Una pareja pionera de las playas más lejanas de Punta del Este nos cuenta cómo evolucionó su casa sobre las rocas de El Chorro sin descuidar el espíritu hospitalario que la distingue desde hace casi cuarenta años.
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Alrededor de 1986, El Chorro era un tramo de costa uruguaya habitado por liebres, zorros y vientos. Hasta que un joven llamado José (Pepe) Bado volvió de sus viajes decidido construir una casa como las que había visto en Mikonos e Ibiza; sueño que realizó con la ayuda de un amigo arquitecto, Jorge (Chingolo) Parieti, en un terreno pedregoso elevado frente al mar. “La paleta de color fusiona el cielo, el mar y las rocas: por eso la bautizamos ‘La Casa Celeste’. También es un homenaje a mi tía Rosita, precursora que hizo la emblemática ‘Casa Rosada’ de La Barra”, revela Pepe Bado.
"Tuvimos hace unos años un proyecto para remodelar la casa, pero es tan simpática así que le hubiéramos desvirtuado la esencia. Así que decidimos dejarla tal cual, y construir un quincho atrás."
José Bado y Fabiana González Muracciole, dueños de casa
“Cuando llegué bajaba a la playa a caballo, pescábamos pejerrey y lo asábamos en la arena. Era alucinante. No había nadie en la zona: estaban todos en Punta del Este”, recuerda Pepe décadas más tarde. Al tiempo se sumó a su vida Fabiana González Muracciole, y tanto la casa como la familia comenzaron a agrandarse. A medida que llegaban hijos y nuevos vecinos, ampliaron ambientes.
Lo que sí, fueron cerrando el terreno; que en un principio se abría al paisaje. “Cuando empezó a poblarse más, tuvimos que cerrar para que la gente no atravesara nuestro jardín de camino a la playa”, recuerda Pepe. “En un momento me quise ir, pero mi mujer y mis hijos no me dejaron. Hicieron bien: amo esta casa con toda mi alma”.
“Me gusta ir a la playa bien temprano, hacer ejercicio, nadar. Después me pongo a cocinar: tenemos un horno de barro y un fogón. Somos muy de recibir gente, compartir un vino. ¡Siempre hay una comilona! Los días acá son una fiesta”, nos cuenta Pepe.
Felicidad sin modas
En la galería del frente, la dracena que Pepe plantó hace más de treinta años al construir la casa determinó el diseño de la pérgola. La llegada de nuevos vecinos y una gran barrera de formios generó el reparo suficiente para convertirla en un sector de disfrute cotidiano.
Con su ojo de interiorista, Fabiana incorporó textiles y diseño sin alterar la esencia simple que Pepe había proyectado. “Los muebles son los mismos de siempre, los vamos renovando con fundas o pintura. Quizás la decoración no es el último grito de la moda, pero así nos gusta”, nos cuenta.
El marco de la chimenea lo da una viga de madera rústica al natural. “Un amigo con campo en Treinta y Tres me avisó que había durmientes de tren abandonados: fui corriendo en una camioneta y trajimos uno hasta acá”, recuerda Pepe con satisfacción.
Cocina cálida y sencilla
La cocina, con una puerta de caballeriza al patio, se amplió incorporando la vieja parrilla. “¡Nos peleamos para elegir dónde comemos o desayunamos! Vamos cambiando de un lado al otro para disfrutar toda la casa”, dice Fabiana
Suite en el cielo
Las carpinterías eran de madera oscura, pero las pintaron de blanco para refrescarlas y resaltar el celeste de las paredes. “Uno entra y, con ese color que te rodea, pasás a otra dimensión. Se meten golondrinas y picaflores, es alucinante”, dicen, felices, los dueños de casa.
La cama está elevada, lo que permitió crear una pequeña baulera con persianas que esconde las valijas y bolsos.
Arriba, la terracita del dormitorio tiene una vista marítima que se fusiona con el color de los muros. Junto a ella, detalle de los escalones con azulejos ‘Pas de Calais’ pescados en una casa de demoliciones de Montevideo; en el descanso, un cesto marroquí artesanal.
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