La combinación de talentosos paisajistas, arquitectos, ingenieros y hábiles picapedreros dio vida a este jardín tandilense, con encanto campestre y mimetizado con su entorno
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En la ciudad de Tandil, pero con la intención de recrear un ambiente de campo, surgió La Linda. El jardín se empezó de cero. Había que conquistar el lugar, hacerlo propio, crear un escenario cuyos habitantes sintieran como su hogar.
Se buscó la atemporalidad de la piedra, un material que transmite esa sensación de permanencia y solidez. Por la casa y los desniveles se necesitaba usar esa arquitectura, que saliese al jardín. Se hicieron pircas, escaleras, terrazas, todos recursos para jugar con los espacios y con el diseño, además de anclar la construcción al sitio. Así, no se sabe dónde termina la casa y dónde empieza el jardín. Es todo uno.
La piedra y las rejas utilizadas tienen un plus que hace que el mantenimiento sea menor, además de que todas las plantas se lucen de otra manera en su compañía. Al patio de entrada se accede a través de dos escaleras de piedra que descienden. Se logró sacarle jerarquía y darle más libertad.
Estas se unen en un gran banco de dos piezas de piedra muy especiales. Otro patio funciona casi como el corazón de la casa, donde un cantero-banco y una fuente articulan el espacio; dan la sombra y el sonido que componen el ambiente. En los patios se jugó con dibujos simples de tejuela de ladrillo, pero pensados en el estilo clásico que se quería lograr.
Un fogón todo de piedra, como una sorpresa en el andar por el jardín, es otro de los rincones que luego cada integrante de la familia puede ir apropiándoselo. El pequeño patio del dormitorio principal permite ganar un lugar íntimo al aire libre.
El jardín está diseñado con una serie de terrazas de piedra y pasto que le dan dinamismo, a la vez que enlazan todos los rincones. La pileta se hizo en un nivel más alto, para permitir estar en ella, dejarse rodear por el agua y no por rejas de protección. Siempre buscando crear sensaciones que descontextualicen de dónde realmente se está.
Muchas escaleritas de diferentes formas conectan el jardín. Todas ellas pensadas además como zonas de estar, para sentarse con un mate bajo el sol. Los perímetros de la casa están tratados con jerarquía, son lindos, invitan al recorrido, regalan sorpresas, se disfrutan.
El resultado es un jardín para descubrir, un lugar que no se percibe todo de una vez y que logra así ganar en sensación de amplitud, traer ese aire de campo y libertad que querían los dueños. El trabajo fue en conjunto con ellos, los paisajistas Enriqueta Bustillo y Marcos Maurette, arquitectos, ingenieros y el aporte invalorable de los picapedreros.
LA NACION