En Tierra del Fuego se encuentra la recientemente declarada Área Protegida Península Mitre, que alberga la mayor concentración de turberas en Argentina.
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El 6 de diciembre de 2022 se concretó la declaración de Península Mitre como Área Natural Protegida. Es una porción de tierra situada literalmente en el fin del mundo, en el extremo sudeste de la isla Grande de Tierra del Fuego, que alberga la mayor concentración de turberas en Argentina. Seleccionada por el Programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas (PNUMA) como uno de los once ecosistemas de turberas más importantes en nuestro planeta y foco de estudios científicos internacionales, esta tierra distante es símbolo de esperanza para la vida presente y futura, en todas sus formas.
La ley finalmente aprobada por la Legislatura Provincial de Tierra del Fuego define una superficie protegida total de 10.341 km² y 4 millas marinas, creando un marco legal para la zonificación en “ambientes” con diferentes categorías de uso y un comité de expertos con el objetivo de conservación de la tierra y el agua de Península Mitre (los bosques submarinos de macroalgas concentrados en esta parte del Mar Argentino son excepcionales sumideros marinos de carbono). Además, ha sentado precedente para la postulación ante Unesco como Sitio Ramsar (humedal designado con importancia internacional), proceso actualmente en etapas finales.
Este inhóspito territorio, bañado por las tempestuosas aguas del océano Atlántico Sur en su encuentro con el océano Antártico, representa además un lugar de incomparable belleza natural: extensiones aparentemente infinitas de tonos rojizos y ocres, enmarcadas por el quimérico horizonte del Canal de Beagle, y bahías y cabos donde la fuerza del viento es una presencia poderosa e inolvidable.
El contexto climático extremo y la accesibilidad casi nula (desde Ushuaia hay que recorrer 60 kilómetros de caminos no formalizados para llegar a los dos únicos puntos de acceso al área, y una vez allí solo es posible avanzar a pie o andando a caballo) garantizaron la condición casi prístina de la tierra y el agua que bordea Península Mitre. Los bosques de ñires y coihues (Nothofagus sp.) que enmarcan este sitio remoto han permanecido mayormente intactos desde las expediciones de Charles Darwin en 1832, cuando el naturalista británico llegó en el Beagle a las costas de Tierra del Fuego. En los últimos años, solo han llegado unos pocos aventureros solitarios o grupos de científicos en misiones puntuales.
¿Qué son las turberas?
Las turberas son ecosistemas terrestres de humedales y están consideradas entre las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SbN) de mayor valor en el planeta. Como humedales, su función es esencial para la regulación de los ciclos hidrológicos: almacenan agua, regulan inundaciones y mitigan eventos extremos de lluvias y sequías. También juegan un rol clave en la conservación de la biodiversidad y actúan como bancos de datos para estudios científicos sobre el clima y la vida en el pasado. Pero la capacidad fundamental de las turberas es que almacenan carbono desde hace más de 10.000 años. El mismo carbono (CO2) que las sociedades urbanas venimos emitiendo a la atmósfera y cuya consecuencia más conocida en el presente es el “cambio climático”.
En la provincia de Tierra del Fuego, las turberas ocupan 270.000 hectáreas de las cuales casi 240.000 se concentran en Península Mitre. La superficie total de esta península es de casi 300.000 hectáreas, lo que significa que las turberas ocupan 80% de su superficie terrestre.
Una de las revelaciones científicas más recientes –2019, Centro Mundial de Vigilancia de la Conservación del PNUMA– es que Península Mitre es el punto de captura de carbono más importante en Argentina. Almacenando 315 millones de toneladas métricas de carbono, este depósito de carbón equivale a casi tres años de emisiones de toda Argentina, el segundo país más grande de Latinoamérica. Esta gran capacidad de absorción de carbono tiene relación directa con las comunidades de plantas que conforman las turberas en Península Mitre, calificadas entre las más eficientes del planeta.
El desarrollo de la vegetación de las turberas depende principalmente de factores climáticos, pero el componente realmente determinante son las precipitaciones. En el sur de Sudamérica estas varían ampliamente, desde 500 y 1.500 mm al año en áreas relativamente reparadas del viento hasta más de 2.000 mm al año en áreas muy expuestas a los vientos oceánicos. En consecuencia, existen dos tipologías dominantes: turberas “elevadas”, que prevalecen en áreas de menores precipitaciones y están dominadas por un musgo llamado Sphagnum magellanicum; y turberas “compactas”, en áreas con mayor cantidad de lluvias y básicamente representadas por Astelia pumila y Donatia fascicularis.
Este ecosistema variado es exclusivo del hemisferio sur y representa una red de depósitos de carbón especialmente potente. Paradójicamente, estas plantas súper poderosas son pequeñísimas. Astelia pumila tiene hojas de hasta 3 cm de largo y 0,50 cm de ancho y Donatia fascicularis, que crece usualmente junto a Astelia, ofrece diminutas flores blancas durante el verano. Sphagnum magellanicum, el más típico de los musgos de turberas locales y con una textura esponjosa que hace única la experiencia de caminarlo, tiene hojas muy pequeñas y su color rojizo se distingue desde la distancia. Estas comunidades de plantas aparecen en el paisaje como extensas superficies suavemente onduladas y punteadas con pequeños espejos de agua, debido a la napa de agua cercana a la superficie.