En la ciudad de La Plata, Guido Schiano Di Schecaro suele pasear por su barrio y recolecta fotos, anécdotas e historias de los jardines y sus dueños.
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En 2016, el gestor cultural Guido Schiano Di Schecaro, dirigía una galería de arte en la ciudad de La Plata (ANSIA), ubicada en una zona de casas mayormente bajas y con un alto porcentaje de población adulta (en su mayoría, de origen italiano). Uno de los objetivos del espacio era establecer vínculos con la pequeña comunidad barrial con la que convivían, por lo que empezaron a proponer caminatas en las que conversaban de puerta en puerta con los vecinos.
“De esas aventuras exploratorias, lo primero que me deslumbró fueron los jardines que tenían algunas de las casas más antiguas: coloridos, desbordados, prolijos, humildes, salvajes, artesanales, diversos. Siempre bellos y luminosos. Siempre reveladores. La sensación de transitar por la geografía del barrio era, entonces, similar a la de asistir a una exposición de arte a cielo abierto, en la que cada jardín se trasformaba en una pequeña instalación patrimonial de arte”, cuenta Guido.
Según él, cada jardín hablaba de una particular mirada estética, de una época, de una tradición, de un barrio y, sobre todo, de un saber. En este sentido, empezó a conversar con las vecinas más antiguas encargadas de diseñarlos, cuidarlos y mantenerlos en el día a día, como si se tratase de pequeños palacios.
“Si avanzaba en las conversaciones, lo que terminaba aflorando era el jardín interior de la gente –reconoce Guido–. Literalmente, en ese encuentro, algo de la vida de las personas se terminaba abriendo como una flor. Esto es: algo de su infancia, sus miedos, sus anhelos, el amor, la familia, su historia y hasta ciertos aspectos de su filosofía de vida.
Hablar de una cosa no era tan distinto de hablar de la otra. El jardín interior de las casas, que se compartía con el afuera, no era tan diferente al jardín íntimo que se revelaba mediante el diálogo. Uno terminaba abriendo la puerta de otro”.
1. El jardín de los amantes acaricia la vereda
Si tenés la suerte de encontrarlo y justo está Oscar, el dueño, podando sus palmeras, que te hable del paraíso del barrio de su infancia. Y que te lleve a recorrerlo hasta que salga Beatriz y ahí sí, literalmente, váyanse todos por las ramas. Que te cuente que fueron juntos al jardín, que siguieron amigos durante años, hasta que un día, de repente, no saben por qué, les picó un bichito.
Que te mencionen fechas y lugares exactos. Que te traigan fotos si es necesario y te digan: “Tenía una verdulería donde está ese buzón, ¿ves? Un día me bajé del micro que paraba justo en esa esquina, entré a su local y, sin decirle una palabra, le mordí de frente una manzana”.
¡Escuchalos! Es como ver una película. ¡Escuchalos! Es como leer una carta de amor. Y si al volver te cruzás con Carlos, de 98 años, parado entre las cicas gigantes que plantó en la puerta de su casa, y te pregunta si anduviste revoloteando por el barrio, decile que sí, porque sos un pájaro, y sin detenerte estirale la mano, como si volaras.
2. El jardín soñado
Todos soñamos con un jardín. El mío es este. Nilda: 2 hijos, 7 nietos, 7 bisnietos y 4 tataranietos. “No hay que mirarlas mucho porque se ojean”, dice, mientras me muestra la latita de duraznos con la que cada día da de tomar agua a las plantas de su jardín.
3. El jardín de la poesía
Hay un oasis en las calles de la ciudad. Llego sin querer y vuelvo varias veces hasta que al fin me atiende su nieto: “Vení mañana, temprano”. Al otro día toco el timbre y, esta vez sí, me atiende Elsa. Vamos al jardín: “Todas las mañanas, cuando me despierto, lo primero que hago es venir acá. La palabra que me sale es vida. Si me lo sacan, me muero… Me lo quisieron comprar para hacer un edificio; me daban mucho. Pero esto no tiene valor”.
—Elsa, ¿cuál es la planta que más te gusta compartir con los vecinos?
—¿A mí? La rosa blanca.
Y ahí, como si hubiera estado esperando todo el tiempo para esta ocasión, me suelta de memoria un poema de José Martí: “Cultivo una rosa blanca / en junio como en enero / para el amigo sincero / que me da su mano franca. / Y para el cruel que me arranca / el corazón con que vivo, / cardo ni ortiga cultivo; / cultivo la rosa blanca”.
4. El jardín de una mujer
Hay un jardín frente al Parque San Martín. Es el de Debra. Toco timbre y sale. Vegetariana, feminista. “No vendo”, me dice. “Cultivo para regalar”. Lucha contra el egoísmo y la depredación del medio ambiente.
—¿Sabes que tu nombre significa abeja?
-Sí —responde—. Laboriosa como una abeja.
LA NACION