Reformado por sus dueños, fusiona estilo vintage y toques contemporáneos.
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“Quisimos mantener la esencia, que quedara registro de lo que era”, cuentan los dueños de casa, Martín Fernández –que trabaja en diseño y comunicación– y Lucas Alves Da Silva (tripulante de cabina), sobre el espíritu con el que encararon la reforma de este departamento de 1916 en el barrio porteño de San Cristóbal. Pero, al mismo tiempo que buscaban que la historia tuviera presencia, la vivienda necesitaba una obra que atacara problemas de fondo.
Cuando lo visitamos por primera vez, el departamento estaba cerrado desde hacía dos años y medio. Había muchos muebles y las instalaciones no funcionaban, pero tenía potencial
Renovación interior
El edificio, de 1916, los cautivó, así como la configuración del departamento: más de 90 m2, 3 balcones a la calle, molduras de yeso, techos altos y pisos originales de venecita hexagonal y pino tea.
Flexibles en la búsqueda
“Por el estilo exterior del edificio, pensamos que sería carísimo. Pero abrimos la cabeza y vinimos a verlo, y encontramos una buena oportunidad”, cuentan. Al cambiar la zona de búsqueda, el presupuesto que ahorraron en la compra lo pudieron destinar a la reforma.
Antes de decidir la compra, se plantearon si querían emprender una obra larga: convinieron que sí. El primo de Lucas –arquitecto y quien también los había animado para ampliar la búsqueda a esta zona de la Ciudad–, les recomendó pensar a largo plazo, con cambios que pusieran en valor la propiedad. En unos seis meses lograron concretar la obra, que dirigieron ellos mismos.
Buen gusto y dedicación
“Fue muy poco el equipamiento nuevo que compramos para este departamento; lo elegimos para dar color, levantar y que no se viera como un lugar viejo. En todos los ambientes tenemos recuerdos familiares, regalos de amigos y hallazgos de anticuarios”, cuentan sobre cómo equiparon los interiores.
Cambios en el detrás de escena
“El baño principal fue una prioridad durante la reforma. Cambiamos tanto el equipamiento y las superficies como en el sistema de calefacción: acá había un calefón, que reemplazamos por una caldera con radiadores”, cuentan. Renovaron todas las conexiones de electricidad, gas y agua. En el toilette –de dimensiones reducidas– dieron vuelta la puerta para que abra hacia afuera.
“La cocina estaba en mal estado. Tiramos abajo una pared que la separaba de un cuarto de servicio, que hoy es el comedor diario”
“Fuimos por un estilo industrial, que tuviera algo atemporal para no desentonar tanto con el resto de la casa”, explican. El piso es de cemento alisado rugoso, con alfombra vinílica con estampa geométrica. Para las paredes eligieron revestimiento ‘Subway’ blanco con juntas negras.
Espacio privado
La habitación también refleja la lógica de Martín y Lucas para el interiorismo: algo nuevo, algo regalado, algo heredado, algo encontrado. Cama (Springwall) con almohadones de tussor y pana engamados (Mi Espacio). Una mesa de noche era del abuelo de Martín, la otra –también vintage– la compraron (Campo La Ñata Antigüedades); las lámparas tijera fueron instaladas en la pared (Mercado Libre). Sobre el piso, un banquito blanco –heredado del abuelo de Roberto– y plantas (Potit).
Anfitriones
Durante años, los dueños de casa impulsaron Somos Anfitrión, proyecto enfocado en la organización de pequeños eventos y la recepción en casa. Esa misma visión de puertas abiertas se ve reflejada en su vivienda, siempre lista para recibir amigos y familiares, con Lucas a cargo de la cocina y Martín del armado de la mesa.En el vestidor, arriba de la baulera armaron una cama. “Quedó tipo cápsula, chiquita, pero resulta útil: si un amigo nos visita se puede quedar a dormir”, cuentan. Para darle una estética diferente a ese sector, eligieron un empapelado especialmente diseñado por Pilar y Felicitas de Patró.
“Como el cerramiento de hierro del distribuidor estaba en buen estado, lo mantuvimos. Cambiamos los vidrios por unos nuevos, pero con los mismos colores y patrones que los que encontramos al llegar”
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