Cada vez más artistas desembarcan en este barrio para ocupar edificios donde solían funcionar fábricas y montar allí sus talleres; desde 2017, el color comenzó a transformar el aura fabril
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Quienes frecuentan La Paternal dicen que en el barrio todos los días parecen domingo. No hay ruido en la calle, ni edificios en altura; las fachadas son viejas, descoloridas y, algunas, casi ciegas. Detrás de esos frentes, próximos a la avenida Warnes, existieron fábricas y depósitos de toda índole, y aún se ven carteles en la calle que anuncian “reparo bobinas”, “vendo metales”. Pero la zona se reinventó: desde hace al menos cinco años, en este barrio crece el arte, y puertas adentro de las exfábricas priman la creatividad y el color.
En los galpones ya no se ve personal uniformado elaborando muebles o electrodomésticos, ni moldeando zapatos. Por el contrario, al menos 50 edificios de La Paternal fueron invadidos por pintores, escultores, ceramistas, arquitectos, diseñadores y escritores, que montaron estudios conjuntos en donde intercambian opiniones, críticas a sus obras y momentos de ocio. Cada uno tiene su espacio dentro de un taller, y cada taller es una comunidad en sí misma.
Taller Yeruá
“Trabajar acá todos los días da mucha contención. Los espacios abiertos te permiten compartir lo que hacés y ver el proceso de los demás, que es muy importante”, dice la artista visual María Elisa Luna, que desde 2017 alquila un lugar en el taller Yeruá. Luna pasó por otros talleres colectivos, pero asegura que Yeruá es el mejor. Tiene unos 15m2 para ella sola, grandes paredes en las que puede colgar su obra, un espacio “sucio” de carpintería y una cocina en la que comparte almuerzos y mates con sus colegas.
Yeruá –cuyo nombre se debe a la dirección del edificio, Yeruá 5071– era una fábrica de zapatos que la arquitecta Celina Baldasarre compró en 2017, cuando buscaba un lugar de trabajo cerca de su casa, en Villa Devoto. Lo hizo junto al pintor Hernán Salamanco, y al instante se sumaron más artistas; hoy, son 14: Francisco Olivero, Juan Sorrentino, María Elisa Luna, Valentina Ansaldi, Hernán Torres, Sergio Bosco, Rodrigo Túnica, Mariana Poggio, Joaquin Burgariotti, Victoria Lamas, Silvana Muscio y Verónica Romano –además de Baldasarre y Salamanco–.
"Trabajar acá todos los días da mucha contención. Los espacios abiertos te permiten compartir lo que hacés y ver el proceso de los demás, que es muy importante"
María Elisa Luna, Taller Yeruá
Taller Paz Soldán
“Estamos juntos desde hace tiempo y con la pandemia nos sostuvimos humanamente. Fue una gran contención, un refugio y un alivio emocional”, afirmó Baldasarre. La misma palabra, “refugio”, usó Elisa Insúa para describir cómo se sintió durante la cuarentena trabajando en el taller Paz Soldán, a pocos metros de Yeruá. Insúa es reconocida en el campo internacional por sus collages de materiales descartables, a través de los cuales cuestiona el consumo. Vivió tres años en Madrid, donde también trabajaba en espacios compartidos, y cuando volvió a Buenos Aires buscó algo similar, entonces alquiló 16m2 en donde existió una metalúrgica. Desde ahí, hoy produce una obra para enviar a Estados Unidos.
Paz Soldán es uno de los talleres más grandes de La Paternal. Esta construcción luminosa, de techos altos y planta profunda, se dividió en 30 espacios de trabajo en donde conviven artistas de disciplinas diversas; entre ellos, Ornella Pocetti, Jorgelina Buchara, Ana Villanueva, Cecilia Coppo, Sofía Papi, François Thevenet, Macarena Cordiviola, Vanina Rodríguez, Lucila Fiorenza, Nana Schlez, Daniela Abbate, Mariel Britez, Caro Linera, Yamile Turk, Lucila Sancineti, Mariquena Vallejo, Martín Podder, Federico Telerman, Juan Vignolio, Valeria Berney, Pía Sanabria, Bárbara de Lellis, Julieta Pietrafesa, Alejandra Tierno y Barb Combellas.
Los talleres son autogestionados por los artistas. Cada uno paga el alquiler de su espacio –que ronda entre los $8.000 y $15.000–, y los gastos comunes los dividen en partes iguales. La relación precio-metraje es un incentivo para ellos, ya que los galpones perdieron valor cuando se achicaron sus frentes, al construirse viviendas, y dejaron de servir para el ingreso de maquinarias. A eso se sumó el traslado o quiebra de algunas de las fábricas; todos motivos que fomentaron la transformación del barrio en un polo artístico. Ahora, los artistas tienen lugares enormes para manejar sus producciones y experimentar en grandes formatos.
Taller Maturín
“Mudarme de mi casa acá me permitió pasar de piezas chicas a grandes y poder explorar mejor mi obra”, explica Florencia Lista, de taller Maturín, que trabaja con lo que llama el “tercer paisaje botánico”, plantas que junta de vías y banquinas y tiene lugar de sobra para guardar en el taller.
Los artistas de Maturín son fanáticos de las plantas. Un vez a la semana, dedican cuatro horas a regar, y Florencia Lista es quien está al mando de cuidarlas.
Para estar atentos: Festival La Gran Paternal
Lista, Insua, Baldasarre y los demás artistas esperan con ansias la llegada del festival La Gran Paternal, que estaba previsto para mediados de mayo, pero la fecha está sujeta a las restricciones impuestas por la pandemia. Es el día del año en el que los talleres del barrio se abren al público para mostrar sus “cocinas”. Como en cada edición, desde 2017, ese día las fachadas sobrias hablarán, y el color saldrá, por un rato, a la vereda.
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