Ubicada entre los pinares de San Lorenzo de El Escorial, la casa diseñada por el estudio Aranguren + Gallegos fue el escenario perfecto para el último drama del director español. Las vistas únicas del bosque, y la arquitectura dramática de líneas rectas fueron clave para la elección.
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Pedro Almodóvar acaba de ganar el premio León de Oro a la mejor película del Festival de Venecia 2024 con La habitación de al lado, su último largometraje, que podrá verse en las salas argentinas en los próximos días. Y si bien se trata del número 23 en su lista de éxitos, es el primero que hace en inglés, en sus 50 años de carrera.
Pero aunque el director español haya optado por otra lengua y elegido a una actriz estadounidense (Julianne Moore) y a una inglesa (Tilda Swinton) para interpretar este drama sobre la muerte, la amistad y el refugio, su esencia y sus raíces se mantienen intactas: eligió Madrid para grabar las escenas más viscerales de la película. Más precisamente, una casa ubicada entre los pinares de San Lorenzo de El Escorial, diseñada por el estudio Aranguren + Gallegos, en la que las protagonistas se instalan para transitar los últimos días de vida de una de ellas –Swinton– diagnosticada con un cáncer terminal.
El paisaje perfecto
“Crecí, gocé, sufrí, engordé y me desarrollé en Madrid” y “siempre he encontrado en esta urbe un paisaje perfecto y una fauna incorrecta e ideal para cada una de mis películas”, ha dicho Almodóvar en distintas oportunidades, haciendo referencia a este sitio de partida cuya realidad reinventa en cada una de sus tramas, con una habilidad sinigual.
Con su geometría quebrada, sus ventanas inmensas que recortan pinares y un aura que oscila entre el expresionismo y la tenebrosidad, la casa de El Escorial fue la candidata ideal para escenificar aquellos días dramáticos en los que la vida comienza a ponerse en pausa y, el silencio, a inundar los espacios.
“Tuvimos la suerte de encontrar una casa con esas ventanas en forma de trapecio que casi parecen de una película de terror”, contó Almodóvar en una entrevista con el diario El País, previo a detallar que su proyecto intenta retratar el “renacimiento de una amistad y de algo que va más allá de la solidaridad, que es estar al lado de alguien en silencio, sin más, porque muchas veces es todo lo que necesitamos”.
Este diseño de María José Aranguren y José González Gallegos invita, precisamente, a contemplar. “La parcela tiene una vistas magníficas hacia las montañas de Las Machotas y hacia el bosque de la Herrería, y la casa, fragmentada, se rota para captar estos paisajes de la mejor manera”, nos cuenta la dupla de españoles.
"Además de buscar las mejores vistas, la estrategia de despiezar la casa en distintos bloques apunta a integrar la construcción al paisaje, una voluntad que se refuerza con la elección de materiales. Se trata de una arquitectura acoplada al terreno."
María José Aranguren y José González Gallegos, de Aranguren + Gallegos
Y para coronar el diálogo con el exterior y que no queden dudas de cuán importante resulta el entorno, la construcción se abre mediante grandes perforaciones hacia el suroeste, la mejor orientación para atravesar el invierno el Hemisferio Norte.
“Para el verano, por su parte, creamos un porche de amplias dimensiones enfocado hacia el icónico Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, con dos frentes despejados que permiten aprovechar las frescas corrientes del pinar”, agregan los socios.
Puertas adentro
Esta obra funcionó para Almodóvar tanto por su emplazamiento como por la sobriedad del interior. Las líneas rectas, la madera natural engamada con el piso de microcemento y la paleta reducida del mobiliario colaboran en exacerbar la pérdida de color de la trama, que inicia en un departamento colorido de Manhattan y se desvanece a medida que las escenas se alternan entre hospitales y suburbios de Nueva York, para acabar en este enclave español, que en la ficción pretende ser el bosque Woodstock (también neoyorquino).
Simple y con poco equipamiento, el diseño interior pretende no llamar la atención, de modo que todo el tiempo las miradas se desvíen hacia el bosque.
Las ventanas y las vistas al mundo exterior son una pieza clave de la narrativa de Almodóvar, tanto en el hospital como en la casa del bosque.
El quiebre de los techos, en los que escurre el agua y la nieve, se traducen en un interior en el que conviven distintas alturas.
La biblioteca
No es casualidad que la obra elegida para producir esta película cuente con una enorme biblioteca y sala de lectura rodeada de vidrio. Ingrid y Martha, las amigas interpretadas por Moore y Swinton –respectivamente– son apasionadas de la lectura y la escritura; la primera, como autora de no ficción, y la segunda, como excorresponsal de guerra de The New York Times.
En más de una escena, las protagonistas visitan librerías y se recomiendan distintos títulos. Y este interés traspasa la pantalla; así lo declaró Moore en la entrevista consultada.
“De niña viví en muchas partes, y lo único que me hacía sentir en casa eran las bibliotecas. He leído mucho desde pequeña; los libros me han ayudado a no sentirme sola nunca, a vivir mil vidas y a comprenderme mejor”, contó la actriz estadounidense Julianne Moore.
Quizás esto explica porqué las escenas íntimas y complejas grabadas en esta exquisita casa madrileña se desarrolaron con plena fluidez. Tal como admitió el propio Almodóvar: “Las he repetido muy poco, solo bastaron dos o tres tomas”.
Apuntes sobre el paisaje
Asemejar Madrid con Nueva York también llevó mucho labor tras bambalinas. “Hemos trabajado en la vegetación para que se asemeje a lo alto del estado de Nueva York en mayo, florido y lustroso”, comentó en la entrevista citada la directora de arte de la película, Inbal Weinberg. El encargado de poner a tono el paisaje fue el estudio Planta Paisajistas, español, al igual que el de arquitectura.
“Como la casa está inmersa en un pinar, propusimos respetar la densidad de plantación propia del bosque en los límites del jardín, e ir aumentándola gradualmente según se acerca a la vivienda, realzando la el sector que está pegado a la construcción”
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