Eugenie Tossounian construyó su casa en un enclave histórico y le dio una impronta singular. Entre árboles plantados en 1891, diseñó un jardín con plantación suelta, flores y gramíneas.
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Su conexión con la naturaleza se desarrolló durante los muchos años que vivió en el campo. Eso cuenta Eugenie Tossounian y es fácil creerle. Ella habita estos 450 m2 en Beccar, al norte de la provincia de Buenos Aires, como si fuera una extensión de su cuerpo o, mejor, de su sensibilidad.
Su jardín tiene algo de historia (el roble americano, la tipa y el gomero de los Ocampo), funcionalidad (huerta y plantas comestibles) y también de capricho (pileta biológica). Tal vez de esa mezcla impune estén hechos los sueños. Ella le da lugar a los devaneos y así habita este espacio, fiel a su estilo y con un profundo respeto por la naturaleza.
El recuerdo de la infancia campestre de Eugenie sobrevive en su casa soñada, elaborada de madera. “Desde esos años vividos en el campo y esos veranos interminables con mis hermanos, siento una conexión muy fuerte con la naturaleza, la siento como mi hogar. Sigo siendo una niña salvaje”, afirma ella.
Para diseñar el jardín en este terreno, antiguamente parte de la Villa Ocampo, Eugenie recurrió a su amiga y paisajista Sandra Goodall. Respetuosas del legado natural mantuvieron el antiguo roble americano, el gomero, la gran tipa con su historia. La premisa del diseño fue clara: cultivar especies nativas para albergar la fauna y también incluir flores, gramíneas, plantas comestibles, huerta y hasta una zona selvática.
“Me encanta la mezcla de pastos con flores, que da una sensación de fluidez, como si fuera una pradera natural”, retoma Eugenie. El encargado de ayudarla con el diseño de la pileta ecológica y la elección de las acuáticas fue Leandro Arona. La pileta tiene atractivo durante todo el año y atrae mucha fauna. Tiene un sector para nadar y otro para las plantas. Las plantas que habitan la pileta son juncos, colocasias, achiras, thalias, sagitarias, aguapés, pontederias, caraguatás, equisetums, papiros del río y papiros imperiales, totoras, lotos, nenúfares y camalotes. Las escabiosas florecen en el borde, con flores rosadas y bordó.
Muchas plantas ya estaban o resultaron espontáneas, como las ipomeas y la hiedra en los cercos. Otras llegaron de su jardín anterior, como las orejas de elefante, los liriopes y las monsteras. Algunas fueron regalos a Eugenie o bien encuentros fortuitos. Todas juntas generan esa sensación de exuberancia natural.
La casa se construyó alrededor de una tipa. La galería es la conexión entre la casa y el invernadero, con vista de 360° al jardín. En el interior del invernadero hay viejas regaderas de zinc y herramientas que estuvieron en la familia y pasaron de generación en generación.
Eugenie cuenta las lecciones que aprendió trabajando en el jardín:
- El jardín es un lugar para disfrutar, no para ser esclava. No tiene que estar perfecto y nunca pedir disculpas si no lo está. Es un lugar para experimentar y aprender.
- Usar la laya para aflojar la tierra o agregar una capa de compost directamente arriba, siguiendo el método “no cavar” para mantener la estructura y no perturbar el suelo.
- De la agricultura biodinámica aprendí que el jardín, e incluso la chacra, son idealmente organismos autosuficientes, que se nutren de sí mismos. Hay que aprovechar todo y no descartar nada.