Cada 30 de agosto, el mundo de la jardinería y la horticultura recuerda a este monje de origen irlandés. Se lo suele representar con un libro en la mano y apoyado sobre una pala.
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Las cuentas de redes sociales de los fanáticos de las plantas multiplican hoy, como cada 30 de agosto, su figura en fotos de estatuillas, de ilustraciones o de mosaicos pintados: aún en la era digital, San Fiacre, personaje medieval, recobra protagonismo en las pantallitas de los celulares, sobre todo dentro del universo de la jardinería y la horticultura, donde lo consideran su santo patrono. A la vieja usanza, habrá también quien le dedique una oración o acerque una ofrenda a la catedral de Meaux, en Francia, donde se conservan sus reliquias, o a las imágenes que de él se reproducen en diversos parques de, por ejemplo, España.
El culto de San Fiacre como patrono de los jardineros tiene un origen muy lejano. El nombre de Fiacre aparece en dos manuscritos: una Vida de San Farón del siglo IX y un Manual de Peregrinación de 1188. La Irlanda de aquel entonces, evangelizada en el siglo V y protegida de las invasiones bárbaras por su insularidad, persistía como inquebrantable bastión cristiano. Sus monjes, inquietos de apostolado, orientaron su misión evangélica hacia el continente.
El monje irlandés Fiacre, siguiendo los pasos del hermano Colomban (h. 540-675), se propuso reinstaurar la fe en una Galia en plena decadencia religiosa. Otra versión dice que San Fiacre era de noble estirpe, hijo mayor de un rey escocés nacido en alguna isla al oeste de Irlanda y que, invitado a regresar a Escocia para reclamar su reino, prefiere embarcarse hacia Francia en busca de soledad.
Lo cierto es que Fiacre llegó a la ciudad de Meaux, en la región de Brie, Francia, hacia el año 650 y pidió un terreno al obispo Faron para establecer allí una ermita y una capilla. El obispo le concedió unas parcelas de tierra en medio del bosque de un lugar llamado Breuil. Rápidamente Fiacre transformó este espacio salvaje en una hostería donde acogía y alimentaba a peregrinos y pobres, y donde curaba a los enfermos. Su reputación creció a la par de su dominio.
Diversos relatos y crónicas relatan hechos milagrosos que contribuyeron a la leyenda de San Fiacre, quien dedicó una vida a la oración, el ayuno y la jardinería. Hasta el final de sus días San Fiacre fue un fiel evangelista y un incansable servidor de Dios y su renombre de santo se difundió ampliamente en el mundo rural. Murió hacia el 670 y sus milagros ilustraron la tumba que frecuentaron reinas, reyes y peregrinos.
La iconografía y la estatuaria lo representan con un libro en la mano, en ocasiones con un ramo de flores, y apoyado en su bastón o en su pala. Si bien antiguamente se utilizaba el hacha, la azada o el pico para trabajar la tierra, a partir de él la pala se convierte en el emblema de “los jardineros de Dios”.
San Fiacre se festeja tradicionalmente el 30 de agosto, presunta fecha de su muerte. Misas y procesiones con carrozas adornadas con flores se organizaron en su honor durante siglos por las asociaciones de jardineros. Aún hoy existen ciudades de Europa que le rinden homenajes con distintas festividades.
LA NACION