Enamorada del mundo botánico, abre las puertas de su paraíso comestible y comparte todos los secretos de su nueva pasión.
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Paula se despierta todos los días muy temprano, a eso de las 5.30 de la mañana, y lo primero que hace cuando amanece en la casa de su novio, ubicada en Golfer’s Country Club en Pilar, es salir al jardín.
Mira cada detalle de su huerta, ve cómo crecen los tomates, el zapallo, los girasoles, las arvejas. Después riega y se instala en su mini-invernadero. Allí, en silencio y como si estuviese meditando dentro de su propio templo, pasa horas haciendo plantines y germinando especies.
Modelo, comunicadora, emprendedora y madre de Matilde de 22 años, su fanatismo por las plantas despertó en plena pandemia, cuando instalada provisoriamente en la casa de fin de semana de su pareja, decidió comprar semillas de habas y algunas flores de caléndula por Internet.
“En medio de tanta inestabilidad, sin saber mucho de qué se trataba el COVID 19, dependiendo de la información que recibíamos, sentí la necesidad de hacer algo predecible, seguro, como plantar un tomate y que creciera un tomate. Me di cuenta que algo tan sencillo como eso me generaba mucha estabilidad,” recuerda Paula, vestida con ropa de jardinera y un sombrero que le protege del sol.
Luego, unos días después de hacer esa compra por Internet, armó una mesa de trabajo en la galería que se encuentra en el frente de la casa y enterró sus primeras semillas.
“Y me copé. Empecé a leer, a investigar, a hacer distintos talleres. Ahora acabo de terminar uno de producción de hongos comestibles, después hice otro sobre naturaleza para sanar. Me involucré cada vez más y empecé a crecer.”
Empezar a crecer significa que hoy la huerta de Paula no solo se encuentra en el frente de la casa sino que ocupa gran parte del jardín, al lado de la pileta.
Allí se destaca una hermosa producción de flores, como zinnias o cosmos que cultivó con las semillas del verano pasado, flores comestibles como taco de reina o borraja blanca y azul, una pérgola y una gran variedad de verduras como kale, pak choi, choclo, zanahoria y pimientos, entre otras.
“Cuando el espacio disponible en la entrada me empezó a quedar chico, mandé a hacer distintos cajones de madera para poner en el suelo y en junio de este año me llegó el invernadero de @invern.able que desde que lo vi en Instagram me enamoré. Está hecho con madera reciclada por un grupo de mujeres”, cuenta y agrega que gracias a eso pudo adelantar mucho trabajo en invierno y empezar a hacer plantines de distintas especies que hoy se encuentran en la huerta listas para ser cosechadas.
Al mismo tiempo que las plantas fueron creciendo, el jardín de Paula comenzó a llenarse de mariposas y abejas. Para atraerlas sumó varias especies nativas como Cabello de Ángel (Clematis bonariensis) o Peine de Mono (Amphilophium carolinae) que consiguió en Nativas Solnaturi, el vivero de producción agroecológica ubicado en Devoto, Capital Federal, que lleva adelante Claudia Furman.
"Me siento muy “poderosa” al decir que me alimento de lo que produzco"
Paula, vegetariana desde los 14 años
Sin miedo a experimentar, con muchas horas de prueba y error y trasplantes que terminaron en el compost, hoy Paula encontró un método de trabajo que le funciona.
Lo primero que hace cuando está en el invernadero es escribir en un papel el nombre de la especie que va a cultivar. Luego coloca el sustrato en una maceta, un maple o un plug, riega y recién entonces entierra la semilla y le coloca el nombre correspondiente.
“Parece una tontería pero antes me pasaba que me entusiasmaba y sembraba de todo y al día siguiente no me acordaba qué era y lo peor es que hasta que no empieza a crecer es imposible darse cuenta,” afirma.
"Para combatir la invasión de hormigas algo que me dio recontra resultado fue la cáscara de naranja. La dejo madurar hasta que aparece el moho verde y después la corto en pequeños trozos y la distribuyo por el caminito."
Paula Colombini
Confesa fanática del mundo botánico y conciente de todos sus beneficios, cuenta que ahora su proyecto es colocar un riego automático: “Es como un ciclo _explica_ empezás produciendo la tierra, después consumís eso que cultivas, luego compostás y por último queres cuidar el agua, regar a conciencia y no desperdiciar ni una gota.”
Paula también fantasea con algún día mudarse del departamento en Capital y conseguir otro que tenga una gran terraza. De ese modo, imagina, podrá cultivar en todos los espacios que habita y vivir con la compañía sagrada que ofrecen las plantas.