El plástico es increíblemente versátil y duradero, y esas cualidades que lo hacen tan útil también lo convierten en un gran problema. La contaminación por plásticos es hoy uno de los problemas ambientales más urgentes a nivel global.
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Durabilidad, flexibilidad y resistencia son las tres cualidades que hacen del plástico un material ideal para almacenar, transportar y envasar cualquier tipo de productos, sean líquidos, congelados o sólidos. La producción de plástico creció enormemente: de dos millones de toneladas anuales en 1950 a más de 380 millones en la actualidad. El problema es que solo el 9% de todo este material se ha reciclado y 12% ha sido incinerado, con las complicaciones ambientales que esto conlleva.
El resto del plástico producido terminó en rellenos sanitarios, sin ningún tipo de valorización ni recuperación, o directamente en los mares, ríos y océanos, donde es ingerido por animales marinos que lo confunden con comida.
Pero no termina ahí. Hay evidencias de que los plásticos se transfieren a lo largo de la cadena alimentaria y, finalmente, llegan hasta nuestros platos. Un análisis de la Organización Mundial por la Conservación (WWF) reveló que una persona ingiere hasta 5 gramos de plástico cada semana.
La mayor parte del plástico presente en el mar fluye desde tierra firme, llevada por los ríos, que actúan como cintas transportadoras y recogen más plástico río abajo. Una vez en el mar, gran parte de los restos plásticos permanecen en aguas costeras. Pero cuando entran en corrientes oceánicas, estas pueden desplazarlos por el mundo. Ya en el mar, la luz solar, el viento y las olas descomponen el plástico en partículas pequeñas que suelen medir menos de cinco milímetros de ancho. Estas, denominadas microplásticos, se propagan por la columna de agua y se han hallado en todos los rincones del planeta, incluso en el Everest, uno de los lugares más altos del planeta.
El plástico, que es un producto del petróleo, también contribuye al calentamiento global. Si los desechos plásticos se incineran, liberan dióxido de carbono a la atmósfera, lo que aumenta las emisiones de carbono. Además, dañan el valor estético de los destinos turísticos y provocan una disminución en los ingresos relacionados con el turismo.
La comunidad internacional es consciente de esta problemática que, se calcula, genera pasivos ambientales por 2,5 millones de dólares anuales, tan solo por el impacto que tiene en los océanos. En Argentina, la Ciudad de Buenos Aires prohibió en 2017 que los supermercados entreguen bolsas plásticas, a lo que ahora se sumaron los sorbetes.
El uso del plástico es insostenible y es un claro ejemplo de los impactos de la cultura del usar y tirar. Por ello hay que ir al origen del problema y, en primer lugar, reducir la cantidad de plástico que se pone en circulación y después apostar por la reutilización. Es un modelo circular, donde la vida de los productos aumenta sustancialmente.
¿Qué podemos hacer entonces? Aunque las bolsas de plástico, botellas y otros artículos desechables pueden resultar prácticos, usar bolsas de tela, botellas reciclables y frascos de vidrio ayuda a reducir la contaminación. Además, para los plásticos que no podemos reemplazar, como los equipos electrónicos, buscar un centro de reciclaje adecuado.