La joven arquitecta María Carballo compró una amplia propiedad que data del 1800 y allí por fin pudo cristalizar el sueño de la casa propia.
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“Es la primera vez que puedo disfrutar de los detalles y terminaciones de una obra proyectada por mí”, dice la arquitecta María Carballo, orgullosa de los resultados que consiguió tras remodelar su departamento. “Cuando al fin podemos ver consumado nuestro diseño, los arquitectos tenemos que entregar el trabajo al cliente y no podemos vivirlo. Ahora, tengo la oportunidad de hacerlo”.
María lleva más de un año viviendo en La Boca, una zona en la que nunca había imaginado instalarse y que hoy abraza con mucha convicción, ya que le recuerda la escala barrial de Ciudadela, donde se crió. “Nunca pensé que me iba a dar para comprar una propiedad en Capital, así que buscaba por las afueras. Hasta que, un día, puse los ojos en el sur de la ciudad y terminé enamorada de un departamento del siglo XIX, dentro de lo que alguna vez fue un conventillo”, recuerda.
Teniendo como base inestimable una buena iluminación y ventilación, unificó los 120m2 en una planta funcional para su dinámica cotidiana, que incluye usar su casa como oficina. En esa rutina, no faltan los ratos de jardinería, un fanatismo que la acompaña desde hace muchos años: “Antes se me morían todas las plantas, pero tras mucha prueba y error fui entendiendo cuál es buena para cada ubicación y qué cuidado requiere cada especie”, dice, rodeada de vida verde.
"Cuando lo visité por primera vez, lo que más me atrapó de este departamento es que tenía algo que yo no podía crear: luz y ventilación natural, cualidades que en otro barrio me hubiesen resultado imposibles de pagar."
Arq. María Carballo, dueña de casa
Una reforma que potenció la luz
“No puse alacenas para resaltar la altura de cuatro metros y medio. Por contraste, el prisma horizontal y alargado de los muebles de cocina hace que el techo se perciba aún más lejos”.
La salamandra de segunda mano fue una de las primeras cosas que adquirió la arquitecta al comenzar la obra, junto con la puerta de entrada de demolición. “Quería tener un fuego dentro de la casa, como símbolo de hogar y reunión. Entonces, compré la salamandra sin vacilar no bien empezamos a demoler, porque sabía que, si lo postergaba, iba a perder algo que me ilusionaba mucho en la vorágine del cierre de obra, cuando los números suelen estar en rojo”, confiesa.
Alineado con la cocina, el toilette se ubicó en un bloque independiente, que incluye un placard para guardar productos de limpieza y alojar la caldera
Dormitorio abierto
“Como vivo sola, no necesito crear espacios privados. Me gusta que los ambientes estén integrados, con perspectivas largas desde todos lados, así como levantarme a la noche y no sentirme encerrada entre cuatro paredes. Además, desde el living, el recorte azul profundo de mi cuarto se lee casi como un cuadro”
Las paredes del dormitorio que dan al pasillo y al balcón exterior fueron engrosadas con placas de yeso para generar una aislación en el medio. “Como todo en conventillo, precario, los muros no tenían más que madera y, por lo tanto, se filtraba aire y entraba tanto frío como calor”, nos explica María.
La biblioteca del estudio funciona, del otro lado, como respaldo de cama. Útil por partida doble, divide el trabajo del descanso y oculta la cama desde el living.
“Elegí el azul porque remite a una estética náutica ligada con los barcos de inmigrantes que llegaron a La Boca; además, el machimbre original del conventillo tenía un tono parecido. Por último, me resonó el nombre del código de color: ‘Refugio’”
Detalles con sentido
El lavasecarropas se esconde detrás de una cortina, en el ropero. “Si, al final, todo lo que se lava viene del vestidor. ¿O no?”, reflexiona la arquitecta.
Las aberturas con vidrio repartido fueron compradas de segunda mano, restauradas y pintadas. “Van mejor con el estilo del conventillo, en el que no cuadran líneas modernas. Únicamente recurrí al aluminio en el dormitorio, en el sector de paredes lisas, que tiene un aire más contemporáneo”.
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