La finca del siglo XV es un clásico exponente de la arquitectura popular de la isla en la que la piedra y los paisajes son protagonistas. Con su arquitectura despojada, jardín rústico, huerta y salida a la playa, la casa de verano se arraiga en la tradición menorquína de las “lloc” que producen todo lo que consumen.
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Una casa y pocas cosas. Un refugio isleño en donde vivir durante los meses de verano en ese estado de gracia que da prescindir de casi todo. Con ese sueño en mente, Joan-Lluis y Judith Arruga Vilalta, el matrimonio dueño de esta finca de campo en Menorca, pusieron manos a la obra. La propiedad data del siglo XV y es un fiel exponente de la arquitectura popular de la isla, donde la piedra domina en las construcciones.
Siguiendo la sabiduría de los antiguos constructores, en verano los interiores blancos son un refugio delicioso para el sol. Los pisos, que son en parte los originales de la casa, están hechos con grandes baldosas de barro que aportan aún más frescura al ambiente.
En la cocina, y fiel al espíritu relajado del lugar, la cerámica típica de la isla se mezcla con piezas marroquíes y porcelana francesa.
No hay aquí nada que no se utilice. Cada pequeño detalle –una canasta de verduras, una manta– tiene un sentido práctico. La vajilla, los muebles, todo da la impresión de tener una historia detrás. Todo está ahí para seguir siendo vivido.
En la casa se respira clima de mar, de vacaciones. Cada ambiente está abierto al exterior y lo que se privilegia es la luz natural. Tanto las maderas desnudas como la cerámica de la isla ocupan un lugar destacado en la ambientación, pero, sin dudas, aquí se privilegia lo auténtico y lo funcional por sobre cualquier otra cosa. De hecho, el mueble del rincón sobre el que descansa el barco en miniatura –lejos de esconder sus años de uso– los exhibe y dota a la imperfección de un valor estético.
Construida en piedra según el clásico esquema de la residencia rural menorquina, con su planta cuadrada, perfil pentagonal y techos de arcos abovedados, la parte más antigua de la casa data del siglo XV. “La Beltrana” era en algún momento la residencia de los “caseros” o encargados de la finca. Antes que una reforma completa, se prefirió hacer reparaciones puntuales que permitieran adaptar el lugar a las necesidades de la familia. Es por eso que –respetando el espíritu clásico y sencillo de la vivienda original– se fueron sumando cuartos que se integraron a los demás tanto por los materiales empleados como por los colores.
El ambiente que se destinó al dormitorio fue antiguamente utilizado como parroquia. A ese pasado religioso le debe los techos con arcadas y columnas.
Jardín todo el año
La historia de Menorca habla de una tierra aguerrida, expuesta a solazos, fríos, hambrunas y conquistas –romanos, cartagineses, árabes, franceses– a repetición. En verano, el sol es asesino; en invierno, manda un viento helado que baja desde el continente. De allí que, al mudarse, los dueños de casa empezaron por plantar una higuera y poner una pérgola de cañas que los protegiera del sol veraniego pero que también dejara pasar los rayos tibios en invierno.
En verano, un sol de plomo cae sobre la isla, donde, por lo demás, llueve muy poco. Precisamente por eso, el hermano del dueño de casa, quien contribuyó enormemente con la reforma, sugirió construir una piscina “aprovechando unas piedras que hacen de playa y manteniendo desde la casa la apariencia de una alberca de regadío”, comenta Joan-Lluis.
Menorca fue, por años, un destino cerrado al turismo. Eso le permitió preservar tanto sus construcciones como sus playas casi intactas.
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