Tras una restauración que sorteó el laberinto entre lo permitido y lo que no, esta casa medieval en San Polo in Chianti finalmente quedó atravesada por el sol de la Toscana.
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“Contra lo que muestran las películas, acá hace mucho frío y llueve bastante también”, pincha el globo el arquitecto, urbanista y paisajista Diego González Pondal, del estudio argentino Pondal-Malenchini. “Los dueños anteriores habían hecho reformas para hacer esta casa más vivible, pero tampoco habían invertido tanto: acá se hace una gran diferencia entre la casa del señor y la del paisano, y es muchas veces el extranjero quien viene a poner en valor estas viviendas de trabajadores de antiguos establecimientos rurales, lo que acá se denomina casa colonica”, agrega su socio, el arquitecto Fernando Malenchini.
Además de sus proyectos en Buenos Aires y el interior del país (fueron los artífces del exquisito Cavas Wine Lodge de Mendoza, por ejemplo) e importantes obras en Paraguay, Pondal-Malenchini tienen muchas horas de vuelo a Italia, tras haber restaurado varias obras en la Toscana, y es interesantísimo lo que tienen para compartir sobre qué implica trabajar con obras patrimoniales en esos campos soñados por los turistas, pero desafiantes para los arquitectos.
“Hubo que transformar respetando las rígidas leyes patrimoniales de la zona. Acá solo se puede agregar una ventana si se demuestra que antes la hubo, por ejemplo. Entonces, en una casa pensada hace 500 años para protegerte de los peores vientos, la mejor vista suele quedar tras una pared ciega. Y ¿qué le pasa al habitante del siglo XXI? ¡Quiere vista! Son cosas con las que hay que lidiar de la mejor manera”, dice Fernando Malenchini, en referencia a la pared sobre la que se apoya la pérgola.
"Tampoco está permitido ampliar. Pudimos poner la pérgola porque, al no ser una estructura fija, queda dentro de lo que se considera decorativo."
Arqs. Diego González Pondal y Fernando Malenchini
Hablando de paredes, González Pondal nos explica de qué se trata la técnica del famoso “muro toscano”. “Es algo exclusivo de esta zona desde hace siglos. Combina piedra con ladrillo para actuar como reparo antisísmico, al reunir dureza y flexibilidad. Los albañiles de acá tienen la proporción exacta en su ADN. A cualquiera de nosotros nos saldría un dálmata”, dice con gracia y admiración.
“Las aberturas que comunican con la cocina y el living se pudieron agrandar hasta convertirlas en puertas porque sus nuevas dimensiones no son visibles desde las casas vecinas: el “lejos” es medieval. “
La cocina está sobre la fachada norte (la pared más fría, al revés que en nuestro país), y allí el Estudio ubicó lo que da calor. En lugar de poner una mesa, hicieron una súper barra, porque en primavera y verano se come bajo la pérgola mañana, mediodía, tarde y noche. Su tapa es de pietra serena, la misma que en la Toscana se emplea para hacer las calles, el primer basamento de los edificios y los escalones de las fuentes. “Usamos los materiales por ser locales y lo que la gente domina. Para mí, fue algo raro y único, un desafío personal. Ningún mármol hubiera tenido la misma gracia”, comparte Malenchini.
Color y calor
Conectado directamente con la cocina amarilla que acabamos de ver está el living, que también tiene una puerta-ventana a la pérgola, lo máximo que se pudo hacer para darle más luz a este ambiente.
“Estamos ante un ejemplo de arquitectura vernácula: no responde a un proyecto, sino que se fueron dando ampliaciones por las necesidades que surgían: si nacen más chicos, se hace otro cuarto; nos ponemos a fabricar pan, y hacemos un horno. Hubo que unir la historia y transformar, eliminar la parte productiva de la casa (que tenía un lugar para las gallinas y una gigantesca chimenea central) y hacer con lo que quedaba una vivienda coherente. En un principio podía parecer muy grande, pero estaba súper sectorizada, con ambientes relativamente chicos separados por muros muy gruesos. Si tenés eso en cuenta, la relación de espacio vivible era poca”, dice González Pondal.
“A este sector de la planta baja le dimos alegría y luz con el color del mueble, y aprovechamos los techos bajos para acentuar su aspecto acogedor” agrega Malenchini, señalando que uno de los grandes trabajos en este tipo de construcciones es darles confort porque, además de oscuras, son tremendamente frías.
Más detalles de un exterior fabuloso
Diego González Pondal estuvo a cargo del paisajismo. “Esta era una casa de granjeros en una fracción agrícola; por lo tanto, el jardín tiene olivos, frutales y aromáticas junto a la cocina, y no arte topiario: no se diseñó como el de una villa”.
“Si hubiera un vecino cerca, para los postigos tendríamos que habernos ajustado al marrón, gris, bordó o negro permitidos. Considero este color un aporte de frescura y uno de los pocos modos de decir que acá se hizo una restauración”.
Fue toda una suerte poder hacer una pileta siglo XXI, algo que los huéspedes tienen como expectativa, aunque no es tan normal. “En la Toscana, un lote puede tener derecho a pileta o no, ya que se considera que una cantidad indiscriminada arruina el paisaje. Como ellos saben que su región vale por el espectáculo de las vistas, se cuida incluso lo que la gente puede llegar a divisar desde el auto”, nos explican.
Despertar en la Toscana
En todos los cuartos se buscó traer un aire joven, porque −amén de no poder agrandar las ventanas debido a las regulaciones− acá se usan armarios enormes en lugar de placares. “Mucha decoración viene de subastas en palacetes. Los básicos son de Ikea, de Maisons du Monde o de mercadillos de la zona. Y el toque de calidad lo damos con piezas de anticuario”.
“Distinguimos el estar para la TV que distribuye a los cuartos con un motivo de rayas horizontales, en el mismo terracota de los ladrillos antiguos. Es un guiño a lo italiano, a lo que se ve en la fachada de tantas iglesias, pero allí, en piedra”.
Los dormitorios comparten la misma base decorativa, con detalles que diferencian los masculinos de los femeninos, como el color de los textiles. En cada uno hay camas de hierro forjado como un nuevo gesto al saber hacer local, pero usadas de un modo fresco, sin cortinados. Las láminas son de unos pintores con los que Malenchini se cruzó en la calle por casualidad; a dibujos en blanco y negro de antiguas enciclopedias, les aplican acuarela en la gama deseada y los enmarcan.
Un loft en el contrafrente
“En el depósito del contrafrente (histórico, por lo que no se puede tocar), creamos un loft para huéspedes. La disposición de los ladrillos en su fachada permitía tener la maquinaria y los fardos protegidos, pero ventilados, y les daba paso libre a los gatos para cazar ratones”.
Al igual que en la cocina principal, acá se usó el amarillo en los muebles para iluminar un espacio medieval con pocas ventanas.
El tabique de placa de yeso fue una solución para separar el baño sin cargar la venerable estructura de 500 años. Las molduras aplicadas le dan el efecto retro y el color, la modernidad.
El jardín de las delicias
“Del lote de cinco hectáreas, cuatro se dejaron como jardín natural, y la que rodea la casa tiene un trabajo muy cuidado, que me parece increíble cuando pienso en el estado de abandono en el que estaba y en el destrozo que habían hecho jabalíes y ciervos. Trabajé con un catálogo de plantas que acá funcionan muy bien: glicina, parra, lavanda, olivo y rosas de variedades específicas”, comparte González Pondal sobre su labor paisajística.
“Las reglas para el verde son tan estrictas como las que corren para la arquitectura. Por ejemplo, solo podés sacar un ciprés si se está muriendo o es peligroso. Y tenés que plantar otro en su lugar”. Hermosas lecciones.
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