Se mudó a provincia buscando la calma que la vida en la capital no le daba. En Adrogué, se enamoró de una casa de los años sesenta a la que renovó a fuerza de ingenio, muchas horas de trabajo y su estilo romántico tan propio.
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“Soñar es la actividad estética más antigua”, escribió Borges alguna vez entre los chalecitos bajos y las veredas bucólicas de su querido Adrogué. El mismo barrio que, muchos años después, hizo a Gabi Rombulá imaginar una nueva forma de vivir, alejada del ritmo de la capital. “Había venido un par de veces, y bastó para enamorarme perdidamente. Sentí que había algo especial en el aire, los árboles, las calles empedradas, las antiguas casonas, la vida más lenta”. Así fue que, después de casi cuarenta años de vivir en diferentes departamentos, saltó a un chalet con tejas de barro, paredes de ladrillo a la vista, y aberturas de madera noble.
“La casa necesitaba muchos arreglos, ¡pero me encantó! Me gustó la luz y que esté rodeada de verde, todos los ambientes dan a un patio o jardín”.
Aunque en ese momento estaba en pareja, la relación no sobrevivió a la mudanza; y en su lugar llegó una cachorra color otoño a quien llamó Sepia. “Fueron tiempos difíciles porque yo no conocía a nadie, mi familia y amigos estaban lejos. Sepi pasó a ser mi mejor compañera, dábamos largas caminatas todos los días que terminaron haciendo de éste, nuestro lugar en el mundo”.
Nuevos comienzos
Si los fresnos de la calle hablaran, nos contarían que al poco tiempo de aquel corte llegó Nacho y se sumó al proyecto. En conjunto refaccionaron la cocina, donde cambiaron los cerámicos y el revestimiento del piso generando un aire campestre pero contemporáneo.
Pareja y dupla creativa, juntos lograron una dinámica perfecta: “Creo que somos un buen equipo: en general soy yo la que tiene las ideas, y él se encarga de ejecutarlas”. Para mejorar la luz, pintaron el bajomesada de blanco y sumaron espacio de guardado con repisas y muebles vintage.
“No soy muy de alinearme con un estilo porque me encanta la mezcla, y es lo que me sale naturalmente. Creo que la decoración es un juego: lo importante es poder combinar nuestras necesidades y nuestro gusto personal”.
En clave romántica
Las habitaciones también se renovaron revistiendo las paredes con madera rústica o empapelados, e hidrolaqueando los pisos de parquet recién pulido, todo lo cual encaran ellos mismos. “Disfrutamos mucho de hacer las cosas con nuestras propias manos. De hecho tenemos un lema: si podemos hacerlo nosotros, lo hacemos, y si, en vez de comprar, podemos reciclar, muchísimo mejor”.
Puertas afuera
Para aprovechar mejor el patio, demolieron la vieja parrilla y construyeron una moderna con pérgola de troncos. Ante la falta de pileta, refuncionalizaron una antigua bañera que se disfruta en los días de calor. “Además cubrimos una pared externa con paneles de siding y mil cosas más. En la casa somos albañiles, jardineros, pintores, electricistas, plomeros y techistas”, asegura.
“El reciclaje tiene un papel fundamental en lo que hago: tanto en mi vida diaria como en la decoración de los interiores. Sin dudas es lo que le da el toque particular a los espacios”, asegura. La bañadera devenida en pileta del patio es el mejor ejemplo.
Casa taller
Con el tiempo decidieron convertir el garage de la casa en un taller de restauración, que tuviera acceso directo a la calle para recibir materiales, muebles y clientes. Un arquitecto amigo ayudó con el diseño y la dirección de obra.
“Si bien era un espacio nuevo quería dar la sensación de que siempre había estado allí, para eso elegí una puerta antigua con banderola, un viejo ventanal de hierro, materiales recuperados y de demolición. Es un espacio que quiero mucho”, asegura.
Dividir las aguas
Uno tiende a pesar que trabajar en casa es el mejor de los mundos. Para Gabi y Nacho la ecuación no fue esa: trabajar juntos y vivir en el lugar en el que uno trabaja puede ser demasiado. Después de muchos años de vida doméstica y profesional entrelazadas, llegó un momento en que separar esos mundos y organizar su rutina fue una necesidad.
“Sentíamos que no teníamos tiempo libre. Trabajar en casa siempre fue muy práctico, pero en cierto momento necesitamos buscar un espacio para el descanso y el ocio”, asegura. Así fue que alquilaron un monoambiente a pocas cuadras que rápidamente adaptaron a su estilo. Lo único que compraron fue un ropero antiguo para resolver la falta de guardado; todo lo demás eran cosas que ya tenían y pudieron reaprovechar.
Hoy reparten sus días caminando de la casa al monoambiente, lo que les da una excusa cotidiana para paseos y desvíos por el barrio que tanto aman. “La zona se la conoce como Viejo Adrogué, en la cuadra tenemos un cafecito, un par de cervecerías y un pequeño polo cultural y gastronómico. Las calles son empedradas, llenas de árboles y una tranquilidad sorprendente. Es una parte de la ciudad que conserva algo de pueblo”.
Mientras los arces terminan de desprender sus hojas doradas, el sol de invierno entibia los techos de tejas, los gatos aprovechan el silencio para dormir una siesta. Más de una década después de aquella mudanza, Gabi sigue disfrutando y eligiendo este rinconcito del mundo.
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