Volvimos a la casa de la diseñadora de indumentaria Gaby Candioti y su marido, el arquitecto Jorge Kicherer, firmada por uno de los grandes nombres del racionalismo argentino.
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“La casa sobrevive muy bien, con mucha dignidad”, nos dice Gaby Candioti, diseñadora textil, de indumentaria y dueña de Candioti, la marca/tienda de ropa más linda de zona norte cuando mencionamos, inevitablemente, nuestra última visita, hace once años. Como todo lo que evoluciona en lugar de ponerse viejo, no vimos tantas alteraciones en la casa; sí, en cambio, ese mayor aplomo que da estar cada vez más cómodo en la propia piel.
La casa se ubicó en medio del terreno, algo que va contra las prácticas más habituales. Gabriela y Jorge lo encuentran maravilloso, por más que no haya quedado ni un gran jardín atrás ni un gran jardín adelante. “La vivencia es increíble: estás en el jardín”.
Tema obligado
“Para mí, hablar de textura en un hogar es hablar de su piel, y a medida que pasa el tiempo o cambian las situaciones, necesitás renovarla”, define Gaby a propósito de cómo se vincula su profesión con el lugar donde vive. “Yo voy por la vida así”, dice, frotando los dedos índice y medio contra el pulgar. “En casa, eso mucho tiene que ver con la placidez, con el cuerpo, con tirarte en un sillón, y ahí las telas son fundamentales. Yo misma hago muchos de los almohadones, fundas o cortinas, que voy recirculando. Son cosas de las que puedo volver, y la casa sigue siendo de madera, vidrio y hormigón”.
“Con Jorge nos gusta hacer cosas juntos en la casa y ver cómo vivir esos espacios. Nos suma un montón como pareja. Además de la familia, es otro proyecto en común que estás ‘criando’”.
Polo de atracción
“Jorge tiene la facultad de hacer y yo, la de armar. Creo que, tal vez, al ser una familia ensamblada pusimos mucho empeño para que este lugar fuera atractivo para todos los chicos. Igual, fue toda una apuesta. Veníamos de una casa más grande y esta, a pesar de estar sana en el sentido de no haber tenido reformas, estaba muy venida abajo. Los chicos nos miraban con cara de ‘mmmm…’. Nos cuestionamos bastante, pero nos pareció que iba a ser muy bueno -y hasta formativo para ellos- vivir en un lugar tan bien diseñado, que trasciende un montón de épocas. Y bueno, la amaron, pero fue un momentazo, una decisión muy importante”.
Más allá de su aspecto “discordante” entre casas con techo de tejas, en su gran mayoría, lo que distingue a esta es su autoría de vanguardia. Fue construida en los años 50 por el estudio Urbis, integrado, entre otros, por los arquitectos José Luis Bacigalupo, Alfredo Luis Guidali, Juan Kurchan, tal vez el más conocido por ser la “K” de la famosa silla BKF, en medio de sus colegas con Bonet y Ferrari-Hardoy. “Creo que los arquitectos de Urbis construían pensando en cómo íbamos a vivir 50, 60, 70 años más adelante. Pensá que cuando la proyectaron, en esta zona se estaban construyendo chalets ingleses. Lo único que le cuestiono que, en esta búsqueda súper racional, la casa es que no tenga ningún espacio residual… ¡Y yo necesito un montón de espacios residuales! Acá es toda la vida muy a la vista. Hace poco hicimos un lavadero junto a la pileta para sacar el ruido del lavarropas de la cocina, por ejemplo.
El living está separado del comedor por un desnivel. Fuera de eso, todo es integración y transparencia dada por laterales vidriados que sostienen divisiones de aluminio.
“Estamos considerando cubrir las venecitas con un panel de madera. No de un modo definitivo, pero como para darnos una tregua. Por otro lado, me gusta su sensación de Brasil, su color y esa modernidad de traer un revestimiento de cocina al comedor. Ya veremos”.
Cocina original junto a la parrilla
“Cuando recién nos mudamos, estábamos más estrictos en el detalle y dejamos el centro de la cocina vacío. Veníamos de la obra, de los gastos, del debate sobre el espacio, bla, bla. Y un buen día, pusimos esta mesita ¡y somos felices!”, recuerda Gaby. Los muebles son los originales: la próxima parada de cambio será hacerlos más cómodos, pero con el necesario cuidado para que no pierdan su carácter.
“Tal vez vivimos más el jardín de atrás, por esa cosa argenta de estar cerca de la cocina y la parrilla. Cuando estamos con amigos, nunca es con una copita y una aceituna conversando en la galería de arriba”.
Entre las cosas que Gaby más disfruta está ocuparse del jardín. Coincidimos en que hay una vibra que, más allá del racionalismo puro y duro, te lleva a la calma oriental y la alegría brasilera. Gran mezcla.
“Cuando viajé a Japón, me enamoré de su arquitectura y estética, como les pasa a casi todos. Ahí entendí que el racionalismo tomó mucho de ellos, como el concepto de sus jardines, por eso ubicaron la casa en el medio: cada estación ofrece distintas vivencias”.
Escaleras arriba
“Estamos en proceso de hacer algunos cambios, pero nada urgente. Cuando los chicos estaban en el colegio, este corredor [abajo] funcionaba como escritorio para todos. Hoy estamos pensando en hacerlo más declaradamente un lugar de arte”.
Las persianas móviles junto a la ventana pertenecen al dormitorio de Jorge. Las que están a la derecha de la baranda, le corresponden al de Gaby.
“Jorge se duerme temprano y yo, tardísimo. Cuando se fueron liberando los dormitorios (que además son bastante chicos) le propuse tener cada uno el suyo. No le convenció al principio, pero le dije que no le teníamos que pedir tanto al amor”, se ríe Gaby.
El cuarto de Jorge
“Trabajé mucho tiempo en sustentabilidad. En ese sentido, estar acá es una especie de posgrado permanente: empecé a vivir que la buena arquitectura es sustentable”, nos dijo Jorge Kicherer, hoy abocado al diseño y construcción de casas modulares transportables en Uruguay. “Acá han venido cursos de estudiantes de arquitectura de la UBA y también desde Entre Ríos. Jóvenes que hacen sus tesis sobre el racionalismo o el grupo Urbis en particular. No es que lo ofrezcamos, la gente nos contacta. Sentimos que la casa tiene una vida propia, que es más allá de nosotros”.
El cuarto de Gaby
“Algo no tan cómodo en esta arquitectura el tamaño de los placares, casi de la época de la democratización de la moda, cuando la gente tenía dos conjuntos de diario, dos de salir… ¡Y yo tengo una tienda de ropa!”.
En su dormitorio, Gaby encontró respuesta a la falta de espacio de guardado usando una estantería a la que, mientras espera puertas, le puso una cortina roller (abajo).
De casa al trabajo
Hay otro elemento afortunado en esta historia, pero está a dos cuadras. Allí Gaby tiene el taller y local de su marca de diseño de indumentaria, la deseadísima Candioti. “Trabajar así es una bendición. ¡Debo haber hecho algo muy bueno en otra vida!”, dice con gracia. “Antes de eso, tenía un local en el Centro, el taller en Palermo Viejo y la casa en Martínez. Vivía manejando: ¡sentía que lo único que le faltaba al auto era un microondas! (Hoy sería microondas y Netflix)”.
“Cuando me planteé mudar la marca a Martínez, muchos me dijeron que la zona norte era muy linda, pero que no daba para un local comercial de este tipo. Sin embargo, como vecina, sentía que faltaba un lugar así, me decidí y salió todo más rápido de lo que pensaba. Descubrí la belleza de vivir y trabajar a una cuadra. Es perfecto. Voy, vengo, como, vuelvo. Y ni hablar de la época en que mi hija era más chica. Todo era muy orgánico”, dice, parece que sintiendo que dio con la palabra justa.
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