Atraídos por sus alucinantes figuras de papel, visitamos a Josefina Stagnaro en la casa de fines del siglo XVIII donde su padre tiene un tradicional local de platería y, desde hace unos pocos años, ella instaló su taller.
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“Me crié en el taller de platería de mi papá. Como mi mamá era maestra y él trabajaba por su cuenta, si un día salíamos del colegio y no había nadie en casa, íbamos tranquilamente para allá”, recuerda Josefina Stagnaro hablando de su padre, Gustavo “El Chavo” Stagnaro, un reconocido orfebre de San Antonio de Areco que trabaja y ofrece platería criolla a una cuadra de la plaza principal en dirección al río. Años después y de la forma menos pensada, el taller de su padre volvería a convertirse en su segundo hogar.
Aunque él trabaja en plata y ella en papel, hay algo de ese talento natural que atraviesa la obra de ambos. Separados por un pasillo, pero más compañeros que nunca, padre e hija comparten espacio y muchos saberes en su lugar en el mundo.
Arequeros por elección
Hace unos cincuenta años que El Chavo vive en Areco, el lugar donde aprendió todo lo que sabe de platería. “La historia de mi familia es como la de tantas tantas otras de acá. Empieza con alguien que viene de visita, se enamora del pueblo y se termina quedando a vivir”, sintetiza Josefina. En este caso, el primer enamorado no fue su padre sino su abuelo, un cirujano oriundo de Caballito que conoció los pagos cuando tuvo que ir a operar a un paciente. “Quedó tan fascinado que compró una casa a la que, en un primer momento, venía con su familia los fines de semana y los veranos”, nos explica. En esas temporadas Gustavo empezó su formación de la mano de grandes plateros de la zona.
“Papá siempre se ríe de que sus amigos le sigan diciendo ‘porteño’ a pesar de que vive acá ¡hace medio siglo!”, revela su hija. Y no es un dato menor: en un pueblo tan tradicional, la línea entre los locales y los que llegan siempre está presente. Ella, en cambio, es nacida y criada en Areco, y solo se fue para estudiar Biología en Buenos Aires. Allí se recibió, trabajó como investigadora en el Conicet, e incluso llegó a hacer parte del doctorado.
Las vueltas de la vida
Cuando estaba llevando adelante la investigación con la que iba a recibir el título de doctora, empezó a dudar de su vocación y renunció. “La fascinación por la naturaleza y el lado más artístico siempre convivieron en mí, solo que nunca pensé en esto como un trabajo posible”, comparte Josefina. Para ella, como para tantos otros, la profesión estaba asociada al estudio y al sacrificio, todo el resto era hobby. El replanteo vocacional fue el inicio de un período de búsqueda que empezó con una mudanza a Berlín y terminó, cinco años más tarde, de vuelta al pago.
“Las esculturas de papel empezaron más por la necesidad de hacer que por una búsqueda en concreto”, nos cuenta Josefina, que hace cinco años desarrolló su propia técnica de modelado a partir de papel, cola y alambre: “Una reversión de la cartapesta”, como ella lo explica. “Empecé por un pedido de mamá, que quería un pesebre”, cuenta. “En mi departamento había muchas guías de teléfono, y después de días de investigación, prueba y error, las viejas páginas amarillas les dieron vida a las primeras figuras.»
“Siempre fui muy de investigar, desde antes de estudiar Biología; y hay algo de esa esencia que está presente en mi trabajo: paso horas buceando, buscando, desde la técnica hasta los materiales, para empezar otra serie de figuras en papel”.
El ámbito de Stagnaro senior
Más íntimos y predispuestos a la concentración, los ambientes que dan al patio interno fueron destinados al taller, que muchos piden visitar. Allí da tanto gusto ver a los artesanos en acción como detenerse ante sus herramientas: pesas de farmacia, soldadoras, amoladoras, pinzas de todas las medidas imaginables y una antigua prensa alemana, para empezar a hablar.
“Tenemos espacios independientes, pero trabajar juntos nos trajo muchos beneficios. Por ejemplo, sé que si lo necesito, cuento con su ayuda y sus herramientas, y él cuenta conmigo para hablar en inglés con los extranjeros”.
Las ventanas que dan a la calle corresponden al amplio espacio de exhibición y venta, donde uno puede perderse mirando los elegantes diseños de Stagnaro padre en plata y cuero, así como también ponchos catamarqueños, sombreros y marroquinería. Acá, todo habla de pasiones auténticas, incluso los muebles, que vienen de la época en que El Chavo se dedicó a la restauración, antes de dedicarse de lleno a la platería.
Mucho aire
“Hay gente que acá se aburre o se ahoga, y puedo entenderlo, pero no es mi caso, para nada. Viví en ciudades enormes como Buenos Aires o Berlín, pero no me gustó el ritmo. Yo amo la vida de pueblo. La elijo”, reflexiona Josefina. Pero, si está lejos de la vida urbana, lo cierto es que las redes sociales la expusieron al público de un modo que nunca anticipó. “A mí el aislamiento me obligó a mostrar más lo que estaba haciendo y, sin siquiera imaginarlo, empezaron los encargos de todos lados”, recuerda, y señala el 2020 como como el año del gran despegue en su nueva carrera.
El jardín que tiene el taller es tan único por su ubicación que, durante los desfiles de la Tradición, una estancia de lujo lo reserva para llevar a sus huéspedes y ofrecerles un almuerzo exclusivo ahí”.
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