Tras una reforma que respeta su espíritu fabril originario, en Espacio Balux conviven talleres de artistas con producciones cinematográficas y sesiones fotográficas para tapas de revistas o campañas de moda.
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Sobre un sofá de terciopelo capitoné, una pareja rockabilly como salida de los años ‘50 posa para un fotógrafo. Unos metros más allá, entre máquinas de coser, hilados y un telar antiguo, se filma un corto de producción internacional. El sol ingresa por ventanas de vidrio repartido con marco de hierro e ilumina a dos guionistas que escriben la persecución para el final tórrido de un film. Todo sucede en Paternal, en la antigua fábrica textil de medias de nylon Balux, hoy Espacio Balux.
La construcción original del edificio data de 1933. En 1965, la fábrica fue adquirida por la familia Poliszuk y tuvo una reforma en el sector de oficinas, diseñada por el legendario Horacio Baliero y el estudio Aisenson, con equipamiento de Interieur.
La huella de cada etapa todavía existe y convive en los techos de hormigón pintado, ventanas altas y generosas y pisos con baldosas de granito pulido hacen de marco de contención. El descascaro de la pintura es como una nota distintiva, un rasgo entre tantos ligeramente trash que a la vez aportan una impronta personal.
El espacio
Sobre un predio de 5 mil m2, 400m2 cubiertos y 200m2 de terraza, Espacio Balux reúne artistas, diseñadores y emprendedores en un espacio de coworking. Con salida a tres calles y estacionamiento propio, también se alojan talleres, cursos y eventos culturales, así como depósitos temporales y un rental de utilería.
Los que vieron el potencial fueron los nietos del antiguo propietario: Johanna (diseñadora de imagen y sonido) y Sebastián (administrador de empresas) Poliszuk. Con 20 años en la industria audiovisual, Johanna detectó que las oficinas podían servir para producciones.
“Nuestro abuelo, Jose Poliszuk y nuestro padre, Mauricio Poliszuk, compraron la fábrica de medias Balux en 1965 e incorporaron tejido de punto que venían fabricando con la marca Giulianni. Luego quedaron solo con las medias Balux”, cuenta Johanna.
En 2018, con la fábrica todavía en funcionamiento, comenzaron a poner a punto el lugar. Ella relata: “Lo primero que hicimos fue pulir el piso, recuperar los plafones de luz que pintamos de negro, lo mismo que las mesas largas, que eran de corte. En cuanto a la iluminación, se pensó mitad cálida y mitad fría, para generar el efecto de fábrica.” Y agrega: “Nuestra prioridad fue de mantener la impronta fabril y que los espacios den lugar a que los visitantes se sientan, de alguna forma, en otra época”.
Entre los hallazgos preservados se cuentan el fichero de la entrada, las máquinas circulares, la caldera, las estanterías, escritorios y mesas de corte, moldes de piernas y una vitrina con los packs de medias y modelos que se produjeron a lo largo de la historia. “El 85% de los muebles del sector de coworking son de la casa de nuestros abuelos, que vivían arriba”, agrega Johanna. Hoy proyectan alojar eventos culturales, de cine, teatro, danza y muestras de arte.
Identidad propia
“Espacios como éste ya existen en el mundo, y sentíamos que el arte, la cultura y el emprendedorismo eran ideales para habitarlo”, retoma Johanna, quien además precisa: “Está orientado a un público emprendedor, artesanal, artístico y cultural, de 25 a 55 años aproximadamente”.
Pero no solo los emprendedores fueron atraídos por las cualidades de espacio y localización de Espacio Balux. También las productoras locales e internacionales lo eligieron para sus creaciones.
Entre las series que se filmaron allí están: “El fin del amor”, de Lali Espósito (Prime Video), “El Jardín de bronce”, con Joaquín Furriel y Julieta Zylberberg (para HBO, producida por Polka) y “El amor después del amor” (producida por kys para Netflix).
Se suman producciones editoriales y publicitarias protagonizadas por María Becerra y Benjamín Vicuña, entre otras figuras. También se alquilan espacios de trabajo para emprendedores y artistas, como por ejemplo Lima Joyas –artesana que trabaja piezas bellísimas en plata– y De la Cuadra –que elaboran exquisitos textiles con estampas de ñandutí-. Todo se reúne en este sitio que parece haber sido creado a medida. Y así fue.
A la hora de ambientar, detalles estudiados hacen las delicias de los productores: alfombras con colores estridentes y estampas de época, sofás de colección, un tocadiscos antiguo y una reja de hierro pintada de blanco. Más contemporáneas, larguísimas mesas de tapa de madera gastada y sillas Eames, entre otros muebles.
El crecimiento se sostiene, demostrando que existe un nicho de creadores que, lejos de conformarse con la fórmula que funciona, buscan una puesta en escena distinta, con una identidad que aporte a la labor constructiva de narrar una imagen.
“Más allá de lo que nosotros hicimos, la gente que viene y trabaja en el lugar le da su propio sentido. Apelan a su imaginación y se inspiran para crear sus proyectos y obras”, retoma la fundadora. “Hay una energía que se siente, y que hace que el espacio siga creciendo”. Que así sea.
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