Una pareja de arquitectos nos recibe en su asombrosa casa frente a la ribera de zona norte, donde tienen una existencia atípica y se sienten todo el año de vacaciones.
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“Siempre decíamos: ‘Cuando tengamos hijos, nos mudamos, porque no vamos a entrar’. ¡Pero no podemos irnos!”, nos contó la arquitecta Inés Miglioli (41) cuando la visitamos en su casa de zona norte, en la primera línea del río. “Mi marido [Matías Neuwald, también arquitecto] vivía con un amigo en una casita acá al lado desde 2006. Me mudé con él en 2007 y, en 2010, nos instalamos en esta, que compró junto con un amigo y su hermano. “Habrá sido la gloria”, le decimos, calculando la edad. “Muy la gloria”, se ríe Inés.
“Viví por la zona toda mi vida, pero ni sabía de la existencia de este barrio, que tiene muchos. Es que, antes era más difícil llegar, estaba todavía más escondido, era como invisible. Los pioneros del lugar nos cuentan que empezó como un recreo de fin de semana donde la gente venía a disfrutar del río y a pescar. Hoy, acá conviven varias familias que aprovechan los espacios comunes como zonas de juegos, plazas o quinchos para encontarse y disfrutar entre vecinos, y eso es lo que le da su identidad”.
“Y, sí: hay que ser un poco especial para vivir acá”, sonríe Inés, íntimamente feliz de que esa distinción le haya tocado en suerte.
Qué se hizo
“Cuando hay crecidas importantes nos entra el agua. Es el precio por querer habitar el espacio libre debajo de la losa original del primer piso. Con las pendientes y drenajes que se le dieron, se minimiza este costo. Las crecidas importantes llegan en promedio cada 10 años: el resto del tiempo la planta baja es el lugar para disfrutar de la relación directa con el parque y las visitas que trae la marea”.
Mientras que arriba la construcción está dividida, la planta baja es de uso común y alberga comedor, cocina, lavadero, toilette, sala de ensayo y cine, y el taller de herrería y carpintería de Monte, Roberto y Matías. “Los chicos mantuvieron la estructura básica, pórtico incluido, y desarmaron por completo la construcción que estaba por encima. Por supuesto, reusamos toda la madera en pisos y revestimientos”.
“Somos amigos, somos vecinos, somos familia. Apostamos por una vida que es linda en su aspecto comunitario y que a todos nos resulta conveniente en lo económico también”.
Vida privada en planta alta
“Antes esto era nuestro living, y teníamos el dormitorio arriba. Hoy, se lo cedimos a los chicos, y nos reservamos este sofá-cama”. Nos llaman la atención las puertas pivotantes y corredizas. “Matías las restauró y las ajustó al espacio, que se hace enorme cuando las abrimos”.
Matías, que recuerda la procedencia y la especie de cada sección de madera en esta construcción, usó su enorme saber artesanal, también, para hacer lugares de guardado escondidos en el piso, al estilo de los barcos.
“Acá tenemos una heladera chiquita. Abajo está la gigante y el freezer. Esta es una cocina más para resolver el desayuno o una noche de fiaca”.
El cuarto de los chicos
“¿Qué dicen los compañeros de colegio de los chicos cuando vienen?”, le preguntamos a Inés. “¡Vienen fascinados! Los cumpleaños son acá son especiales. Para el último de nuestro hijo, trajimos dos metros cúbicos de arena, en vez de un pelotero. Y armamos una búsqueda del tesoro espectacular”.
En el cuarto infantil instalaron dos camas en altura (cada una con su escritorio abajo), un equipo de aire acondicionado y una raja con vidrio de seguridad en el piso que lleva luz a al living. “¿Y para los bichos?”, es la pregunta ineludible. “Para los bichos, tules. Y uno se olvida. Porque tampoco es que hay alimañas raras. Sí nos cruzamos siempre con un lagarto overo en el jardín, pero ya es un viejo conocido. Los chicos le dan comida y todo”.
El futuro
“¿Cómo se piensan en adelante?”. Lo que hacemos acá y en todas partes, que es tan artesanal, lo hacemos para nosotros, porque es más un hacer con las manos en sintonía con nuestro modo de vivir. Al futuro lo vemos repartido entre aquí y Córdoba”. Inés se refiere a El Puesto, la casa de campo que restauraron en medio de las sierras de La Cumbrecita con su sello sereno y artesanal. “Es un proyecto sobre un terreno familiar que surgió durante la pandemia, que nos pescó allá: íbamos por dos semanas y nos quedamos nueve meses. Mis hijos nunca se pusieron un barbijo: fueron libres ahí. Eso fue una gran llamada de atención”.
“Nuestro estudio tiene una filosofía sustentable. Siempre buscamos aprovechar los recursos disponibles, utilizamos energías renovables y soluciones de diseño como techos vivos, aleros y buena orientacion para garantizar el confort en la vivienda. Reciclamos hasta lo último. También hacemos especial hincapié en el tratamiento de efluentes. Todo eso puede parecer costoso por la inversión inicial, que es fuerte, pero está orientado al bajo mantenimiento y al ahorro futuro. Además, tampoco cuesta tanto, porque hay una parte enorme que hacemos nosotros: tenemos la habilidad y las máquinas. “¿Le tenés fe al futuro?”. “Si, obvio. No haríamos esto si no la tuviera”.
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