Oscar Rinaldi y su pareja dieron con un castillo en ruinas y quisieron vivir allí aunque no tuviera luz, agua ni calefacción. Se arriesgaron con una oferta extravagante, ¡y se la aceptaron!
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“Hay días en que digo: ¿para qué nos metimos en esto? No puedo decirlo fuerte, porque estaría jugando en mi contra; pero que lo pienso, lo pienso”, confiesa Oscar Rinaldi. Hace seis años que, junto con su familia, abandonó el confort y el estilo de vida cosmopolita de Londres para mudarse a un castillo del siglo XV en Chinon, en el Valle del Loira. Ni Oscar, que es correntino, ni su marido Jeffrey Zeidman, estadounidense, tenían vínculo alguno con Francia antes de mudarse al castillo. La pregunta de cómo dos extranjeros -que no son nobles ni multimillonarios- terminaron viviendo con sus tres hijos en el Château de Belebat es la que más se repite entre los huéspedes que llegan a su casa.
De Corrientes al mundo
Para reconstruir la historia del Château de Belebat hay que remontarse unos 20 años atrás, al momento en que Oscar y su marido, Jeff, se conocieron. Corrían los años 2000, Oscar había llegado de Corrientes a Buenos Aires para estudiar Arquitectura en la FADU, pero había abandonado la carrera a mitad de camino con la idea de irse a Milán. “Cuando planeaba mi viaje, conocí a Jeff y todo quedó en la nada”, se ríe. Su romance fue una de esas historias que empiezan con un encuentro fortuito -en este caso, un viaje de Jeff a Buenos Aires- e inmediatamente obligan a apostar a todo o nada.
La apuesta salió bien y, un tiempo después, Jeff le propuso casarse. A Nueva York le siguió Londres, ciudad en la que compraron su propia casa y desplegaron sus carreras. Oscar se dedicaba a diseñar vidrieras y su marido, al fundraising (recaudación de fondos para organizaciones sin fines de lucro), trabajo que todavía hace. “Era el lugar en que creímos que íbamos a pasar el resto de nuestras vidas: teníamos una casa muy linda y todo estaba bien. Pero cuando todo está tan perfecto, alguien tiene que tirar una copa de vino en la alfombra”, dispara. Una noche, cuando llegaban a su casa después de una comida, surgió por primera vez una charla seria sobre la posibilidad de tener hijos. Difícil imaginar lo que seguiría a esa decisión.
"Vinimos a Francia a buscar una cabañita para venir cada tanto y alquilar a turistas el resto del tiempo. Pero cuando empezamos a buscar, no llegaba la casita soñada y, en el proceso, todo cambió."
Oscar Rinaldi, dueño de casa
El año del pensamiento mágico
Uno nunca sabe qué día se termina la vida como la conocía. En el caso de Jeff y Oscar, ese final fue más claro, pero lo que siguió no fue una tragedia, sino una serie de eventos que los llevó de pareja londinense a familia de cinco integrantes en Francia. “Cuando decidimos que queríamos hijos, empezó una conversación sobre el cómo, y finalmente acordamos adoptar”. Lo cierto es que el proceso de adopción pone a prueba, y fue justamente en una de esas etapas de desaliento que surgió la idea de comprar la famosa casita en Francia.
“Vinimos a conocer el castillo para que yo me sacara las ganas, porque era evidente que estaba fuera de nuestras posibilidades. Me fascinó tanto que empecé a desarrollar modelos de negocios (como el alojamiento de turistas) que me ayudaran a convencer a Jeff”.
El proceso de compra de Château de Belebat estuvo lleno de idas y vueltas. En primer lugar, porque no estaba en sus planes ni su presupuesto comprar una propiedad de esas características. Segundo, implicaba un cambio radical: vender su casa y mudarse ahí. Y lo más difícil, que los dueños aceptaran su oferta, muy por debajo de lo que pedían. Si lo lograban, quedaba encarar una remodelación en etapas, que empezaría por las casas de servicio. Lo que menos imaginaban era que, en medio de esa negociación, recibirían el llamado de una asistente social para ofrecerles adoptar a tres hermanos: Roman, Leighton y James.
“La casa no está como quisiéramos todavía, pero me gustaría mantener esa mezcla de cosas que hablan del paso del tiempo; que así como hay un piano antiguo, haya un sillón bien contemporáneo”.
Desgracia con suerte
Ni en sus sueños más absurdos uno puede imaginarse comprando un castillo en Francia. Mantener un lugar así parece impensable, mucho más el afrontar la tarea de reconstruir un castillo de seis siglos. Chateau de Belebat se construyó en el siglo XV, pero hasta los años 60 el lugar tuvo pocos dueños y se mantuvo muy bien. Luego vino una seguidilla de compradores, pero en 2003, se prendió fuego. “Antes todo estaba revestido de boiserie y los techos pintados con óleos. Debe haber sido increíble”, cuenta su dueño.
Debido al incendio que el castillo sufrió en 2003 y su consecuente pérdida de valor, tuvieron la posibilidad de comprarlo.
La casa principal está última en el plan de reforma, pero un verano el calorcito los animó a dormir ahí a pesar de todo. Así fue que armaron los primeros cuartos y se quedaron una temporada, una costumbre instalada cuando empieza el buen tiempo.
A largo plazo
Cuando uno ve las fotos que Oscar sube a su instagram (@chateaudebelebat) enseguida imagina una vida perfecta. Sin embargo, muy lejos del lujo, cuando lo compraron, el castillo no tenía instalaciones de luz ni agua o pozo séptico, tampoco internet ni calefacción. Todas esas condiciones, difíciles para cualquiera, eran inviables para tres niños de 4 años para abajo. Lo primero que hicieron fue refaccionar una de las casas de las dependencias para que tuvieran todo lo necesario. “Por supuesto que la casa tenía que estar lista cuando llegáramos, pero eso no pasó, así que vivimos un tiempo en una especie de galpón que tenía techos y puertas, ¡eso ya era un lujo!”, cuenta riéndose.
Durante el invierno, la familia se traslada a una de las casas de la dependencia. “Hay cinco casas que ya arreglamos, de las nueve que había. Ahí tenemos Wifi, losa radiante, ¡todas las comodidades para pasar el invierno!”
“Mantener esto cuesta mucho en todo sentido. Después de cada tormenta, salimos a relevar qué hay que arreglar, lo que significa buscar piezas originales o mandarlas a hacer con un artesano”.
Cuidar el patrimonio
En los últimos seis años, Oscar y Jeff hicieron una tarea titánica. Desde la instalación de servicios hasta el techado de las casas que se habían derrumbado, pasando por el arreglo e instalación de canaletas a medida en todos los techos. La lista es interminable y tiene el plus de que cada modificación necesita de una aprobación por parte del municipio. “Para hacer cualquier mejora, primero hay que tramitar un permiso que encima te limita muchísimo”, cuenta Oscar. Según él, el hecho de ser una familia (y no un grupo inversor) hizo que flexibilicen algunas cuestiones.
El jardín es uno de los grandes pendientes: hasta que no terminen con el movimiento de tierra, no puede avanzar el paisajismo. “Lo único que tengo claro es que será un jardín de estilo inglés, con plantas silvestres y poco mantenimiento”.
“Este proyecto va a tardar años en terminarse, porque se necesita muchísima plata y tiempo. Pero yo no me arrepiento ni un día”, cuenta Oscar. Para él la compra y puesta en valor del castillo fue y es una aventura, y una enorme posibilidad. “A veces Jeff se agota y me dice: ‘No trabajé toda una vida para limpiar baños ajenos’”, confiesa riéndose. Pero fue él el primero que se animó a dormir en la casa grande, y todos lo siguieron. “Nosotros somos muy distintos pero nos bancamos en nuestras locuras. Creo que eso es parte de lo que nos enamoró, hace veinte años”.
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