Alejandra Malosetti está a cargo del Vivero Raulí en San Martín de los Andes; en consonancia con la demanda, el cambio climático y la optimización de los recursos naturales.
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La Patagonia argentina es una enorme estepa que, al acercarse a la Cordillera de los Andes, se transforma en bosque. Sin embargo, este no supera los 40 km en su ancho y tiene 2.000 km de largo, abarcando desde el sur de Mendoza hasta Tierra del Fuego.
En el año 1992, cuando iniciaron la producción en el Vivero Raulí, ubicado en la península del mismo nombre, fueron las especies que estaban presentes en el bosque que los rodeaba las que definieron por dónde empezar. Las cosechas de semillas y esquejes fueron hechas en el lago Hermoso y sus alrededores, que tiene una vegetación bastante parecida a la de Chile, sin llegar a ser valdiviana.
Las especies fueron lenga, ñire, raulí, coihue, roble pellín, arrayán, chinchín, corcolén, patagua, notro, maitén, laura, helechos, nalcas, entre otros. Estas solo pueden adaptarse a sitios que tengan condiciones muy parecidas a las del bosque.
A partir de la apertura del primer vivero al público pudieron comprobar que una parte importante de la demanda de plantas venía de los nuevos emprendimientos inmobiliarios que, en su mayoría, estaban en la estepa o en la zona de transición estepabosque, por lo que debieron ampliar la cantidad de especies de secano en producción. “Con el tiempo, me di cuenta de que las limitaciones ambientales de la península eran muy grandes y de allí este tercer vivero, en La Vega de San Martín de los Andes”, relata Alejandra Malosetti, propietaria del vivero.
“Paisajismo y conservación deben ser una misma cosa”
Así, comenzaron la búsqueda de especies en el ecotono y la estepa patagónica, más resistentes a las sequías. “El cambio climático que estamos viendo en la región en los últimos 30 años es muy grande; los extremos son cada vez más extremos y creo que estas especies serán más aptas para enfrentar las cambiantes condiciones que vienen. La escasez del agua va en aumento a nivel planetario”, reflexiona Alejandra.
La estepa es apasionante. La belleza y arquitectura de sus formas, indescriptibles. En una ligera primera mirada, parecería casi un desierto, pero hay una muy importante variedad de plantas en ella. Solo hay que aprender a verlas, desde la observación del paisaje en el sentido más amplio, hasta cada pequeña manifestación de vida. “Hoy, paisajismo y conservación deben ser una misma cosa, lo que algunos llaman paisajismo ecosistémico, para que las comunidades vegetales que instalemos no solo se adapten perfectamente al sitio, sino que también generen las mejores condiciones para la flora y fauna locales”.
Como todo organismo vivo e interconectado, el Vivero Raulí ha ido acompañando los cambios producidos en el paisaje, en el suelo, en las condiciones climáticas y en las nuevas tendencias paisajísticas. “No todos han sido aciertos a lo largo de nuestra producción: nuestro método de prueba y error a veces ha traído fracasos”. A 30 años de su primera producción, han reducido el espacio y la cantidad de especies ofrecidas tanto de árboles como de arbustos exóticos, para poder ampliar el lugar de gramíneas, herbáceas, nativas, aromáticas, fruta fina y especies para la huerta.
Los principios básicos del vivero
- Producir orgánica y sustentablemente.
- No vender ni aconsejar el uso de especies exóticas de fácil naturalización (pinos, abedules, retamas, juníperos, crocosmias, entre otros).
- Fomentar el uso de especies nativas en paisajismo.
- No vender especies de gran impacto visual (por ejemplo, fotíneas).
- Reducir el impacto de cada intervención al mínimo posible: eliminar o disminuir las áreas de césped y los movimientos de suelos, entre otros.
Algunas de las especies que cultivan
Como resultado de su búsqueda, agregaron a su producción de especies del bosque: yunelias (Junellia succulentifolia), coirón llama (Pappostipa humilis), coirón dulce (Festuca gracillima), cortadera enana (Cortaderia egmontiana), neneo (Mulinum spinosum), senecios (Senecio spp.), don Diego de noche (Oenothera sp.), buchú (Haplopappus glutinosus), monte moro (Corynabutilon bicolor), estrellita (Tristagma patagonicum), alverjilla (Lathyrus magellanicus), nastantus (Nastanthus patagonicus), mata negra (Chiliotrichum diffusum), chapel (Escallonia virgata), anémona (Anemone multifida), ciprés de la cordillera (Austrocedrus chilensis), chacay (Discaria trinervis), bacharis (Baccharis obovata y B. magellanica), paramela (Adesmia boronioides), tara (Senna arnottiana).
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