En una arteria inesperada de la ciudad, el artista Rubén Lartigue encontró un PH abandonado en un edificio clásico de San Telmo. El reciclaje no fue sencillo, pero con el tiempo logró darle un aire contemporáneo sin perder su encanto original.
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“Estuve viendo casas mucho tiempo. Siempre me cruzaba con este aviso, pero lo desestimaba porque quedaba sobre Paseo Colón, tan llena de colectivos, camiones y caos… ¡Nunca pensé que viviría en el Bajo! Pero nunca digas nunca… Un día me ganó la curiosidad y concreté una visita. ¡Quedé encantado!”, cuenta Rubén Lartigue. Así empezó la historia de amor entre el chef chocolatier, director de arte y pintor y este departamento, abandonado, de principios de siglo XX.
A la medida de San Telmo
“Corría el año 92 cuando llegué al barrio. Alquilé una unidad de ambientes enormes, techos altos y pisos de pinotea en el ex convento de las Carmelitas Descalzas sobre la calle México”, se acuerda.
El lugar era encantador: tenía un patio soleado que comunicaba los ambientes. “Cuando llovía, había que cruzar a toda velocidad para ir al baño o la cocina y mojarse lo menos posible!”, se acuerda. Esa primera experiencia fue suficiente para definir su radio de búsqueda en cuanto tuvo la oportunidad.
"Nunca más pude vivir en otro barrio que no sea San Telmo. En cualquier ciudad del mundo, elijo el casco antiguo; donde se forjó todo."
Rubén Lartiague, pintor y dueño de casa
Ver más allá
El PH que lo sedujo fue una propiedad de cuatro ambientes en ruinas. Quedaba en un segundo piso por escalera, los cielorrasos estaban derrumbados, las yeserías arruinadas y los pisos que pedían clemencia. “Así y todo me fascinó; vi el potencial que tenía”, asegura.
Después de comprarlo supo que el edificio estaba firmado por Cayetano Moretti, un reconocido arquitecto italiano que hizo importantes obras en Argentina, Uruguay y Perú, entre ellas el palacio legislativo de Uruguay.
“En la entrada hay un portal de doble hoja, tallado, maravilloso, apenas pasas te chocas con este ventanal de hierro forjado con cristales de colores. Aunque estaba semi cubierto por unas cortinas harapientas, resplandecía”
El hall de ingreso se convirtió en un comedor diario lleno de arte y personalidad. Los muebles son en su mayoría hallazgos de segunda mano rescatados de galpones que hay en el barrio. La plantas de interior suman un toque silvestre, y el resto corre por cuenta de la arquitectura.
Collage de pisos
En el pasillo distribuidor se aprecia el collage de pisos y texturas, fundamental para lograr el estilo ecléctico que Rubén le quería dar al departamento.
“Los pisos originales en este tipo de construcción suelen ser maravillosos. En las habitaciones había pinotea y tuve que cambiar varias con material de demolición porque es una madera que no existe más”, asegura. En el resto de los ambientes, había calcáreos y pisos de granito que pulió y vitrificó para devolverles su esplendor.
Casas de otro tiempo
Como suele suceder en este tipo de construcciones, los metros dedicados a la cocina eran muy escasos, así que la intención fue acentuar la luz y funcionalidad con una gran mesada revestida en cerámicos naranjas, y muebles más amplios.
“Hoy somos de compartir el momento en que cocinamos, con lo cual la cocina quedó chica para mi gusto. Me queda en el tintero transformarla en un baño y hacer una nueva donde está el baño original, para poder integrarla”.
Una de las habitaciones originales se ambientó como estar con un gran sillón retapizado en diferentes géneros geométricos y un altillo en el que practicar yoga y meditar. El planteo general en blanco y madera ayuda a destacar las obras en gran formato que visten todas las paredes.
“Estuve mucho tiempo buscando la escalera, quería que fuera sencilla y no ocupara mucho espacio. Finalmente apareció ésta cortada al medio en un desarmadero; pero soldada y pintada de rojo quedó perfecta”
El espacio superior conserva un aire más calmo y despojado, con un piso de tablas blanqueadas que invita al descanso. La atención se la lleva el techo original de la casa, que Rubén eligió dejar descubiertos.
Rodearse de arte
En el dormitorio, una antigua cama de bronce que Rubén heredó de sus padres y a la cual le colocó espejos a modo de cabecera. A su alrededor, veladores con tulipas vintage y un bahiut de estilo inglés refuncionalizado como cómoda y mini ropero. Pero sin dudas el protagonismo recae en los cuadros que visten todas las paredes casi hasta el techo.
“El arte suma todo, yo hago arte y es mi vida. Gran parte de las obras colgadas son mías y de artistas amigos. Me encanta también usar fotografías publicitarias de los 90s”
Aunque de momento Rubén se encuentra en Europa acompañando trabajos que participan de muestras en Venecia y Madrid, la casa sigue ventilada, las plantas regadas, los rincones llenos de vida. Y si bien se está tentando con reciclar alguna propiedad en los campos cantábricos, sabe que este departamento que rescató del abandono lo espera siempre con los brazos abiertos.
“Por mi obra tengo que instalarme un tiempo en España y preferí alquilarla a viajeros por períodos cortos, de esta forma está habitada y otras personas pueden apreciarla”
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