El diseño fue planteado desde el comienzo para respetar la identidad del paisaje e invitar a que las especies autóctonas, vegetales y animales, se desplegaran libremente y poblaran el lugar.
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El lugar, una superficie de 17.000 m² en Baradero, provincia de Buenos Aires, se presentaba casi virgen, con pasto uniforme, unos pocos eucaliptos grandes, un laurel comestible inmenso y algunos otros árboles y arbustos exóticos introducidos por el propietario. Después de recorrerlo en silencio, las paisajistas Jane Best y Mariela Schaer coincidieron en no perder la “esencia del paisaje” donde estaba inmerso ese lote, un paisaje ondulado, soleado y con muy pocas casas alrededor. El sitio tenía gran potencial para volver a reencontrarse con su identidad pampeana, el paisaje cultural de las praderas. Así, desde la casa que está en el punto más elevado del lote, diseñaron un jardín con caminos para recorrer y espacios abiertos en medio de las praderas para crear ritmo y contraste visual.
Se dejó un gran círculo desfasado alrededor de un laurel y de ahí se dio inicio a los caminos de curvas pronunciadas que invitan a la observación y contemplación, y marcan un trazado y contraste entre lo libre y lo cortado, que se disfruta sobre todo desde la galería. Dos senderos se estrechan para desembocar en un amplio círculo de césped cortado que remarca un juego entre lo lleno y lo vacío, y donde se propuso un espacio de meditación.
Las paisajistas propusieron introducir especies nativas para que sirvieran de “perchas” para las diferentes aves que habitan la zona, también se integraron ombúes en el frente y ceibos en los bajos. Como se trataba de un terreno agrícola rico en materia orgánica y sin modificación, no fue necesario estudiar el suelo. “La simple observación de lo que había nos confirmó que estábamos en terreno rico, bien drenado y con mucho potencial”, cuentan.
El devenir de las especies
El primer año, el objetivo fue controlar cardos e ir introduciendo nativas y plantas melíferas por zonas, con el objetivo de generar un ritmo. Se marcaron los caminos que sostienen el diseño y, como primer paso, se introdujeron los árboles –acacias, Caesalpinia, ceibos, cina cinas–; en algunas zonas se hicieron masas de Sisyrinchium, en otras se plantaron grupos de Salvia uliginosa para soportar la “presión” de las gramíneas.
Las pasturas empezaron a expresarse y, con ellas, comenzaron a llegar algunos camponiclidium, Verbena bonariensis, Oenothera affinis. Fue como si miles de plantas dormidas se hubieran despertado de un letargo obligado por los continuos cortes de césped.
Como incorporar fertilizante iba a dar oportunidad a la bermuda y a los cardos para dominar la escena, no se intervino en absoluto. “Dejamos expresar y enseñamos al jardinero a sacar los cardos y algunas variedades de eryngium que podrían ser invasoras”, cuentan las paisajistas. También plantaron diferentes variedades de Baccharis y Eupatorium inulifolium que se están propagando muy bien y toleran la poda.
“No queremos sembrar flores, nos parece que el campo argentino es verde, con alguna pincelada de color, pero el lugar perdería su esencia si generásemos grandes manchones de colores. En algunos momentos y zonas aparecen más flores que en otros; por ejemplo, el solidago tiñe de amarillo a fin del verano, pero solo en áreas definidas y delimitadas. En otras zonas está surgiendo el camponiclidium, también a veces algunas vernonias y oenotheras”.
Para el mantenimiento tienen dos aliados: el propietario, que está atento y le dedica tiempo y cuidado, y el jardinero, que fue aprendiendo los secretos de la pradera. Realizan cortes en diferentes sectores y en diferentes momentos. Se evita un corte general anual, porque de esta manera siempre hay plantas floreciendo o produciendo granos y semillas para las aves.
“Así, si un sector se corta este otoño, probablemente lo dejaremos expresarse durante un año y medio para volver a cortar a fin del segundo invierno; con esto nos garantizamos sostener las especies que componen la comunidad”, comentan las encargadas del paisajismo.
“Del mismo modo, lo que se cortó el último diciembre deberá esperar a marzo del año siguiente. Así no perdemos banco de semillas ni dejamos espacio a plantas oportunistas que podrían avanzar más que otras”. Se realiza un control periódico de cardos, rama negra y cortaderas para que no avancen sobre las demás plantas.
Con el paso del tiempo
Tras cada corte se retira la materia orgánica y se composta, nunca queda en el lugar. A medida que pasan los años van reconociendo nuevas especies que llegan para integrarse. El primer verano empezaron a aparecer especies que indicaban que se iba por buen camino: Pavonia hastata, oenotheras y hubo una resiembra espontánea de verbenas, salvias, algunos eupatorium y bacharis.
Se identificaron algunas variedades de Eryngium que no son tan agresivos y se dejaron, y también deyeuxias, maravillosas cuando dan sus espigas.
La comunidad no es estable y evidentemente es receptiva a otras especies ya que un año con varios meses de sequía aparecieron dos especies muy interesantes: Cantinoa mutabilis y se sumó a la población de bacharis el Baccharis glutinosa. Además, aparecieron en diferentes sectores Schizachyrium condensatum que generan ritmo y cambio de color, en forma aleatoria en las praderas ya establecidas, pero más densamente en otras zonas. Es esta la dinámica de los espacios naturalistas, que cambian como cambian los ritmos de lluvias y rangos de temperaturas.
Eso sí, el jardín produce aromas, baila con el viento, tiene el sonido de los insectos y las aves que lo visitan permanentemente, hay menos mosquitos que en los jardines donde el césped se corta en su totalidad. Es realmente un corredor de biodiversidad, un paisaje ecosistémico y productivo.
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