El arquitecto y profesor Cristián O’Connor nos recibe en esta obra de 1969 de Casado Sastre y Armesto y nos explica por qué sigue enseñando cómo vivir bien y bellamente en pocos metros.
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“Tenés esas diagonales donde ves el techo del hall de entrada, que está medio nivel más alto que el living; diagonales que no tenés cuando cortás el sándwich de miga que son los departamentos con techos uniformes a 2,60m. Hay un tema estético, espacial, conceptual. ¡Es interesante! Es tenerle cariño a la arquitectura”, dice el arquitecto Cristián O’Connor con admiración por Casado Sastre y Armesto, autores de esta obra en Martínez, a una envidiable cuadra de la estación, para ser precisos.
Hay otros edificios en las inmediaciones, pero son distintos: el de enfrente, unos años mayor, solitario y más bajo; los viejitos de tres pisos por escalera; los que están sobre (y no cerca de) la transitada avenida Alvear; los que no tienen estacionamiento propio, y ni hablar de jardín, ese que le da el nombre al complejo, aunque no se ve desde la calle. (Porque si los transeúntes de los años 70 hubiesen visto la pileta olímpica, habría sido una maldad para propios y ajenos).
“La planta baja se proyectó libre; a ella llegan solamente los ascensores, escaleras, incineradores, algunas cocheras y locales semienterrados, cuyos volúmenes sirven como pantallas para controlar las visuales entre pileta, jardín y calle”. La cita está tomada de la revista Summa número 66, de agosto de 1973, que nos acercó nuestro entrevistado, porque es escasa la información sobre esta obra. Todo un alivio para la curiosidad, por no hablar de que nos la explique ao vivo este arquitecto-profesor que enseñó casi 20 años en la cátedra Baliero de la FADU (UBA).
“Esto habla de la clase media en la Argentina en los 70. La pileta no era un lujo ni de lujo; no aparece en un rendering con 20 reposeras. Era un jardín grande con una pileta, casi como de un club”.
Ceremonia de entrada
“El hall en desnivel no es grande, pero crea una necesaria ceremonia de entrada (está muy bien no ‘caer’ en el living) y sirve para poner cosas: libros y arte, en mi caso”.
“Del cuadro me gusta la proporción 1:1 y el hall como ubicación… Como que te recibe el granadero”, se ríe con ganas O’Connor.
Un elefante en el cuarto
“Y, sí… en los 70 había un tema con los desniveles. Yo creo que por influencia de los conjuntos habitacionales de Inglaterra en los 60, que exploraban los medios niveles. Por ejemplo, la Trellick Tower, de Ernö Goldfinger”.
–¿Cómo lo vivís?
–Te da una variedad espacial que me encanta. Hay un ascensor principal y otro de servicio, desplazados medio nivel. Con una sola escalera, tenés el recorrido entero: en un descanso, entrás por la cocina; en otro, por el hall.
“También hay otros caprichos que me gustan mucho, como las tres ventanas en lugar de una en la pared frente al sillón amarillo. Un capricho caro: tres manijas, tres aberturas, tres vanos. Ahora todo es puro vidrio, lo que está muy bien, pero también existe la posibilidad de hacer un vano. Eran más románticos, antes”, reconoce.
“Aun siendo chica, la forma trabada de la planta hace que no veas las puertas de los dormitorios desde el área social. Se mantiene el misterio, la privacidad”.
Junto al balcón
“A veces, como en esta mesa; seguro, cuando viene gente los fines de semana. La hizo mi amigo Diego Fliess, de Notalo Muebles, a partir de un dibujito mío”. El panel de madera antiguo también viene del taller de Fliess. “De esos círculos salían tubos de tela que funcionaban como una aspiradora de semillas. Usé uno similar, más alto y más largo, en una reforma que hice en Molina Ciudad. Me gusta porque es una cosa abstracta; parece de Jean Prouvé”.
La pared revestida en ladrillo, hoy pintada de blanco, despertó un comentario sobre cierto lujo lúdico del proyecto.
“En Zona Norte, las obras del estudio Casado Sastre y Armesto tomaron un carácter ‘náutico’ y ‘de vacaciones’”
“No me gusta la cocina integrada”
“Mmmm... eso de entrar a una cocina con una mesa y un sillón... Tampoco me gusta el olor ni que queden a la vista las cosas sin lavar. O tener la obligación de lavar. Seguro que los de menos de 30 lo asocian a una vida de amigos y de barra, pero me parece medio teórico. Uno no suele estar haciendo sushi frente a los amigos sentados en un taburete durante la semana. Seguramente, la cosa sea más tipo arroz con huevo frito. Pero bueno, es la época, los programas de cocina, etcétera, etcétera. Es parte de la fantasía. Tampoco ahora se piensa mucho en el lavadero, ¿no? O en un lugar donde tener una caja de herramientas, la palita para la maceta o la pistola de calor. Son muchas las comodidades para la vida diaria contempladas acá”. Sonrisa.
“Los lavaderos se hicieron abiertos, para secar la ropa al aire y al sol. Lamentablemente, muchos se cerraron, lo que arruina el volumen blanco que, sin ventanas, puede ser cualquier cosa; con ventanas, solo lavadero”.
Comparativas
“En las verticales veo mucho de Louis Kahn... Muy clásico de él marcar las líneas y diferenciar las funciones. También, el uso del ladrillo rojo con blanco”.
“El edificio revela los temas desde afuera, como la escalera. Parece un poco fabril, un poco de vivienda económica eso de tener los servicios a la vista”.
A los planos hay que cuidarlos
O’Connor dice que la docencia le gustaba. Y que, amén de dar clase, era divertido estar entre los profesores (hizo amigos y socios de muchos años). Ahora trabaja solo, pero une fuerzas con distintos especialistas según el proyecto. Su fascinación radica en la reforma de casas con valor arquitectónico. La última fue una de 1930 en San Isidro, firmada por los autores del Kavanagh, para darle lugar a la sala de exposición subterránea de la galería de arte Jacques Martínez. (Pueden verla haciendo click acá)
“Me puse a ordenar planos que estaban guardados desde hace 30 años; recién ahora los colgué a ‘planchar´. Me di cuenta de que tenía tres obras completas de Vilar, de la época en que trabajé en el estudio de Ernesto Katzenstein”.
En su estudio, es imposible no hablar de los planos firmados por Vilar o Bonet. También, sobre su opinión de ellos y su correlato actual. “Es la Argentina. Siempre hay que estar diciendo que antes las cosas estuvieron mejor. En otros países, no existe el concepto de que, porque pasó el tiempo, las cosas tienen que arruinarse. El Kavanagh, por ejemplo, se construyó en el 1938 con aire acondicionado central. Me cuesta entender que ese consorcio no logre ponerse de acuerdo. Porque los conductos están, deben ser tan impecables como todo el edificio y, con la tecnología de hoy, el espacio sobra. Imaginate si vas a ir al Rockefeller Center y te van a decir: ‘Sí, hubo un tiempo en que fue lindísimo, pero ahora le colgamos los splits’”.
–¿Después de tantos años de hacer ese trabajo, hay algo que lo define o te define?
–Sacar. Generalmente, a este tipo de casas se las amplía, lo que las desvirtúa. En las últimas refacciones grandes que hice, entre otras cosas, eliminé agregados que se ven de manera casi obvia. Son lugares en los que, si pusieras una cámara durante un año, nunca verías entrar a nadie. El cuarto de huéspedes o el playroom suelen pasar más por la aspiración de tenerlos llenos de gente que por una necesidad real. Es mejor menos y con mejor calidad.
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