Hace más de quince años, el arquitecto Juan Riboloff construyó una casa única en Parque Chacabuco en la que exhibe objetos recuperados, miniaturas y colecciones de todo tipo.
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Parece mentira que tantos objetos hayan estado a la sombra durante tantos años, pero así fue. Durante más de una década, sus colecciones descansaron en cajas en las bauleras de los padres y tías de Juan Riboloff, dueño de este loft que respira historias de vida y mucha dedicación. Arquitecto y artista plástico, además de docente, trabaja a diario en maquetas y miniaturas para lo que eventualmente será un museo itinerante.
A Juan le llevó un buen tiempo encontrar este refugió en Parque Chacabuco, con un living de doble altura y una disposición de los ambientes tal que le permitieron acomodar y lucir gran parte de lo que colecciona: candelabros, cajitas (de variado tamaño y procedencia), bobinas de porcelana, tablas de lavar la ropa, palmetas para limpiar alfombras, vajilla y teteras. Sin embargo, lejos de atarlo, hace un tiempo resolvió que su futuro no está en está casa sino en la ciudad costera de Miramar. “Encontré la casa que buscaba, con un garage que se podría convertir en un taller con vista a dos jardines y un buen terreno en el que construir algún día el museo“.
"Tardé años en darle a la casa esta apariencia, al principio era como un campamento. Para recordar qué contienen las cajas, ¡hice un cuadro sinóptico!."
Arq. Juan Riboloff, dueño de casa
Ojo de lince
Meticuloso y afilado, una biblioteca en el living exhibe su colección de cajas de madera. “Empecé a juntarlas a los 16, hace mucho tiempo. Hay de todo tipo; perdí la cuenta cuando pasé las quinientas”. Muchas de ellas tienen escrito: “Recuerdo de Mar de Ajó”. “Son un clásico, pero tienen una historia curiosa. En los años entre las guerras mundiales, cuando en Europa se estaba pasando un mal momento económico, los italianos que vivían en la costa argentina les encargaban a sus compatriotas de allá estas piezas para ayudarlos. Las hacían en Génova, por eso están hechas con madera de olivo”, explica su dueño.
La escalera que conecta la cocina con la habitación y el estudio que están en el piso superior también exhibe banquitos y consolas en el descanso mientras que en la zona del lavadero tiene colgada su particular selección de migueros, palmetas para limpiar alfombras, tablas de lavar la ropa y bobinas de porcelana antiguas.
“Limpiar es titánico, y ya no dejo que nadie más que yo lo haga”. Y aunque reconoce que es una tarea obsesiva, se nota hacerlo no le disgusta para nada.
Todos los verdes del mundo
En la cocina el espíritu es coleccionista pero se tiñe íntegramente de verde. “Todo empezó por casualidad. Estaba de viaje y vi un juego de té Rigopal en verde palta, pero no lo compré. Después, encontré unos bowls verdes, y entonces sí volví por aquellas piezas. Luego, fui comprando todo verde y quienes me conocen me regalaban en ese color. Acá están todos los verdes del mundo, hasta unos plásticos de la década del 50 que son muy particulares. Y las sillas de ratán también se suman”. Contrario a lo que se pueda pensar, en su casa todo está para usarse, incluso la vajilla. “También la colección de jarras inglesas que uso para poner los pinceles sucios”.
“Pienso en colores, y eso se nota en la casa. No sé por qué; supongo que me viene de ser pintor. El color me ordenó y me armó las colecciones”.
Con aires de mar
Mucho antes de encontrar la casa que lo enamoró en Miramar, Juan ya tenía en mente su futura casa de playa. Esos colores y estética fueron los que inspiraron el dormitorio y escritorio, que se tiñen de tonos en celeste y azul y albergan una colección de barcos. “Muchos están guardados porque son demasiados grandes para el espacio. Pero pronto tendrán su lugar”, anticipa.
“Las colecciones se van armando de a poco. Ahora ya no compro más cosas verdes para la cocina, pero quizá en algún momento comience otra que vaya por otro lado. Siempre ando buscando”
Miniaturas
“Mi último trabajo en miniatura fue una colección de alacenas. Algunas ya estaban vendidas incluso antes de terminarse, otras se vendieron apenas las publiqué y algunas las sigo teniendo”, cuenta Riboloff. La idea surgió a partir de un pedido particular de una clienta con la que estaba haciendo una reforma: a esas primeras, tres le siguió una serie más grande. Dueño de un talento y una dedicación únicos, sus alacenas no solo incluyen los muebles de estilo a escala sino también las porcelanas, ollas y demás objetos que va comprando en viajes.
Mucho del material con el que da forma a sus miniaturas son sobrantes de obras en las que trabaja que cobran nueva vida en revestimientos y bibliotecas para su casa. “Con lo que sobró armé los banquitos, y con lo que quedó, fabriqué las sillitas en miniaturas”
“Las miniaturas son increíbles, porque te transportan a otro mundo. Me apasionan. En casa, todo lo que hay en grande, también está en chiquito”.
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