Carlos Valmaggia es jardinero y diseñador de jardines de profesión. Su amor por la naturaleza lo llevó a tener varias colecciones de especies en su propio hogar.
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Desde hace más de 10 años el jardín de Carlos Valmaggia recibe plantas de todo tipo. “Las empecé a tener en maceta con la idea de diagramar el jardín en algún momento, pero pasaba el tiempo y decidí plantar en diferentes lugares. Y así surgió y creció a medida que lo fui viviendo”, relata Carlos. Trata de recordar fechas, pero para eso no tiene buena memoria, en cambio puede identificar la mayoría las especies que pueblan su espacio.
“Me defino como jardinero, como amante de las plantas, como coleccionista. Me fascina encontrar una nueva planta, me fascina que aparezca algo que planté de semilla. A veces hago yo las polinizaciones y a veces se hacen de manera natural por este cúmulo de especies que tengo. Por ejemplo, en un sector fui poniendo salvias agrupadas y surgieron nuevas, que incluso están hoy en el mercado”. Muchas plantas exóticas traídas de sus viajes se adaptaron al lugar, algunas florecían, pero no semillaban. Hoy en día ya comenzaron a semillar y su tarea será tratar de reproducirlas. Es que la reproducción por semillas es una de sus labores preferidas.
Toda planta que le resulta interesante va a parar a su centro de experimentación, de unos 7000 metros cuadrados. Suele compartir gajos con quienes le piden y es muy respetuoso a la hora visitar otros jardines. Acepta que siempre la gente ha sido muy generosa con él, y viceversa, claro. Muchas fueron regalos de viveristas amigos e incluso las ha descubierto al borde de las calles y caminos.
Así fue conociendo nuevas favoritas. “Yo juntaba gajos de rosas y como tenía poco tiempo para regar y mantener en macetas, fui plantando en tierra. Y salieron. Empecé a probar, planté algunos en terrenos más húmedos, otros más a la sombra”. La clásica premisa de prueba y error, que no hace más que confirmar que es la mejor manera de aprender en este singular mundo de fanáticos. Hoy puede decir que los rosales, en particular los antiguos, entran dentro de sus favoritos.
“Generalmente me gustan las rosas que tienen perfume, ese perfume que te embriaga y te lleva a otros tiempos, recuerdos de niñez y de viajes”. También, y está a la vista, le gustan las suculentas, y dentro de las suculentas, los agaves. Ya perdió la cuenta de cuántos tiene, e incluso hay varios que no tiene clasificados. Pero todos exponen esa forma escultural, esa arquitectura por excelencia.
Tiene una colección de bromelias de montaña, entre las cuales están las Dyckia, consideradas plantas suculentas con forma de roseta. “Me encantan por su forma y estructura, que remite a los agaves”. Los cactus epífitos de zonas boscosas también tienen un lugar en el jardín: se llenan de flores, aunque lo más decorativo que poseen son sus frutos.
Y confiesa su debilidad por las herbáceas. “He hecho muchos iris –como Iris spuria, I. japonica, I. louisiana, I. foetidissima, I. ensata, I. unguicularis– de semilla, y algunos han salido más altos o con colores más vivos. Ahora tengo una serie a la que le tengo que buscar algún lugar para plantarlos e ir seleccionándolos”.
Puede descubrirse una colección de magnolias –Magnolia x soulangeana, M. rustica, M. stellata, M. denudata, M. kobus, entre otras–, muchas de las cuales han crecido de forma exorbitante, florecen casi todas al mismo tiempo y dan un espectáculo digno de ver. “Otra cosa interesante que tengo es una colección de Prunus –mume, campanulata, serrulata–, todos muy perfumados, que florecen en pleno invierno con un cortejo de colibríes que van de planta en planta”.
Las hortensias tienen un lugarcito entre sus preferidas y cuenta con una pequeña colección, aunque todavía no pudo hacerlas de semillas. También conoce de cerca las nativas, muchas de las cuales ha sumado a los jardines que diseña, y otras ha aprendido a dejar de lado por volverse invasivas, como la Pavonia sepium por ejemplo.
El propio es un jardín natural que fue surgiendo del amor por las plantas, sin juzgar, sin prestar demasiada atención a la combinación de los colores, pero que igual resulta armónico. Es que así se da en la naturaleza. Para muchos es un lugar de referencia, como el mismísimo nombre de Carlitos Valmaggia en el mundo de la jardinería.
“Me gustaría dejar un poco el trabajo de diseño y mantenimiento de jardines que hago hace tantos años y dedicarme a pulir el jardín. Hay muchas cosas que debería reacomodar”, comenta. Pero para nosotros tiene el claro potencial de convertirse en lugar de visitas guiadas, donde aprender de forma presencial y de la mano del dueño de casa. Con talante de docente –alguna vez dio clases–, sabe transmitir toda esa valiosa información sobre las plantas que cuida, que observa, que prueba y que hace desde semilla.
La “mano verde” quizás tiene mucho que ver con el amor con que se hacen las cosas. Y todo que ver con la empatía.