Los primeros combustibles fueron madera y grasas animales; más tarde comenzaron a usarse aceites vegetales, presentes sobre todo en las semillas. A lo largo de la historia, cada civilización recurrió a su propia flora para encender sus lámparas.
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En la prehistoria, las llamas del fuego fueron la primera forma de iluminación artificial utilizada por el hombre. Cuando descubrió el fuego, lo utilizó para obtener calor y cocer alimentos. Su presencia en todas las culturas, tradiciones, religiones y mitologías atestigua la enorme importancia que siempre ha tenido, ya que es algo que nos separa esencialmente del resto de las especies. En esta relación entre la humanidad y el fuego, las plantas jugaron un rol clave.
Se calcula que alrededor de 500.000 años atrás, tanto madera como grasas animales ya se utilizaban como combustibles. La combustión producía otros estímulos además del luminoso, desprendía un olor concreto por ejemplo.
El primer candil probablemente apareció hace 50.000 años, usando como combustibles aceites o grasas de animales, de los que además se utilizaba el cráneo para colocar en su interior este material que ardía con una mecha hecha con una trenza de pelos.
“Candil” proviene del árabe qandil, que significa “lámpara”; es un término que los árabes tomaron del griego medieval kandele, que en última instancia es la palabra latina candela (vela). Más tarde se fabricaron unos recipientes de piedra para la misma función.
Hace unos 4.500 años, en la zona de Ur –cuna de la civilización en la Mesopotamia, entre el Tigris y el Éufrates– se utilizaban valvas de moluscos marinos como lámparas. En el siglo XVIII el candil fue reemplazado por la lámpara de Argand o quinqué.
En muchos casos, los elementos de una lámpara de aceite son de origen vegetal: el combustible, la mecha y el recipiente que contiene ambos elementos. En el sur de la India se empleaban lámparas hechas con contenedores de cáscaras de coco.
Las mechas podían ser de algodón, de lino o de cáñamo, según la región geográfica. Por último, el combustible de la lámpara solía ser algún aceite vegetal (no aceites esenciales), de diferente procedencia y calidad, ya que no todos los aceites arden igual ni producen una misma luz.
Muchas plantas empaquetan grasas en forma de aceite, sobre todo en sus semillas; no obstante, su extracción y purificación no siempre resultan prácticas. Además, muchas veces compiten en su destino como comestibles, por lo cual, la cantidad y calidad de aceite que producen y su facilidad de extracción son dos factores que influyen sobre su empleo. Entre las fuentes más antiguas de combustible para lámparas, cada continente recurrió a su propia flora.
Recursos vegetales
Olivo
Uno de los más mencionados para este fin es el olivo, oriundo de Asia Menor. Históricamente se lo ha considerado el árbol mediterráneo por excelencia, ligado con las tradiciones agrícolas y religiosas de la región, aunque se sabe que el olivo también se extendía hacia las regiones persas –incluso antes de su domesticación–, donde crecía Olea europaea var. sylvestris, el olivo silvestre o acebuche. Sagrado en todas las religiones, la importancia va más allá de su protagonismo en la mitología, el paisaje, en la alimentación: también “alumbró” culturas y pueblos a lo largo del Mediterráneo. Las lámparas de aceite relumbraban ya en el antiguo Egipto, así como en Grecia.
Sésamo
El sésamo (Sesamum indicum) es originario de la India, donde fue domesticado ya por el tercer milenio antes de Cristo. Es considerado el cultivo oleaginoso más antiguo conocido por el hombre. Desde allí se extendió con relativa rapidez a Mesopotamia y se convirtió en una de las principales plantas oleaginosas de la región. Es uno de los aceites preferidos para la elaboración de perfumes, pues no se oxida con facilidad, aunque también se empleó para alumbrar en el pasado. La cita más antigua del uso de la semilla de sésamo se remonta a la mitología asiria, que cuenta que los dioses bebieron vino de sésamo la noche anterior a la creación del mundo. Su aceite era sagrado en los ritos religiosos de India, Japón y el antiguo Egipto, y se tienen referencias del uso de este aceite como fuente de iluminación en China desde hace más de 5.000 años.
Árbol candil
Las semillas de Aleurites moluccanus, procedente de las Islas Molucas, también llamado árbol candil, nuez de la India o kukui, se empleaban en la Polinesia como combustible en lámparas –antes de la llegada del querosén–, quemadas directamente o extrayendo su aceite y llenando después recipientes en los que se introducía una mecha para prender. De la familia Euforbiáceas, es un árbol de gran porte, con hojas lobuladas. Monoico, sus flores femeninas son muy perfumadas y dan lugar a frutos que se promueven equivocadamente como un medicamento para adelgazar, pero que es sumamente tóxico.
Árbol de tung
Vernicia fordii, el árbol del tung o nuez de tung, es originario de China central y occidental, Birmania y Vietnam. En China, el aceite de tung se ha usado tradicionalmente para lámparas. Naturalizado en el nordeste del país, los primeros ejemplares fueron introducidos en Misiones entre 1928 y 1930 por viveros particulares.
Hacia 1950 alcanzó más de 50.000 hectáreas cultivadas. Después de la crisis de la década de 1960, con la caída de los precios internacionales del aceite de tung, fue suplantado por aceites sintéticos y la actividad decreció hasta la actualidad.
Lino
Linum usitatissimum, la planta conocida popularmente como lino, ha sido utilizada también desde tiempos inmemoriales, no solo por el rico contenido oleaginoso de sus semillas, que brindan aceite como combustible, sino también por sus fibras.
Tártago
También conocido como ricino (Ricinus communis), el tártago es una oleaginosa de la familia Euforbiáceas. El aceite de ricino fue utilizado por los egipcios como combustible para lámparas hace más de 4000 años; semillas de esta planta han sido incluso halladas en las antiguas tumbas egipcias. Originario de África, de las regiones tropicales, las primeras semillas de tártago fueron traídas al país por los inmigrantes europeos y las usaban como antiparasitario intestinal y para alimentar lámparas de aceite.
Parafraseando al biólogo Stefano Mancuso, autor del libro El futuro es vegetal, el pasado también fue vegetal, en todos los tiempos del hombre.
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