En algún lugar entre el arte y el diseño se encuentran los arreglos florales de la diseñadora rusa Irina Khatsernova. Radicada hace una década en Buenos Aires, su historia de vida está marcada por la sensibilidad, el talento y una estética única.
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Irina Khatsernova empezó a formarse como florista mucho antes de siquiera saberlo. Algo en sus arreglos florales remite a esos artistas que sus padres, dos científicos de carrera, le hicieron conocer en su primera infancia, en la Moscú previa a la Perestroika. “No es que mi familia estuviera especialmente interesada en el arte, pero sí tenían una formación académica que en la Rusia en la que yo crecí era muy frecuente”, reflexiona. Algo de ese arte que conoció visitando museos y teatros se hace presente en su trabajo: aunque sus arreglos son todo lo contemporáneos y refinados que podría pedirse, la raíz de su estética es clásica.
De tierras y vocaciones
Corría el año 2014 cuando Irina llegó a nuestro país, que conocía solo de visita: su marido, Hernán, es argentino, y después de una década viviendo juntos en Nueva York, el trabajo de él los traía a Buenos Aires. “En ese momento, trabajaba para Tihany Design, un estudio de interiores que hace proyectos de hospitalidad en todo el mundo”, se acuerda. Esas jornadas trabajando de manera remota desde Palermo no parecían el mejor estilo de vida para integrarse. “Me acuerdo de que apagaba mi computadora tarde, bajaba a la calle y me desconcertaba con la gente hablando en castellano”.
“Mi historia es tan dura como la de cualquier inmigrante que tiene que empezar de nuevo”, asegura Irina, pensando en el recorrido que la llevó de estudiar Física en Moscú a graduarse como diseñadora de interiores en el Fashion Institute of Technology de Nueva York. A pesar de que pasaron casi treinta años, no le gusta demasiado ahondar en ese momento en que una visa fortuita y una invitación de unos amigos de sus padres radicados en Boston la llevaron a forjarse una nueva vida en los Estados Unidos.
Antes de mudarse a Buenos Aires y empezar su carrera como florista, Irina se graduó en diseño de interiores en el FIT y trabajó con prestigiosos estudios como el de Stephen Sills, Yabu Pushelberg y Tihany Design.
El primer trabajo, clásico, babysitting para una familia. Pronto, los padres de esos chicos reconocieron su sensibilidad para el diseño, exactamente lo opuesto de lo que le había pasado en su país, donde su facilidad para las matemáticas y padres con profesiones acordes la habían lanzado a las ciencias duras sin mayor reflexión. Con la plata justa, estudió diseño gráfico en un instituto terciario. De ahí, un primer trabajo en una start up en plena burbuja inmobiliaria la hizo volar a Nueva York. Cuando toda esa fantasía explotó, Irina ya tenía la altura necesaria como para estudiar en el FIT y entrar a trabajar en el estudio del aclamado diseñador Stephen Sills.
“Tuve la suerte de trabajar siempre con estudios importantes de allá”, asegura, aunque sabemos que en un mundo tan competitivo como el del diseño neoyorquino, la suerte no es un factor que entre demasiado en juego. Y lo que para cualquiera hubiera sido el punto de llegada, para ella fue solamente un paso más.
Cuando llegaste a Argentina seguías trabajando para Nueva York y podrías haber seguido así, ¿por qué tomaste la decisión de abrirte y empezar con algo nuevo?
Trabajar a distancia no te ayuda a integrarte: si bien tenía mis amigos acá y mi trabajo, todo era todo en inglés, ¡no hablaba ni entendía el idioma! También influyó que mi acuerdo con el estudio no era trabajo full time sino por proyecto, entonces, cuando venían los momentos en que estaba tranquila enseguida pensaba en armar algo mío.
Lo llamativo es que no siguieras con el interiorismo, sobre todo teniendo la experiencia que ya tenías.
Si, el problema era que yo sabía que ya no quería trabajar para otros, quería un proyecto propio. ¿Cómo podía empezar un estudio si no tenía proveedores ni posibilidades de comunicarme con ellos? En interiorismo, los proveedores son fundamentales y yo no tenía eso. Un día, hablando con Silvina Bidabehere [estilista de Living] le comenté que quería hacer algo con flores y ella fue quien me presentó a Cecilia De la Fourniere, una gran florista, que hoy es mi amiga.
¿Por qué las flores? ¿Veías que había una oportunidad?
No me acuerdo exactamente, pero si veía que lo que se estaba haciendo allá, en Nueva York y en Europa, no estaba pasando acá. Había todo un nuevo estilo europeo, más relajado respecto a lo que se ve acá, en el que tenía cierta ventaja.
Pero imagino que también habría un trabajo para hacer para instalar esta propuesta distinta.
Si, no quiero ser injusta tampoco porque ya estaba Cecilia, por ejemplo, que es una artista. Cuando yo empecé, ella se estaba retirando justamente porque estaba cansada de hacer cosas que no le gustaban para conformar a los clientes. En ese sentido, yo siempre supe que no iba a hacer nada que no quisiera: tenía otro trabajo, mi marido tenía su trabajo y podía darme ese lujo.
“Desde un principio supe lo que quería hacer y tuve fe. Mi idea siempre fue educar a la gente y mostrarle otras cosas”
¿Extrañás tu trabajo como diseñadora de interiores?
Me gusta muchísimo esto, pero sí extraño el interiorismo. Igualmente, sigo muy conectada con ese universo, tampoco creo que sea una etapa cerrada.
Empezar de nuevo
Aunque hoy conoce decenas de especies de flores y sus temporadas, Irina sabía poco y nada cuando se lanzó al oficio. “Mi abuela tenía un jardín de rosas impresionantes y tengo muy presente su recuerdo con sus libritos de jardinería y anotaciones, ¡pero yo no sabía nada!, asegura. Un par de cursos con floristas tradicionales fueron la base sobre la que desarrolló un arte que aprendió sola. “Hay algunas reglas, que yo no sigo, pero tampoco las aprendí formalmente, sino que las sabía de manera intuitiva. Yo no creo que exista un arreglo incorrecto o correcto, ahí está el estilo y el gusto personal”, reflexiona.
¿Te considerás una artista?
¿Qué es un artista? Es una pregunta difícil... Yo no tengo un enfoque comercial, no me muevo por las ganancias. Para mi un arreglo no se define por las flores presupuestadas: si la composición me pide tres flores más yo tengo que ponerlas.
¿Qué fue lo que te enamoró de las flores?
En estos días estuve pensando mucho en eso, a raíz de los presupuestos y la gente que está o no dispuesta a gastar. Las flores son un lujo, no son algo imprescindible, pero sí creo que son necesarias. La naturaleza te nutre, te sorprende, te marca las estaciones y te conecta con el ritmo de la vida. Una flor tiene la fuerza para cambiar por completo un ambiente, o sacar una sonrisa. Pensando un poco en esta formación académica rusa que hablábamos, las flores son un elemento muy presente en nuestra cultura. Para nosotros es muy común regalar flores y lo hacemos todo el tiempo: cuando vamos a una casa o a visitar a nuestra madre, a la salida del teatro... Seguramente algo de eso haya influido.
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