada y radiante emerge en el medio de una plaza, junto a la antigua Comandancia de Armas (1745).
Fiambalá es el punto de partida de las expediciones a los Seismiles los volcanes más altos del mundo. El Ojos del Salado y el Pissis sobresalen entre una decena de cumbres que superan los 6.000 metros de altura.
A 15 km del centro se encuentra el complejo termal, el atractivo hot de la zona: el agua baja de la montaña y recorre 14 piletas escalonadas, donde se enfría y pasa de 51 a 18º C. Se puede pasar el día o alojarse en la minihostería, cabañas, dormis o el camping.
En plan aventura, lo mejor es salir a recorrer las dunas que rodean al pueblo, muy frecuentadas por los corredores del Dakar durante los nueve años que tuvo a Fiambalá como parte del rally. Basta alejarse unos 10 km para encontrarse con Saujil, en donde alquilan tablas de sandboard. Le sigue Medanitos, que por algo lleva ese nombre. Palabras mayores son las Dunas de Tatón: kilómetros y kilómetros de médanos que suben y se pierden en los cerros, o bajan de ellos. Con una altura promedio de dos mil metros, figuran entre las más altas de Sudamérica.
Esquina
Corrientes
A orillas del río Corriente, esta tranquila ciudad es un buen plan para descansar, hacer playa y recorrer la rica geografía de bañados y lagunas que la rodea, donde hay varias estancias que reciben a ritmo de campo. En el casco urbano, de intacto aire colonial, no faltan lindas posadas y cafecitos a metros de la costanera, además de las distinguidas torres doradas de la iglesia Santa Rita de Casia, lo único que se alza sobre las casonas bajas.
Esquina vibra especialmente al compás de la pesca y el carnaval. Los pescadores de ley esperan a que llegue marzo para salir en busca de algún pacú, un surubí o incluso un dorado. Maradona tuvo su historial de tire y afloje con ejemplares de varios kilos en este delta. Su padre, don Diego, nació en Esquina y por él se convirtió en un sponsor de la pesca local.
El carnaval, en febrero, es muy popular y enciende pasiones con sus dos comparsas históricas: Yasí Berá y Carú Curá. Es una fiesta única, que arranca varios meses antes, cuando los esquinenses se reúnen a bordar lentejuelas, juntar plumas y ensayar coreografías en los clubes.
Los Antiguos
Santa Cruz
Capital Nacional de la Cereza, la ciudad a orillas del lago Buenos Aires –el más extenso de la Patagonia y el segundo mayor de Sudamérica, detrás del Titicaca– está rodeada de chacras que pueden visitarse para degustar frutos de exportación. El microclima del lugar, las horas de sol y la tierra fértil del valle hacen que estas cerezas sean las más ricas.
En la entrada principal está el monumento al Cerecero, pero también se destaca por la fruta fina roja, que incluye corinto, frambuesa y frutilla, y se dan bien las ciruelas, manzanas, damascos y duraznos.
Desde acá se puede llegar a Lago Posadas por la RP 41 que bordea el monte Zeballos (la versión off-road de la RN 40), o cruzar a Chile por la vecina localidad de Chile Chico. Está tan cerca que los chicos van a su plaza, después de hacer migraciones y aduana. El río Jeinimeni es el límite natural entre los dos países, un gran valle compartido donde no existe el imaginario de la cordillera que separa de norte a sur. Hileras de álamos y sauces que crean cortinas contra el viento protegen los cultivos y los pueblos.
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