El invierno es la mejor temporada para prender velas y disfrutar de su calor. Con ceras naturales, piezas únicas hechas a mano y perfumes exclusivos, la antigua costumbre toma nuevo vuelo.
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Si hubiera que enumerar los elementos decorativos más atemporales, un lugar especial lo tendrían las velas. De las antiguas iglesias y castillos a los hoteles y restaurantes más vanguardistas y contemporáneos, son uno de los grandes elementos de los que históricamente nos valimos para lograr ambientes y climas únicos. “Una luz en movimiento hace que sientas menos solo”, afirmaba Moritz Waldemeyer, diseñador alemán al frente de un reconocido estudio de iluminación, en una reciente entrevista con Living.
Sea por la belleza natural del fuego, el calor o el aroma que liberan al encenderlas, el valor de las velas solo ha ido en ascenso. Con sus nuevas versiones en cera de soja, de coco o de abejas, las velas evolucionaron en sus propuesta de diseño y contenido. Con la sustentabilidad y la creación de piezas únicas como Pilar, nuevas marcas se abren camino en un mercado cada vez más exigente.
De la selva misionera
“Artisain es una marca de velas sustentables inspiradas en Misiones: en la tierra colorada, la selva, la biodiversidad, la cultura y la naturaleza”, explica Carolina Vairo. Así introduce el proyecto que lidera hace siete años en el que trabaja junto a las comunidades de artesanos para dar forma a piezas únicas hechas en madera, barro y mbayá. Perfumista y contadora de formación, hasta hace siete años Carolina se desempeñaba en el mundo contable. “Yo siempre fui amante de las velas, perfumes y aromas. Antes de empezar a hacerlas ya era compradora compulsiva de velas”, aclara. Y fue esa pasión, junto con su espíritu inquieto y estudioso, sumado a una infancia misionera, atravesada por la selva, su cultura y biodiversidad, lo que la llevó a un cambio drástico de vida.
“Vivo hace muchos años en Buenos Aires, pero mi corazón sigue siendo misionero”, segura Veiro. Esa identidad fue la que la guió en la búsqueda de un producto distinto a todo lo que existía en el mercado. Primero fue la línea “Wood”, una serie de velas hechas en cuencos tallados en madera con tres variedades de perfumes inspirados en la selva misionera. “Cada pieza es única: parten de las maderas que los artesanos de la zona recuperan de la selva y trabajan a mano”, explica. A esa primera línea se sumó después “Mbayá”, una línea de velas tejidas con güembé que elabora junto a la comunidad mbyá guaraní, y las Selváticas, una línea hecha en vasijas de barro ñau, mezcla de tierra colorada, arcilla y barro que se recoge en el río.
“El barro ñau es una mezcla natural que está en el rio y es el que se usa para las vasijas y sus tapas. Los animales que tienen esculpidos, son los de la selva misionera y se las hornea una vez al mes en hornos de leña, con un ritual de la luna llena”
“Todas las velas son de soja, un material biodegradable que combustiona limpio y no daña al medioambiente”, asegura Vairo. Entendiendo el lugar que ella misma le da a su selva misionera, la sustentabilidad está en el corazón de su producto que además de dar trabajo a las comunidades trabaja con productos y tintes naturales.
De la colmena
La búsqueda que llevó a Verónica Lertora a crear Beelight, una marca de velas naturales de cera de abeja, empezó por un tema de salud. “Me habían encontrado unos nódulos, nada muy serio pero que coincidió con otro diagnóstico de una amiga“, se acuerda. En ese momento trabajaba en marketing y turismo y hacía algunos talleres de velas; esa alarma fue la que la empujó a repasar todos sus consumos. “En ceras naturales, en Argentina, hay más que nada carnauba y cera de abeja, pero se usan más que nada para cosmética”, explica.
Como es de esperarse, la que más se usa a nivel masivo es la parafina, que se produce con petróleo, que no solo tiene un impacto ambiental enorme sino que -según Verónica- es comprobadamente tóxica. La cera de soja es un derivado del poroto y, aunque no se compara con la de parafina, tampoco es un producto natural. Así empezó la búsqueda que la llevó a trabajar junto a apicultores para obtener su materia prima. “Desde que se recolecta hasta que se usa esta cera tiene un proceso de limpieza muy complejo en el que, en general, se pierde la trazabilidad. No es que uno compra la materia prima y la derrite”, explica.
“La de abeja es, para mi, la mejor de todas las ceras, pero es cara”, aclara Lértora. Sin embargo, ese producto tan exclusivo en otros ámbitos, es gratis para los apicultores ya que es un subproducto del colmenar. Esa particularidad es la que hace que, en general, se encuentren velas, pero de poca calidad. Entendiendo que ahí había un mercado desatendido, Verónica trabajó durante casi tres años para dar forma a Beelight.
“Lo que veía era que el material más premium no tenía buenos diseños, tampoco había una gama entera de productos. Quería ofrecer una solución con diseño para los que buscan velas naturales, así que empecé a trabajar para lograrlo”
La línea más importante que trabajan hoy es la de velas de candelabro, con algunas de molde y otras hechas a mano según el método tradicional. “Se hacen sumergiendo la mecha en cera líquida, tantas veces como el grosor que se quiera lograr. Como no es un método especialmente sustentable en ese sentido, lo reservamos para las velas espiga”, explica. Las velas de noche fueron otro de los grandes desafíos, ya que necesitaban que tengan cierta duración sin dejar de ser naturales. A seis años de su lanzamiento, Verónica logró hacerse un lugar en un mercado local que no parecía ir en ese sentido. “Supongo que algo de mi trabajo anterior y los viajes me ayudó”, reflexiona.
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