La artista plástica Sofía Mastai y el empresario de vinos Patricio Eppinger abren las puertas de su departamento en uno de los edificios más emblemáticos de Buenos Aires y nos cuentan cómo es el estilo de vida que diseñaron para su familia.
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Fue una luz mágica, dicen, lo que les confirmó que ese departamento sería su hogar. Y no se refieren a ninguna cuestión esotérica sino a los rayos del sol que entran por todas las ventanas de un piso alto casi circular en el que se presume como el primer rascacielos de Buenos Aires, un símbolo de estatus que nació en 1936 y se convirtió en ícono urbano.
Ante los ojos de un fotógrafo y una pintora, la luz no pasó inadvertida y resultó mágica porque hizo aparecer un deseo que no existía: ellos nunca se habían imaginado viviendo allí ni estaba entre sus aspiraciones convertirse en vecinos del majestuoso Kavanagh de Retiro. Y, sin embargo, desde hace seis años Patricio Eppinger y Sofia Mastai habitan junto a su pequeña hija Rosa una de las viviendas en la cúpula del edificio.
Él es empresario y está al frente de los vinos premium Homo Felix, el proyecto personal al que hoy le vuelca toda su pasión tras una variada carrera dedicada al marketing, a la música, a la fotografía e, incluso, al rugby. Ella es artista plástica, después de una exitosa trayectoria en el ámbito de la moda hizo un quiebre total, se volcó cien por ciento al expresionismo abstracto en lienzos de gran formato y forma parte de la galería de arte online Diderot.art. Sus nuevas vidas, la que eligieron, son las que comparten.
La inclinación por la arquitectura de estilo estaba clara cuando emprendieron el plan de mudanza. Venían de vivir en el edificio Minner, construido en la década del 30 por el húngaro Jorge Kalnay, se sentían cómodos en su entorno racionalista art déco y buscaban un nuevo espacio en el cual, ante todo, se sintieran identificados. Llegaron atraídos por las dimensiones de este departamento que se adecuaba perfectamente a sus necesidades; los sedujo también la idea de que había sido puesto en valor a principios de los años 2000 Laura Orcoyen. Todo les hacía sentido y, apenas al ingresar, descubrieron en el Kavanagh un mundo aparte, pero que no los dejaba desconectados del resto.
-¿Cuál es la particularidad en el estilo de vida que ofrece el Kavanagh?
Patricio Eppinger: Bueno, tiene una fuerte impronta fuerte y es vivir en un edificio, pero con detalles que parecen de hotelería. Hay mucho movimiento y mucha gente que hace posible esto: los porteros, que llevan una vida trabajando acá, el personal de mantenimiento que está entrenadísimo y resuelve desde que los 12 ascensores antiguos funcionen perfectamente hasta si tenés un problema con el lavarropas o querés pintar una pared. La gran recepción ya te transporta a otro lugar.
Sofía Mastai: A mí me fascina tener la plaza enfrente y también la conectividad, disponer del tren, colectivos, el subte y buenos accesos, Me permite una autonomía de movimiento que para mí es clave. Puedo trasladarme a pie, mi taller está a tres cuadras y eso me hace vivir la ciudad con contacto.
PE: Es muy alucinante esta ubicación porque convivís con la realeza -que sería Cancillería-, con la Plaza San Martín, con Retiro y ahí no más el barrio, la 31. Es lo que elegimos: vivir con textura el pulso de la ciudad, no aislados, pero con perspectiva, con una vista increíble desde arriba y en contacto con la realidad. En directo con los contrastes. Tiene que ver con nuestra manera de entender la vida y sus metros cuadrados. Afuera y adentro de la casa, que también es muy alucinante.
SM: Lo malo, si se quiere, es que uno se acostumbra. Entonces, como vivimos acá desde hace seis años, ya forma parte de la vida cotidiana levantarte y ver un tremendo amanecer, el río, todo este verde y este paisaje cenital de la ciudad. Uno se habitúa y lo naturaliza, pero es una belleza extraordinaria.
"No usamos cortinas sino persianas americanas de madera, para poder ir regulando a cada hora el paso exacto de luz que queremos, desde apertura total hasta traslucencia."
- ¿Qué rescatan de la puesta en valor que hizo Laura Orcoyen del departamento?
SM: Es una reforma que hizo con mucho criterio y detalles completamente funcionales. Desde los zócalos metálicos que aportan estilo, pero además protegen las paredes y permiten que cualquier tema de cables se solucione muy fácilmente, hasta los herrajes, las puertas corredizas, el piso forrado en ratán para el estudio. Todo queda bien, es práctico y se integra con completa naturalidad.
-Ya de por sí el departamento tiene una distribución impecable…
PE: Sí, porque es como un pentágono.
La vida circular
El departamento tiene tres dormitorios principales que dan a la zona de Puerto Madero, un baño completo y un toilette, ambos con grifería original. Además, hay una habitación de servicio que está completamente equipada como cuarto de Tadeo, el hijo adolescente de Patricio, con su baño. Cocina, living y un comedor cuadrado, que funciona además como biblioteca, tienen orientación hacia Plaza San Martín.
Un gran pasillo distribuidor conecta todos los ambientes en forma circular. La habitación principal cuenta con una puerta corrediza que da a la oficina y éste con otra puerta corrediza idéntica que lleva al living. Ese espacio que usan como estudio está en la proa del edificio, con vista a la Torre de los Ingleses. “El pasillo distribuidor al que da el palier de entrada es como un gran democratizador en el departamento, lleva de una punta a la otra”, dice Patricio.
-Todas las obras de arte que se ven en el departamento son creaciones de ustedes (cuadros de ellas y fotografías de él), ¿Cómo decidieron cuáles exponer para convivir con ellas?
SM: Se fue dando medio naturalmente. Es la primera vez que convivo con mi obra. Hay algunos cuadros que van rotando, los cambiamos, y una que está fija en el living, que es una adquisición de Pato.
PE: Es que si no la adquiría yo, ¡ella la vendía! La verdad es que vende muy bien Sofi, y esa obra yo la quería conservar. No tiene título. En la biblioteca, por una cuestión de tamaño, hay más fotos mías. Es muy interesante eso de convivir con la obra propia. Es la prueba de fuego, no cansarte de verlas, y es muy lindo que pase.
-Y los muebles, ¿con qué criterio los eligieron?
PE: Varios ya estaban en el departamento y los que son míos, que van en la misma línea, los compré en casas especializadas en estilo en art déco. Si bien algunos fueron restaurados o puestos en valor, todos son originales de los años 50 y 60. Son usados y para usar. No nos interesa que esté todo impecable, preferimos que sea una casa bien vivida. No somos de los que entran a sus casas con patines de felpa, todo lo contrario.
-La biblioteca también parece una biblioteca “bien leída”…
PE: Exacto, son nuestros libros, si los abrís ves que están subrayados, no son adornos. Y sin embargo a la vista le dan una estética muy interesante al ambiente, que no es ni muy grande ni tan chico.
SM: De un lado están los de arte que son los míos y del otro, los de filosofía y literatura que son de él. Tienen que ver con nuestros intereses genuinos.
- ¿La sociabilidad también forma parte del uso que le dan al espacio vivido”?
SM: Sí, especialmente Pato, que lo usa como lugar de trabajo, de reunión y de eventos. Le buscó esa veta de promocionar su vino en el lugar más alucinante, acá.
PE: Para mí invitar a a mi casa siempre tuvo que ver con el estilo de lo que de lo que hago, con la forma en la que fui criado por mi familia y con lo que vendo, de lo que vivo, de cómo vivo. Para mí pasa por ahí. Este es sin dudas el mejor lugar donde puedo servir mis vinos para que se conozcan, no me da para invitar a un restaurante. Me gusta cuando hago una cata que sea en mi casa. Siempre, sea cual fuera mi casa pero encima, ¡es ésta! y tiene un gran plus como espacio.
SM: Es que el Kavanagh no es de fácil acceso, tenés que ser invitado para poder entrar y conocer este mundo. Abrir las puertas y compartir es algo que nos encanta poder hacer.
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