Viajó por el mundo junto a su padre (Pancho Ibáñez) y más tarde con su marido e hijas. Hoy, instalada en Buenos Aires, da rienda suelta a una obra donde la naturaleza ocupa un lugar central.
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“Tengo un paisaje interior y mi obra es una forma de plasmarlo. La escultura es para mí como un microrrelato de un espacio que imagino enorme. Son como recortes”, relata Ximena Ibáñez, escultora cuya obra alcanzó notoriedad en la última edición de Affaire, un Lado B de arteBA. Una de sus marcas registradas son pequeñas casas muchas veces suspendidas, como micro planetas que habitan otro tiempo. En ellas, aparecen a veces figuras humanas, ensimismadas en lo alto o inmersas en el paisaje. “Los personajes están de uno o de a dos, pero siempre tienen alto íntimo. Estar frente a la naturaleza de alguna manera te vuelve más humilde. Es un sentimiento frecuente que tengo cuando me aparecen las imágenes. No es algo que me sale de la cabeza, sino de la boca del estómago”, relata.
“Soy autodidacta. Mi mamá siempre fue muy habilidosa con las manos, y hace poco redescubrí el bordado. Heredé una caja de hilos de mi suegra, una tela de mi mamá y así empecé.”
Ximena estudió Bellas Artes, pero en el secundario ya hacía cerámica. “La arcilla fue mi primer amor, siempre me permitió expresarme de manera muy particular”. Recientemente, el bordado ocupa un espacio nuevo en su obra. “Surgió porque mi mamá me dio una tela heredada de Asturia, de un verde que me retrotrajo al paisaje asturiano, entonces dije: ‘Voy a hacer un acantilado con esta tela bordada’. El bordado me está permitiendo expandirme, porque la cerámica se limita al horno, en cambio la tela puedo trasladarla. Además, es como una meditación activa, entrás en trance. Después los empecé a combinar, y me di cuenta de que se llevaban bien”.
Madre de Mika y Lu, Ximena recuerda cómo el arte siempre estuvo presente, también, en la crianza. “Son dos maternidades, siempre funcionan en paralelo. Después de que nacieron mis hijas, al año siempre retomé mi obra, y la primera pieza que hice se las regalé a ellas”. Si bien expuso en Madrid, a su regreso se dedicó a la producción publicitaria, pero ahora el arte ocupa el centro de la escena. El 24 de octubre expuso en Distrito Arenales, un recorrido por locales de diseño, ambientación y arte, que cada año crece en expositores y público. En el verano estará en una muestra en Pinamar, y en Córdoba cuenta con representación en la galería Ankara.
Impronta natural
De formación estricta y de autoexigencia irrestricta, Ximena Ibáñez goza, igualmente, de un espíritu inquieto y paciente, que le permite entrar en contacto con nuevas técnicas y formas con humildad e inocencia. En esa búsqueda por conocer y hacer, le escapa al ego y se nutre de aquello que se le aparece. Porque el arte puede ser eso: estar abierta. Y así lo estaba ella, de chica, trepada a un árbol. “Vivíamos en un depto pero en verano nos íbamos al quinta y yo estaba todo el día subida a una magnolia. Es el mejor recuerdo que tengo, trepada leía, jugaba, me pasaba horas. De esa quinta puedo evocar cada textura y aroma. Tengo una conexión muy fuerte con la naturaleza y me casé con un Ingeniero agrónomo, de modo que el quinta está siempre presente, vamos con las chicas y es un programa ver el atardecer. Pero huelo una magnolia y todavía me emociono”.
“La naturaleza para mí es siempre un momento de conexión. De bajar las revoluciones, de aquietar la mente y de sosiego. Al igual que el arte, es un momento sagrado que a mí me hace muy bien.”
-¿Cómo nace tu vínculo con el arte?
-De toda la vida. Desde chica, mi mejor regalo era un block de hojas y lápices. Tengo dibujos desde mis 3 años, dibujar era mejor que hablar. También se mete lo nómade desde la cuna. Papá y mamá se conocieron en Santiago de Compostela, mamá mitad gallega y asturiana, papá hijo de diplomático. Cuando fallece mi abuelo en Hungría, papá se vuelve a España a terminar la carrera de abogado y casarse. Gana un concurso de locutor para radio Nederland para hispoanohablantes y allá vivieron 5 años, y después en España, esporádicamente, por eso yo tengo la Z incorporada.
-El hogar nómade.
-Esas casas nómades están en mi arte. También el desarraigo. Porque mamá ama la Argentina pero siempre sintió que dejó su tierra y eso me llegó. Tal vez por eso yo siempre me sentí gallega, pero cuando en 2001 nos fuimos con mi marido a vivir a España, llegué y me decían argentina. Entonces ese tema, de dónde es uno, es algo que siempre me apareció. En el fondo ‘vos’ sos tu hogar, un hogar que se traslada y se afinca.
-¿Siempre fuiste escultora?
-Siempre, y lo cierto es que cuando hacía figurativo, también era recurrente el tema del desarraigo. Hasta que se hizo cuerpo en las casas, como una metáfora. Y el paisaje de Galicia y Asturia del norte, este paisaje verde total, mar cantábrico, acantilado, siempre lo sentí muy propio. De hecho, el día que finalmente estuve ahí, me sentí parte de este lugar. Ahí también están mis raíces.
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