El artista Agustín Leiro y Natalia, su mujer, compraron un terreno con una estructura abandonada que juntos convirtieron en su casa y taller junto al mar.
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‘Nunca anda solo quien tiene nobles pensamientos’, rezaba una frase escrita en la playa que inspiró el nombre de su primer emprendimiento juntos. Hace más de diez años que Agustín y Natalia restauran muebles y experimentan con maderas, el fruto de esa búsqueda son las particulares tallas de diseño orgánico y acabado minucioso que él crea hoy en día.
“Viajamos mucho por Argentina, y fantaseábamos con quedarnos en todos lados. Hasta que un día nos animamos”, cuentan. La llegada de Francisca fue el empujoncito final: querían verla crecer rodeada de naturaleza. El proyecto comenzó a tomar forma cuando descubrieron una construcción de concreto abandonada en la costa, cubierta de vegetación, testimonio silencioso de algún sueño que quedó en el camino. Parecía haberlos estado esperando para encarar una nueva etapa en conjunto… y ellos aceptaron el desafío sin dudarlo.
"Sin dudarlo es una forma de decir, ¡porque las dudas eran muchísimas! Pero era más fuerte el entusiasmo por encarar esta aventura."
Agustín Leiro, dueño de casa
A distancia
La odisea comenzó con un año de obra a distancia, yendo y viniendo de Chapadmalal a Buenos Aires, donde vivían en una casa chorizo que también habían reciclado. A diferencia de esa primera casa, urbana y cargada de detalles, para su nueva vivienda buscaron espacios más simples y despojados, con grandes aberturas que llevaran el paisaje al interior a modo de cuadros naturales.
Cuando faltaba poco para terminar la obra, la pandemia los sorprendió en una visita a la casa y terminaron aislados ahí. “No teníamos agua caliente ni mucha ropa, así que cuando empezó el frío volvimos a la ciudad. Pero decididos a embalar todo y venir a instalarnos cuanto antes”, recuerda Agustín. Al llegar la primavera, ya tenían su vida en cajas y un tráiler esperándolos para emprender la travesía hacia el sur de la provincia. Unos pocos muebles, hallazgos y sus gatos, Canelón y Ramona, fueron todo lo que se llevaron. Toda una familia rodante.
Ya en un nuevo entorno cerca del mar, pudieron ultimar las terminaciones de lo que -¡al fin!- era su nuevo hogar. Pintaron todo de blanco, con el detalle de la textura del hormigón a la vista en el techo, y resolvieron los pisos con cemento alisado.
“Los muebles de cocina y de guardado los hicimos con tablones de fenólico, un material súper económico que nos encanta. Usar madera de obra para conseguir un aire moderno fue una opción accesible y original”
Dueños de un talento único, la mayoría de los muebles en la casa tiene su firma. La mesa del comedor, por ejemplo, fue hecha con unas maderas de descarte de una demolición que -conociéndolos- les guardó un amigo, igual que el sillón cama XXL (mide 2 x 1,40) que hicieron para el living.
El mismo tráiler que usaron para la mudanza se convirtió en el taller donde Agustín crea sus piezas únicas en madera tallada. Aunque los primeros tiempos enfrentaron varios desafíos profesionales, lograron encontrar un nuevo equilibrio y hoy venden obras a todo el país e inclusive al exterior.
"Acá nació una manifestación nueva de nuestro lenguaje: el arte de Agus evolucionó y aprendimos a expresarnos a través de la naturaleza. Tanto desde el diseño como desde la imagen y comunicación, que corren por mi cuenta."
Natalia Rodríguez, dueña de casa
Casa abierta
Como era de esperarse, poco después de llegar, sus amigos y familia empezaron a visitarlos en su pequeño paraíso. Entendiendo que esa dinámica iba a ser una parte de la vida allá, pensaron en sumar una cabaña en el mismo terreno y con la misma filosofía: materiales simples, elementos cálidos, y el entorno como estrella principal.
Para el exterior aprovecharon la técnica japonesa yakisugi que Agustín aplica en sus piezas, y consiste en quemar la madera para preservarla del agua, el sol y los insectos.
La ambientación es sencilla, con mezcla de muebles recuperados por ellos mismos, acentos de arte, y una salamandra que permite disfrutarla aún en los meses de frío. Cuando no hay visitas, se puede alquilar en Casa Noble.
Además de caminatas diarias y un ritmo de vida más natural, este nuevo ecosistema les inspiró hábitos que aún siguen incorporando. Sumaron métodos de reciclaje, composteras, y plantaron especies nativas como chircas o sen del campo para sectorizar el lote y dar privacidad tanto a la casa principal como a la cabaña.
Lejos de quedarse quietos, entre los objetivos en proceso se destacan un gallinero, un taller más grande, y la creación de una escuela Waldorf para Francisca y los chicos de la zona. Sin haber trazado el plan perfecto, hoy están en donde hubieran elegido.
“Entendimos que las cosas tienen su propio tiempo, y que si trabajamos por algo tarde o temprano lo conseguimos. Así que preferimos ir día a día, lo que nos permite disfrutar más el recorrido”
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