Una familia recicló su casa del ottocento, ubicada en las afueras de Florencia, para transformarla en un hospedaje. Austera y cálida, los olivos, los muros de piedra, los muebles antiguos y sábanas de lino mantienen el espíritu de la casa que los vio crecer.
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En el año 59 A.C., Julio César fundó una villa para sus soldados retirados y la llamó “Florentia”, inspirado por la belleza natural del paisaje. Dos milenios después, la ciudad y sus alrededores son uno de los destinos más encantadores de Europa, en los suburbios de esa villa hay una callecita llamada Val di rose (italiano para valle de rosas) en la que encontramos a Irene y la familia Berni.
“Esta casa fue siempre el sueño de mi nonna, primero la alquilaron y, muchos años después, papá pudo cumplir el sueño de comprarla. Yo nací y me crié acá”, cuenta ella. Cuando las hijas se independizaron la vivienda quedó algo desaprovechada, entonces su padre, Giovanni, tuvo la idea de transformarla en este proyecto de hotelería boutique que hoy administran Irene y su marido, Paolo Moretti.
“La casa siempre estuvo llena de amigos y parientes, así que para nosotros era natural pensarla como una pequeña posada”, cuenta Irene. Aunque la apuesta hotelera significaba una puesta a punto no solo en el mantenimiento de una casa tan antigua sino en lo estructural. Gracias a un préstamo bancario y el trabajo dedicado de Irene y Paolo, la construcción de 1800 pudo renovarse y vivir su propio renacimiento.
Ojo de experta
Antes de embarcarse en este proyecto, Irene tenía una pequeña tienda de decoración en la que profundizó su pasión por la estética. Fotógrafa y estilista además, pocas personas estaban mejor calificadas que ella para llevar adelante la transformación. Su intención al ambientar los cuartos fue recrear aquella atmosfera que la casa tenía en su infancia: serena, austera, confortable. “Mis padres nunca invirtieron tanto en decorar, no había diseño, lujos, ni materiales costosos. Así que crecí rodeada de ambientes sencillos y prácticos. Me resulta más acogedor eso que la ostentación”, asegura.
“Si bien al principio adoptamos un estilo romántico con el tiempo fue despojándose y mutando hacia una estética agreste y sobria, muy toscana”
Las fibras naturales como los linos y textiles hechos por artesanos de la zona marcan el tono en las habitaciones, donde conviven con objetos encontrados en anticuarios, viajes, e incluso regalos de los visitantes que llegan a Valdirose.
Para la dueña de casa, la magia está en elegir paletas suaves y delicadas para luego sumar color con flores o detalles.
Hecho a mano
La obra que dio a la casa su actual aspecto duró más de un año y no fue sencilla. Al tratarse de una construcción histórica, había muchas reglamentaciones que no se podían pasar por alto. Las habitaciones y baños que se sumaron, por ejemplo, tuvieron que hacerse sin modificar las fachadas. Paolo, que trabajaba en un negocio de autopartes, aprendió a hacer desde carpintería hasta estuco veneciano: “Pero siempre bajo la supervisión de Irene, porque acá non si muove foglia che Irene non voglia”, se ríe de su mujer que según el es tan detallista “que supervisa hasta el movimiento de las hojas”.
“Para mi hospedar es dar la bienvenida y dar un respiro. Dejo que los huéspedes vivan su vida y sus sueños en la casa”
“Busco no cargar demasiado los espacios, para que los huéspedes los puedan completar con sus libros, sus recuerdos, sus accesorios… vienen personas creativas e interesantes, es lindo que pongan su toque”. Sólo en los meses de invierno Irene, Paolo y su hija, Beatrice, dejan de recibir gente en casa y se dedican a hacer arreglos y tareas de mantenimiento. De todos los demás, su época favorita es la primavera, estación que por estos días transitan en Italia.
La primavera es cuando más disfrutamos porque aprovechamos al máximo cada rincón de la casa, sobre todo el jardín y la terraza. Además es el momento en que reabrimos, con lo cual hay muy buena energía.
Los muebles, reciclados por ellos mismos, aparecieron recorriendo remates y mercatini de toda la provincia. Algunos, como el armario de la vajilla o el enorme mesón de madera, provienen del área de servicios del palacio histórico de Monte Catini. “Tienen un gran significado, mucha gente ha trabajado en esos muebles por décadas”, aseguran.
Como los turistas salen a recorrer casi todo el día, a ellos les queda tiempo para otras actividades. Además de ser administradora de la posada y madre de una adolescente, Irene trabaja como estilista y fotógrafa para diferentes marcas, y escribe una columna en el Corriere della sera. Pero, al igual que los viajeros, tanto ella como su marido aman recorrer y saborear la región que los vio nacer. Pueblitos de piedra, olivares, bodegas y mercados son parte de sus paseos favoritos.
“Vivir en la Toscana es un placer porque hay de todo. Museos, gastronomía, montañas, mar, todo a menos de una hora”, aseguran. Entre cerros, cúpulas y mesas llenas de manjares, su tierra es el lugar perfecto para cultivar el arte del buen vivir.
“A veces, estamos tan pendientes de dar una determinada impresión que no disfrutamos. Cuando nos permitimos hacer lo que nos da bienestar y nos rodeamos de cosas que nos gustan, vivimos mejor ¡no solo la casa sino la vida, en general!”
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