Buscando qué negocio podían montar juntos, crearon una marca a través de la que ofrecen plantas para atraer insectos polinizadores y casitas de diseño para darles refugio.
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Una noche, a fines del 2019, Micaela Bove y Ezequiel Roda, compañeros de la Facultad de Agronomía y egresados hace más de diez años de la UBA, se encuentran en la terraza de Micaela, en Saavedra, Capital Federal, a tomar un Fernet. Ambos trabajan en distintas empresas multinacionales de la industria del agro pero tienen ganas de hacer algo juntos y poner su granito de arena para que la ciudad donde viven sea más sustentable. Mientras charlan surgen algunas ideas pero nada los convence, entonces se comprometen a seguir pensando, cada uno en su casa, y juntarse todos los miércoles. Misma hora y mismo lugar.
Durante tres meses hablan de abrir un local con plantas nativas pero la idea no les cierra. Se les ocurre sembrar distintas especies de árboles, producir aromáticas, pero tampoco. Hasta que una noche Micaela, googleando, empieza a leer sobre los insectos polinizadores que se alimentan del néctar de las flores. Lee, por ejemplo, que el 80% de las abejas que existe no hace miel, no tiene colmenas ni vive en comunidad. Se llaman abejas solitarias y hacen sus nidos en troncos, en el hueco de alguna pared o en el piso.
Micaela intuye que encontró algo interesante y sigue leyendo sobre el rol de estas especies en la conservación del medio ambiente y descubre que su población está disminuyendo drásticamente en las ciudades. El miércoles siguiente le cuenta todo a Ezequiel y entusiasmados deciden avanzar con el tema. Investigan, buscan información y después de algunos días se les ocurre diseñar un refugio para que estas abejas solitarias lleguen y no se vayan. Un lugar donde puedan anidar y poner sus huevos, procurando un ambiente lo más parecido posible al natural para preservar su descendencia.
Para eso llaman a su amigo Juan Martin Illescas, alias Pipo, técnico mecánico y confeso fanático de todo tipo de herramientas, y le preguntan si puede construir una casita para que estos polinizadores armen sus nidos. A la semana siguiente Pipo, igual de entusiasmado que ellos, les muestra el primer prototipo: una estructura de madera del tamaño de un sifón de soda, con pequeños orificios. Así comienza la historia de Beevero.
“El concepto de este emprendimiento está enfocado en preservar la biodiversidad. La casita para hospedar a los polinizadores y que allí aniden a sus crías y se reproduzcan solo funciona si tenés alimento para atraerlas, por eso también comercializamos plantas florales ricas en polen y néctar, tierra fértil y macetas. De ese modo armamos ambientes biodiversos en jardines, patios terrazas y balcones”, cuenta Micaela, de 39 años y embarazada de seis meses.
Con una inversión inicial de 15 mil pesos y después de probar con distintos tipos de maderas, diseños y formatos, en julio de 2020, los tres amigos colocaron las primeras casitas en un jardín en La Lucila y otras tantas en Escobar. “Las pusimos con distintas orientaciones, algunas en el piso, otras más elevadas, muy expuestas o más resguardadas y nada: las abejas no aparecían”, recuerda Micaela riendo.
Preocupados y ansiosos, se contactaron con una chica que tenía una iniciativa parecida en Chile, y ella les aconsejó tener paciencia. Tres meses más tarde, un día primaveral de mediados de octubre de 2020, notaron que una de las casitas tenía un agujero tapado con un nido de hojas. Luego apareció otro y cuatro semanas después vieron salir la primera abeja nacida en una casita Beevero. “Ahí nos dimos cuenta que nuestros refugios funcionaban”, recuerda Micaela, con un resto de la alegría original de aquel día.
Al primer pedido lo entregaron los tres juntos. “Estábamos felices. Ahora nos dividimos según la zona pero igual seguimos haciéndolo nosotros, personalmente”, cuenta Pipo, que además de trabajar full time en una empresa de la industria automotriz, se ocupa de hacer las casitas en su taller, ubicado en el fondo de su jardín, en Munro, Vicente López. De forma artesanal, las hace con pino o eucalipto y luego las pinta con un barniz inoloro. Las dimensiones de la estructura también le permiten usar troncos de poda y cañas que rescata de la calle, ya que la idea es que parte de los refugios tengan materiales reciclados.
“Nosotros siempre recomendamos ponerlas en lugares que no se inunden y rodearlas de flores. Muchas veces nos preguntan si al colocarlas se les va a llenar el jardín de abejas y siempre les explicamos que no. Ellas solo se acercan a alimentarse, poner sus huevos y se van. Son muy silenciosas”, explica Pipo.
Hoy Beevero ofrece cuatro modelos. Picasso, de formas geométricas y ángulos rectos; Kyoto, con una estética más oriental; Amazonas, con un diseño selvático hecho con cubos de madera, tronco y cañas; y La Torre, una estructura parecida a un mini edificio. El valor, según el tamaño y el modelo, ronda entre $ 2500 y los $ 6000. Además, cada una de ellas tiene un número de registro para a saber dónde y cuántas casitas están generando y favoreciendo a la biodiversidad. Por ahora hay alrededor de 50 ubicadas en jardines y balcones urbanos pero los tres amigos esperan que haya muchísimas más.
¿Qué plantas atraen a los polinizadores?
En general todas las plantas flores como la flor de papel, el lirio salvaje o la margarita amarilla. Además son atraídas por el aroma de especies como lavanda, caléndula, trébol, la alfalfa, cilantro, comino, eneldo, romero, girasol, malva o tagete. En cuanto a las trepadoras les gustan mucho: ojos de poeta, handerbergia azul y los jazmines.
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